🌇 1. El sueño 🌇

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Lyall

Caminaba por un claro de bosque.

Estaba descalzo y el pasto me hacía cosquillas en los pies.

Una mujer elegante apareció frente a mí.

Era alta, con el pelo de un blanco reluciente y su piel igual. Sus ojos eran de un gris profundo y sus labios rojos como carmesí.

- Lyall...

Su voz era un susurro, una melodía.

- Lyall... Has sido elegido por Arien para cumplir una misión.

Desconcertado, observé a la mujer.

- ¿El dios del sol? ¿Una misión?

La mujer asintió con la cabeza suavemente y me tomó las manos.

- Mucha sangre a sido derramada por una enemistad innecesaria. La paz debes restaurar junto a mí elegida.

Dudé.

- ¿Quién eres?

- En el fondo, tú sabes mí nombre... Sé valiente, Lyall. Nuestras miradas estarán posadas en ti...

Caí en cuenta.

- Eres Delaney.

Su sonrisa delicada me dijo que había acertado.

- Cumple la profecía...

Me despierto de golpe.

Parpadeo, adaptándome a la luz.

Noto que estoy todo transpirado y que mí respiración va muy rápido.

- ¡LYALL! ¡BAJA QUE YA ESTA TU DESAYUNO Y VAS A LLEGAR TARDE!

Me arrastro fuera de la cama.

- ¡Ya voy!

Voy al baño y justo antes de meterme en la ducha, me miro en el espejo.

Al hacerlo, noto algo extraño.

En mí pecho, del lado izquierdo, tengo la piel quemada en forma de un sol.

Me lo toco y suelto un grito de dolor.

Me baño rápido y salgo de la habitación con lo primero que encuentro, que resulta ser una remera vieja y agujereada y un pantalón corto.

Bajo las escaleras rápido y me cuelgo de ellas.

- ¡Ma! ¿Tenemos vendas?

Mí mamá asoma la cabeza por el marco de la puerta de la cocina y me mira raro.

- Claro. ¿Por qué?

A ver cómo te salvas de esta.

- Eh... ¿Dónde están? Necesito llevar una hoy para vendarle las manos a un amigo.

Noto que mí madre no se lo termina de creer.

- En el baño de mí habitación hay unas. No las malgastes.

Sonrío y, mientras subo a toda velocidad, grito:

- ¡Tranquila, no lo voy a hacer!

Llego al baño de mí mamá y rebuscó en los cajones hasta encontrar unas.

Armo como un colchón pequeño y cuadrado, lo coloco sobre la quemadura y lo pego con cinta.

Voy a mí habitación y me cambio con el uniforme de soldado.

Bajo y desayuno mientras mí mamá me regaña.

- El general ha llamado dos veces ayer a la noche, preguntando por ti.

» Dice que ayer te desmayaste y que, cuando despertaste, te fuiste sin avisar a nadie.

Cierro los ojos.

- Mamá, ya soy mayor. Puedo cuidarme.

Me mira y la observo con detalle.

Pelo largo hasta la cintura de un tono dorado, ojos almendrados y de color miel, sonrisa gentil.

Parezco más a mí padre...

Mí padre era el comandante de todos los soldados. Todos lo reconocían y siempre consideraban que su descendencia seguiría sus pasos.

Cuando él murió en una de las guerras de pueblos, la mirada de todos recayó en mis hombros.

Entré al cuerpo de soldados al cumplir los quince y desde entonces todos esperan que siga sus pasos.

Termino de desayunar y saludo a mí madre con un abrazo.

- No causes problemas de nuevo, Lyall.

Sus ojos miel me miran con dulzura.

Desvío la mirada y sonrío un poco.

- No lo haré.

Salgo de la casa y camino por las calles de Dorado.

Casi todas las casas son iguales: de madera, con planta baja y planta alta, un pequeño jardín y con un gran árbol en la puerta.

A veces me pregunto que pasaría si todas las casas fueran distintas.

Llego a la puerta del castillo del rey y me dejan pasar.

En cuanto veo al general mirándome mal, sé que estoy en problemas.

- Lyall...

Elegidos por los dioses Donde viven las historias. Descúbrelo ahora