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Gulf abrió la puerta del acompañante y le hizo una seña al extraño. Con una mano tomándose el pecho y con la otra sujetándose de la vieja camioneta, el extraño se sentó, sin decir nada.

Gulf corrió hacia el otro lado y buscó la llave en el suelo. Cuando por fin estuvo a resguardo de la lluvia inclemente, dio un suspiro. Sacó una polvorienta manta del asiento trasero y se la ofreció. Pero el extraño miró la manta y luego a él, sin moverse. Gulf entonces, tratando de no mirarlo demasiado, lo cubrió él mismo y giró la llave en el contacto. Frustado sintió que el motor no respondía. Girando otra vez la llave, le dio un golpe al volante, con su otra mano, enojado. El extraño miró a Gulf y lo imitó. Le dio un golpe con la palma de su mano empapada al volante, asustando a Gulf. 

Y un segundo después el motor vibró, encendiéndose y rugiendo como si fuera nuevo. Gulf miró al extraño, quien ahora volvía a tomarse el pecho y cerraba los ojos.

Gulf se aferraba con ambas manos al volante, mientras rogaba en silencio que al extraño no se enojara por el olor a orina en su ropa. Trató de serenarse, haciendo lo que hacía siempre para sentirse mejor: recitar unos versos que había compuesto cuando sólo era un niño. Versos que jamás fueron leídos por nadie. los había escrito en un cuaderno que un día la maestra le había descubierto escondido y se lo había arrojado al fuego de la salamandra que daba calor al salón de la pequeña escuelita rural, a modo de castigo. Versos de los que sólo lograba recordar las primeras palabras:

"Algunas luces son ambiciosas,

algunas luces son errantes..."

El poema seguía pero por más que Gulf se esforzara sólo recordaba el final...

"Te miro y respiro...

estás a mi lado..."

Ninguno de los dos dijo nada en todo el camino. Ni tampoco dijeron nada cuando Gulf, casi arrastrándolo, subió al extraño al altillo y lo acostó en su cama. Lo cubrió con varias mantas y esperó.

El extraño parecía estar respirando pero o se había desmayado o se había quedado dormido. Gulf, alumbrándose con una vieja lámpara de kerosene, retiró con cuidado la mano del pecho del extraño y ahogó un grito de asombro.

Un corte atravezaba por varios centímetros el pecho del joven. parecía muy profundo, y supuraba un extraño líquido verde. Gulf se llevó una mano a la boca para ahogar su propio grito.

Cortó una vieja sábana y con mano temblorosa, limpió la herida y la cubrió. Se dejó caer a los pies de la cama y miró el rostro de aquel extraño que lucía una piel extremadamente pálida, casi transparente. Y recién allí, alumbrado con la débil luz de la lámpara, se dio cuenta de que su cabello tenía extraños matices violáceos. Y al rosarlos con sus dedos, los sintió fríos como el hielo.

—¿Quién eres...? ¿Y de dónde has venido?— pronunció Gulf con voz temblorosa.

Las primeras palabras que Gulf pronunciaba a alguien que no fuera su abuelo, desde que tenía diez años.

NIBIRU, una maravillosa historia de Amor (Saga Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora