Casasili Ri-Tenní

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Casasili Ri-Tenní admiraba el resplandor de las lunas crecientes que habías creado recientemente, Rovan. Ella percibía tu perfume, tu naciente eterna, tu esencia por toda la aldea. Te movías de noche en forma de una bestia indescriptible, porque podías adoptar esa forma para deambular, para crear, para amar a tus criaturas, sin que te notaran y, aun así, no dijo nada sobre ti. No habías hecho acto de presencia en el tiempo en que la niña había dado sus primeros pasos; ni cuando cumplió su primer año de vida. En cambio nosotros veíamos a Casasili crecer a un ritmo vertiginoso, pues en lo que se acostumbraba a crecer hasta adoptar la forma de una cría de tres años, la pequeña lo había hecho en uno.

Casasili solía pasar la mayor del tiempo con su padre, un chamán poderoso que la mantenía alejada del peligro pese a que la pequeña lo buscaba, sólo para comprobar cuánto la quería, al ponerse en peligro de muerte. Por eso cuando él estaba cerca se arrojaba de lleno contra el suelo, desde la altura de un frondoso árbol o se arriesgaba a leer las huellas que Taiojxaimel acostumbraba a adivinar en los cadáveres de los animales que cruzaban ahora la barrera que habías puesto para que nadie los encontrara; ni saliera, que arribaban a la misma cuando el reloj que se instalaba en la cúpula, tu cúpula, contaba hasta catorce lunas tristes de las quince que habías edificado para protegerlos y maldecirlos por igual.

Decía, la niña, que la parte bondadosa del cacique los bendecía, sin decir nada más. Los otros ni un ápice de gratitud. Porque nada había que agradecerte. Nada, ni nadie, lo harían.

Y aunque no lo hubiera visto frente a frente, la pequeña conocía donde se hallaba Rovan Nreigriounsa. Ese día, y justo ese día, la presencia del cacique se encontraba acurrucada sobre la piedra en la que mucho tiempo atrás se hubieran encontrado dos mundos que se anhelaban pese a todo. Pese a la distancia.

"Está aquí, pero no hagas ruido o lo espantarás", la niña se llevó el dedo índice a los labios y pidió, de forma muy inocente el guardar silencio. "Huele lindo, a pesar de que el gusano sigue comiéndoselo".

La enfermedad que mencionaba no te era indiferente. Había atacado a varios como una desalmada peste pero pensaste que no habría sido a causa de Rovan que estuviese presente. ¿La razón? No se daba igual para todos los de la aldea. No evolucionaba igual. Sobre todo, porque conocías su paradero pese a que no lo quisieras, porque la pequeña te contaba historias sobre él, que te contaba Casasili un día tras otro; donde solía estar ese por el que suspiraste en tus momentos de juventud se repartía en el río, la piedra o la cueva.

Si lo había visto en sueños. Si había cabalgado con él en las monturas de huesos. Sin embargo, las huellas en las flores, en el destello de las hojas con aroma a sangre daban a entender otras cosas; estabas confundido. No era Rovan lo que lo provocaba, era algo más, pero tardaste en entenderlo. Algo que se extendía y edificaba cosas horripilantes, por lo que te preocupabas ahora; todo era extraño para ti. Incluso la hija que habías tenido con Alaiseraan era extraña, no por eso dejabas de verla como tu verdadera luz.

"¿Papá, lo odias?".

La pequeña hablaba claramente con una voz similar al sonido de la campanilla de una luciérnaga al danzar y que era usual el escucharla ahora para alivio tu alivio, para tu suerte. Contaste lo que los rodeaba. Habían crecido nuevos árboles, de carne y sangre y Rovan simplemente nada tenía que ver. ¿Por qué? Nada, y eso te daba miedo; el mismo miedo que también sentías al estar a unos pasos de él. Ante esa roca adornada por flores y runas en las que el cacique yacía, como una aparición de tan hermosa estampa, que no pudiste evitar estremecerte.

Lo que si sabíamos, menos tú, era que el sobre exceso de deseos a las estrellas las había hecho caer en el campo de fuerza, a la barrera y esta las había destajado con sus dientes. Su sangre había caído en la aldea y había acontecido todo lo demás. Y así, y sólo así, se dieron fenómenos que llamaste sobrenaturales: las cazadoras que habías logrado vislumbrar un día y que jugaron con la poca cordura que tenían; las enterradoras de estrellas que en la punta del tiempo se las ingeniaban para llevarse también a los recién nacidos; a cada uno que agonizaba. Morían. Todo el mundo estaba muriendo.

Tras tu ensimismamiento, tu reflexión herida, contemplaste entonces como la pequeña se acercó a Rovan, quien yacía dormido. Te llevó con ella y sobre esa roca se sentó de forma cuidadosa. Tocó su cabello entrecano y se quedó muy quieta junto a él.

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⏰ Última actualización: Dec 02, 2023 ⏰

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