Capítulo 3: Entre Pesadillas y Promesas Familiares

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Elena se despertó en medio de la noche, su cuerpo aún vibrando con la tensión de lo ocurrido en el despacho de Felipe Mendoza. Las pesadillas la acechaban, tejiendo sombras en su mente, y el eco de aquel disparo resonaba en sus oídos como una maldición. Deslizó sus pies por el suelo frío de la habitación, intentando escapar de los fantasmas que la atormentaban.

Al llegar a la cocina, la luz tenue iluminó la figura de su hermano David, despierto y abrazado a la soledad de la madrugada. Sus ojos, reflejando la añoranza de unos padres que ya no estaban, buscaron consuelo en los de Elena.

— ¿Qué haces despierto, cariño? —preguntó ella, acariciando su cabello con ternura, tratando de borrar las sombras que nublaban sus pensamientos.

David suspiró, y en el silencio compartido, Elena lo llevó de vuelta a la cama. Le susurró palabras de consuelo, recordándole que, a pesar de la ausencia de sus padres, estaban juntos como familia.

La mañana llegó con su rutina habitual. Elena, con la responsabilidad de una madre temprana, preparó el desayuno y organizó a sus hermanos para el colegio. La promesa de que el fin de semana estarían con su tía les dibujó sonrisas frágiles en el rostro, pero Elena, en su mirada, ocultaba el peso de las decisiones difíciles que había tomado.

— Portaos bien, chicos. Este fin de semana trabajaré, así que os quedaréis con la tía Marta. Os quiero mucho —les recordó, apretándolos en un abrazo antes de despedirse.

Mientras cerraba la puerta tras ellos, el eco de las palabras de Felipe Mendoza se entrelazaba con la realidad, dejando a Elena inmersa en un torbellino de emociones y decisiones que, como sombras inquietantes, continuaban marcando su destino.

Elena llegó a la mansión Mendoza con el peso de una noche sin descanso marcando sus ojos cansados. La sombra de lo vivido en el despacho de Felipe la perseguía como un fantasma en cada paso que daba por los pasillos lujosos de la mansión.

El rostro de Elena, marcado por la fatiga, no pasó desapercibido para las crueles miradas de sus compañeras. Sus risas, afiladas como cuchillas, resonaron en el aire mientras Elena se adentraba en la mansión con la esperanza de encontrar algún respiro en su rutina diaria.

Hoy le correspondía limpiar el invernadero, un rincón que parecía ajeno al caos que reinaba en otros lugares.

El invernadero de la mansión Mendoza era un rincón de verdor y serenidad, un oasis de vida en medio de los pasillos fríos y sombríos. Las plantas, con sus hojas delicadamente entrelazadas, parecían bailar al compás de una melodía secreta, como si fueran las custodias de un susurro de esperanza en aquel mundo de sombras.

Los rayos del sol se filtraban a través de los cristales, pintando un mosaico luminoso en el suelo de tierra fértil. El aire estaba impregnado con el aroma fresco de la naturaleza, una bocanada de oxígeno puro en contraste con la atmósfera cargada que reinaba fuera de aquel refugio vegetal.

Los bancos de madera, estratégicamente ubicados entre las plantas exuberantes, invitaban a detenerse y dejarse envolver por la tranquilidad del lugar. Allí, en aquel santuario verde, las preocupaciones parecían desvanecerse, y el tiempo se diluía en un murmullo de promesas.

Era como si el invernadero, con su magia silente, fuera el único refugio donde las almas podían respirar y hallar consuelo. En ese pequeño rincón de la mansión, la vida vibraba en cada hoja y flor.


Elena continuaba su tarea en el invernadero cuando, a lo lejos, un sonido capturó su atención. Un niño, la voz dulce y traviesa, llamaba "papá" con una mezcla de alegría y anhelo. El eco de esas palabras reverberaba en el aire, resonando en el corazón de Elena de una manera que no podía explicar. De rasgos sorprendentemente similares a los de Felipe, se abalanzó hacia él con los brazos abiertos. Detrás, una mujer exuberante, atractiva y arrogante, envuelta en una opulencia que irradiaba riqueza y sofisticación, observaba con indiferencia. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Elena, y un nudo se formó en su estómago al darse cuenta de la magnitud de la situación.

Entre Éxtasis y Siluetas OcultasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora