VII

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De camino al ascensor, me coloco el arco en un hombro y el carcaj en el otro. Después aparto a los avox boquiabiertos que protegen los ascensores y le doy al botón número doce con el puño. Las puertas se cierran y salgo disparado hacia arriba. Consigo llegar a mi planta antes de que las lágrimas empiecen a bajarme por las mejillas. Oigo que los demás me llaman desde el salón, pero salgo corriendo por el vestíbulo hasta llegar a mi cuarto, cierro con pestillo y me tiro en la cama.

Ahí es cuando empiezo a llorar de verdad.
¡Lo he hecho! ¡Lo he echado todo a perder Cualquier rastro de oportunidad que tuviera se desvaneció al disparar esa flecha a los Vigilantes. ¿Qué me harán ahora? ¿Detenerme? ¿Ejecutarme? ¿Cortarme la lengua y convertirme en un avox para que pueda servir a los futuros tributos de Panem? ¿En qué estaba pensando? Por supuesto, no estaba pensando, disparé a la manzana por la rabia que me daba que no me hiciesen caso.

No intentaba matarlos. ¡De haberlo intentado, ya estarían muertos! Bueno, ¿qué más da? De todos modos, no iba a ganar los juegos, así que ¿qué importa lo que me hagan? Lo que de verdad me asusta es lo que puedan hacerles a mi madre y a Fuyu, lo que pueda sufrir mi familia por culpa de mi imprudencia. ¿Les quitarán lo poco que tienen o enviarán a mi madre a la cárcel y a Fuyu al orfanato? ¿Las matarán? No las matarán, ¿verdad? ¿Por qué no? ¿Qué más les da a ellos?

Tendría que haberme quedado para disculparme, o para reírme, como si hubiese sido una broma, quizás eso los habría vuelto más indulgentes. Sin embargo, en vez de eso, voy y salgo de allí corriendo de la forma más irrespetuosa posible.

Aizawa y Hizashi están llamando a la puerta; les grito que se vayan y, al cabo de un rato, lo hacen.

Tardo al menos una hora en llorar todo lo que puedo; después me quedo hecho un ovillo en la cama, acariciando las sábanas de seda, viendo cómo se pone el sol sobre la artificial silueta de caramelo del Capitolio.

Al principio creo que vendrán a detenerme de un momento a otro, pero, conforme pasa el tiempo y la cosa parece menos probable, me calmo.

Siguen necesitando a los dos tributos del Distrito 12, ¿no? Si los Vigilantes quieren castigarme, pueden hacerlo en público, esperar a que esté en el estadio y así lanzarme animales salvajes hambrientos. Se asegurarán de que no tenga arco y flechas para defenderme. Sin embargo, antes me darán una puntuación tan baja que nadie en su sano juicio querrá patrocinarme. Eso es lo que pasará esta noche. Como los telespectadores no pueden ver el entrenamiento, los Vigilantes anuncian la clasificación de cada jugador, lo que le da a la audiencia un punto de partida para las apuestas que continuarán durante todos los juegos.

El número, una cifra entre uno y doce, donde el uno es rematadamente malo y el doce inalcanzablemente bueno, representa lo prometedor que es el tributo. La nota no garantiza quién ganará, no es más que una indicación del potencial que ha demostrado el tributo en el entrenamiento.

Debido a las variables del campo de batalla real, los tributos con puntuación más alta suelen caer casi de inmediato y, hace unos años, el chico que ganó los juegos sólo recibió un tres. En cualquier
caso, la clasificación puede ayudar o perjudicar a un tributo en la búsqueda de patrocinadores. Yo esperaba que mis habilidades con el arco me dieran un seis o un siete, aunque no tenga mucha fuerza física, pero ahora estoy seguro de que tendré la nota más baja de los veinticuatro. Si nadie me patrocina, mis posibilidades de seguir vivo se reducirán casi a cero.

Cuando Hizashi llama a la puerta para la cena, decido que será mejor ir.

Esta noche televisarán el resultado de las puntuaciones y no puedo esconderme para siempre. Voy al servicio y me lavo la cara, aunque sigue roja y moteada.

Los Juegos Del Hambre (Dekutodo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora