PROLOGO 1 Memorias de Mártires Auroras

7 1 0
                                    

Se dice que más allá de las treguas que componían, y compartían, todos los silencios de las adheridas sombras y los surcos de las piedras preciosas de excelsa usanza, los Lowierin, espíritus siameses de todas las siemprevivas fantasías, cortaron de sus perpetuidades, de su inmortalidad, una naciente de su eternidad. Quietos como estaban, como las estatuas de marfil y carne que eran, se cortaron y partes de sus partes salieron volando y flotaron, y miembros de sus miembros formaron una creación hecha nubes; y oraciones de sus oraciones lloraron su poderosa ingenuidad.

Tejieron a todos en forma de una hechura de venerable paraíso. Moldearon con sus manos flotantes, que no dejaban de tejer, una idea, un símbolo, un espejismo, carente de todo bien y todo mal conmovido. Así fue como nació el tan enigmático Morthundra. El Fin de todos los Inocentes. El Río de ríos. El Rey de reyes que fue un río de sangre, fuego, oro y que cayó en los ojos de lo etéreo: El-Khil-Vannis.

El río era más que un río. Era la resurrección de todas las cosas. No era ni duermevela para los vivos, ni astucia para los que estaban en desacuerdo con los heraldos y el honor que brotaba de las manos que los feroces hacedores habían cortado. Ni eran esos degollados dedos que habían empleado los espíritus, con los que pintaron memorias de auroras y el más de los ingenuos firmamentos, perpetuo y maldito; con todas las palabras que manaron de unos desnudados labios.

Fue un hecho que no dio marcha atrás.

Entonces los espíritus con voz de trueno, con formas incapaces de ser descritas por una mente racional, rasgaron los velos de la nada y forjaron lo que tanto tiempo habían soñado e imaginado, en un intento por verse derramados. Entonces cayeron esos sueños de sus fauces como mieles y salivas y labraron, con esto, a las quinces lunas tristes que se alzaron en pilares alrededor, de una isla con la forma de un colibrí: El Siriquoiñin. Y labraron en él a la Memoria de las Mártires Auroras, las Xegvanrsiena, en señal de respeto para con toda la existencia.

Se cuenta también que las alas del Siriquoiñin se agitaron y abrieron en el cielo sendos puntitos de fragante nevada hermosura, y con ellos los espíritus se aliaron para pincelar así, con sus cercenados dedos a las afamadas estelas de luz bendita. Las doncellas de luz, estrellas de estrellas que vistieron cuidadosamente las plumas de esa avecilla que bebería del río y se fragmentaría según la sed que lograría adormecerla hasta el fin de los tiempos.

A las estrellas les dieron el nombre de las Delildeladznas.

Ahora, y sólo ahora, pues, alza la vista y observa ese cielo al que siempre rezas por el bienestar del ser que más amas. Ese diáfano, imperecedero, matizado por las acuarelas que conmovieron, en el día de tu nacimiento, a los espíritus que nos dieron la oportunidad de bañarnos en las aguas de ese afamado firmamento. Somos Delildeladznas, estrellas benditas después de todo, y, nuestra risa, es nuestra principal fuente de comunicación. También ese, nuestro canto, que corteja a las más mortales de las cosas, nuestras virtudes a veces dolientes y las sonrisas inquietas que nos acompañan: todos esos elementos lo son todo para nosotras. Pero sobre todo, fuimos bendecidas con la crudeza de ver cumplidos todos los más absolutos y profundos deseos de corazones forjados de susurros infantiles.

Ahora, y sólo ahora, pues, puede conocerse nuestra historia y la de él, que se cuenta desde los labios de esos espíritus hechos con distintas y distintivas realidades. Estos, por supuesto, confabularon con el plan de otorgar a una de sus más afamadas hijas a la tierra de todos los primeros que caminaron entre sueños. Los Soñadores del Marginado Infinito, los Mahhulrerires. También se presentaron sus aldeas, que el colibrí construyó con su pico, y que hirió en su ser como se hiere un sueño de etérea juventud.

De este suceso brotaron los puntos cardinales en sus alas, y se levantaron como si fueran heridas: en el este, como Misil; en el Oeste, como Asargas; en el Norte, como Dolsunas y en el Oeste, como Irrotero. Esos soñadores tenían la facultad de darles cobijo a las estrellas, y otorgarle a sus tierras coloridos ingenios. Bienvenidas y temblores de dulce cuna.

Pero no todo era perfecto.

Una de las estrellas sufría tanto, por el calvario de la desnudada faz de la nueva creación que les rogaba, entre demasiados rezos, un sinnúmero de cosas, que al contagiar de ese sentir a otros millares, se atrevieron a enviar a uno de los suyos hecho macho para que poblara de majestad la vastedad de sus montes y sus noches más excelsas y los calmara. Se hizo llamar, en secreto, Sigasil Oropo'naún. La estrella, por supuesto, no cayó en tierras de buen ver, sino más allá de todo. Ahí Sigasil engendró en su imaginación algunas auroras, sin embargo, al verse solo, desolado y roto dio a luz a las tierras del árbol de raíces negras que creció en toda la avecilla como una peste. Porque un gusano de nombre Rurrmirr, y, del que huían todos los demás soñadores, lo había encontrado.

Se cuenta que con su presencia alzándose como mástil rozagante, ante él, hablaron como amigos durante largo largo tiempo. Hicieron un duelo de adivinanzas y cuando el gusano le ganó a la estrella de manera muy sencilla, se introdujo dentro de su cuerpo y lo maldijo. Esto no le impidió a la estrella el moldear también criaturas de huesos, de paja, de lluvia, de tristeza, de heraldos y amor.

Con el gusano en su interior, y engañado, Sigasil Oropo'naún se entretuvo mucho tiempo bailando entre los montes que modulaban a las insignes fantasías, hasta que se le ocurrió la idea que, de sus dientes y su sangre negra, alimentada ya por los riscos de los afluentes del gusano, daría vida a sus inmaculados súbditos. Piodafreidjis: los Caníbales de Estrellas. También retiró costillas de su ser al haber tomado una forma corpórea de belleza anochecida y, se hizo de vírgenes doncellas con las que creó y adornó bosques poblados de sanguinolentas hojas y flores maravillosas. Frondosidades hechas doncellas, terminaron por amamantarlo con la pureza de sus ideas, de sus siemprevivas y ardientes acogidas; sólo que a Sigasil no le importó.

Un día el aura de ensoñación se convirtió en una cargada de podredumbre,porque Sigasil se enfermó de muerte, también enfermaron sus ahora dolientesobras. Pero, antes que la pena que se transmitiera entre las tierras en formade rumores, más allá de la época de tristezas donde los seres vivientes fuerondespojados de sus pieles para que otros más fuertes subsistieran, Sigasil Oropo'naún,ahora convertido en un Octorozis o un curtidor de pieles de corrupto y negrocorazón, construyó, con una piel de un ciervo, la que sería su montura en elreino de los vivos. Después escondió en ella todas sus modestias, su pazrozagante, su luz y mareas.

Pero a medida que iba despojándose de cada cosa que lo hacía, bellointeriormente, se dividió en dos y con la mente corrompida de un SigasilOropo'naún dormido, lo que quedó en pie se hizo llamar Rovan Nreigriounsa,ahora bendecido con infinita mortandad.

Con todos estos acontecimientos se fundó la aldea de Atizatjir, una aldea a laque él encerró en una cúpula de fuerza poderosa. Una aldea de la que nadietendría noticias por más que trataran de encontrarla, y, fue así, como RovanNreigriounsa se convirtió en rey. 

El Conquistador de los Para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora