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Sigo la dirección de sus dedos; al principio, no tengo ni idea de qué me señala, pero entonces veo una vaga forma unos cinco metros más arriba. ¿Qué es? ¿Alguna clase de animal? Parece del tamaño de un mapache, aunque cuelga del fondo de una rama y se balancea ligeramente.

Hay algo más; entre los familiares sonidos nocturnos, noto un suave zumbido. Entonces lo entiendo: es un nido de avispas. Estoy muerto de miedo, pero tengo el sentido común suficiente para quedarme quieto. Al fin y al cabo, no sé de qué tipo de avispas se trata; podrían ser las normales, las de «déjanos tranquilas y te dejaremos tranquilo».

Sin embargo, estoy en los Juegos del Hambre y lo normal no es encontrarse con algo normal. Lo más probable es que se trate de una de esas mutaciones del Capitolio, las rastrevíspulas.

Como los charlajos, estas avispas asesinas se crearon en laboratorio y se colocaron estratégicamente en los distritos, como minas, durante la guerra. Son más grandes que las avispas normales, tienen un inconfundible cuerpo dorado y un aguijón que provoca un bulto del tamaño de una ciruela con solo tocarlo.

Casi nadie tolera más de unas cuantas picaduras y algunos mueren al instante. Si vives, las alucinaciones producidas por el veneno han llevado a algunos a la locura; además, estas avispas persiguen a cualquiera que las haya molestado e intentan asesinarlo.
De ahí viene el rastreadoras que forma parte de su nombre.

Después de la guerra, el Capitolio destruyó todos los nidos que rodeaban la ciudad, pero los que estaban cerca de los distritos se quedaron, supongo que como un recordatorio más de nuestra debilidad, igual que los Juegos del Hambre.

Son otra razón para quedarse dentro de los límites de la alambrada del Distrito 12. Cuando Katsuki y yo nos topamos con un nido de rastrevíspulas, cambiamos de dirección inmediatamente.

Entonces, ¿es eso lo que tengo encima? Miro a Eri, en busca de ayuda, pero se ha fundido con el árbol.

Teniendo en cuenta mis circunstancias, supongo que da igual qué clase de avispas sean, ya que estoy herido y atrapado.

La oscuridad me ha dado un ligero respiro, pero, cuando salga el sol, los profesionales ya tendrán un plan para matarme. No pueden hacer otra cosa después de que los dejara en ridículo.

Puede que este nido sea mi única opción; si puedo dejarlo caer sobre ellos, quizá logre escapar, aunque me jugaría la vida en el proceso.

Por supuesto, no puedo acercarme al nido lo suficiente como para cortarlo; tendré que serrar la rama del tronco y dejar que caiga todo. La
sierra de mi cuchillo debería bastarme, aunque ¿me dejarán mis manos? ¿Y despertaré al enjambre con la vibración? ¿Y si los profesionales descubren lo que estoy haciendo y trasladan su campamento? Eso lo fastidiaría todo.

Me doy cuenta de que mi mejor opción para cortar la rama sin que nadie se entere es durante el himno, que podría empezar en cualquier momento. Salgo a rastras del saco, me aseguro de tener el cuchillo en el cinturón y empiezo a subir por el árbol.

Esto es ya de por sí peligroso, porque las ramas son finas hasta para mí, pero sigo adelante. Cuando llego a la rama que soporta el nido, el zumbido se hace más claro, aunque sigue siendo algo suave para tratarse de rastrevíspulas. «Es el humo—pienso—las ha sedado.» Era la única defensa que encontraron los rebeldes para luchar contra ellas.

El sello del Capitolio brilla sobre mí y empieza a atronar el himno. «Ahora o nunca», pienso, y comienzo a serrar. Conforme arrastro el cuchillo adelante y atrás se me revientan las ampollas de la mano derecha.

Una vez hecha la ranura, el trabajo es menos pesado, aunque sigue siendo casi más de lo que puedo soportar. Aprieto los dientes y sigo cortando, mirando al cielo de vez en cuando para comprobar que no ha habido muertes. No pasa nada, la audiencia estará satisfecha con mi herida, el árbol y la manada que tengo debajo.

Los Juegos Del Hambre (Dekutodo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora