Capítulo 6: Encuentros Nocturnos y Revelaciones Inesperadas

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El aroma a limpieza flotaba en el aire cuando Elena se movía con agilidad por los amplios pasillos de la mansión Mendoza. Era una mañana como cualquier otra, hasta que un murmullo de voces elevadas alcanzó sus oídos. Intrigada y nerviosa, siguió el sonido hasta toparse con una escena que la transportó de vuelta a aquella fatídica tarde en el despacho de Felipe.

Un hombre de entrada edad, con gesto adusto y una presencia imponente, se encontraba en medio de una acalorada discusión con Felipe. La tensión estaba palpable en el aire, y los escoltas que lo acompañaban no hacían más que aumentar la atmósfera intimidante.

Elena, paralizada, oculta en la penumbra de un rincón, observaba con ojos dilatados. Los recuerdos de lo que había presenciado en el despacho de Felipe resurgieron de golpe. La sensación de peligro, el peso de secretos oscuros, la hicieron temblar.

La discusión se intensificaba, y Elena, aunque apenas comprendía las palabras que intercambiaban, sentía el peso de la confrontación en el aire. El hombre de edad avanzada, con gesto severo, se marchó acompañado de sus escoltas.

El hombre, tras la acalorada discusión con Felipe, clavó una mirada fría en Elena. En ese momento, ella sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo, como si aquel hombre pudiera leer sus miedos más profundos. La tensión en el ambiente era palpable, y la atmósfera se volvía aún más opresiva.

Con gesto adusto, el hombre se dirigió hacia Elena, ensuciando deliberadamente el suelo. La miró con desprecio, y en un tono cortante, le exigió que limpiara la mancha que había creado.

— ¡Limpia esto y lárgate! — dijo con frialdad, su voz resonando en los pasillos como un eco ominoso.

Elena, temblando por la mezcla de miedo y humillación, asintió con nerviosismo. Sin atreverse a cruzar la mirada con el hombre, se apresuró a cumplir con sus órdenes, limpiando el suelo con manos temblorosas mientras el hombre se marchaba con la misma indiferencia con la que había llegado.

Felipe, visiblemente molesto por la intervención de este señor que era su padre, se acercó a Elena con la intención de tranquilizarla. La expresión seria en su rostro contrastaba con la preocupación en sus ojos.

— Elena, disculpa a mi padre, él y yo estamos en caminos separados dentro de este negocio —explicó, su tono grave resonando en el pasillo.

Elena asintió con cautela, intentando procesar la revelación. La complejidad del mundo en el que se estaba adentrando empezaba a volverse más evidente.

— No quiero que te veas involucrada en nuestras disputas familiares. Esto no debería afectarte —añadió Felipe, buscando algún rastro de comprensión en los ojos de Elena.

Ella, aunque asentía, mantenía una distancia emocional. Felipe, en un intento de abrir su corazón, estaba compartiendo con ella una parte de su vida que siempre quería ocultar. Pero Elena, por el momento, se cerró a profundizar más en sus problemas.

— Entendido, Felipe. No quiero causar problemas. Solo estoy aquí para hacer mi trabajo —respondió Elena.

Felipe observó en silencio cómo Elena se alejaba, llevando consigo una parte de su tranquilidad. A pesar de la tensión que imperaba en la mansión Mendoza, la presencia de Elena había sido un respiro, una luz en medio de la oscuridad.

Varios meses compartiendo el mismo espacio habían despertado en Felipe emociones que nunca antes había experimentado. Había tenido numerosos encuentros pasajeros con otras mujeres, había jugado en los peligrosos límites de su mundo, pero la belleza, tanto interior como exterior, de Elena lo estaba desconcertando.

Se preguntaba por qué una mujer como ella, con la dulzura en sus gestos y la valentía en su mirada, se veía envuelta en un lugar tan oscuro como el que él habitaba. Felipe, a pesar de su actitud segura y dominante, se sentía vulnerable ante los sentimientos que Elena estaba despertando en él.

Entre Éxtasis y Siluetas OcultasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora