PROLOGO 3 El Año en que fallecieron mis memorias

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Ingenua, ingenua Maaharayil.

Acudes al esplendor de mis días y mis noches en ese recuerdo, que florece ya, en mis indultas memorias. Porque ansiaste entre tus rezos y las acusativas oraciones que florecían de tus apetitosos labios, el descanso que merecías, en ese entonces, de vivencias devastadoras.
¿Madre, lo recuerdas?

Clamabas, rogabas; a los ancestros que pecaron en tu nombre. Era una vasta osadía, pues ansiaste un hijo que tu deformado vientre no podía transmutar en la ligera hiedra venenosa que se formaría para salvaguardarte de la violencia; rebosada de tu caníbal aldea repleta de todo oficio de grandeza.

¿Madre, recuerdas el día en que me concebiste?

Tu piel carecía de pústulas moribundas, no apestaban tus almendrados sueños; no te importaba, pues era tu heraldo el honor que hablaba en el nombre de todos los que convergían en la aldea que te parió sin remordimientos.

La espesura de tu recuerdo emigra a la nación de mis memorias.

Apura ya el recuerdo de la agonía de la virginidad de tu espíritu, ahí donde amaneciste como la rosa que, muchas horas, muchos minutos, muchos segundos advirtieron justo como la inquebrantable inocencia que repercutiría en una burlesca suerte, hecha bendición.

¿Recuerdas cómo vine a esta desolada realidad?

¿Recuerdas las palabras que graznó mi garganta a tu ingenuidad manchada de ingratitud?

¿Recuerdas cuando probé por primera vez las mieles del amor?

¿Recuerdas?

¿Recuerdas?

¿Recuerdas quién besó esas suaves mejillas mucho antes de la duermevela?

Son las palabras más amadas que ahora acuden a la estampa de tus gemebundas noches, porque ahora libras una batalla con la piel arrugada de tu ayer, pese a que la lozanía te brinda el cobijo que esperaste en la lumbre de tu juventud.

Ingenua, ingenua Maaharayil.

Después de todo diste a luz siendo vieja de espíritu; mancharon tu honor con sangre divina y aunque te condenaron al principio por concebir, no te arrepientes. De todo lo que pudo acontecer, en ese entonces, todo de ello, siempre agradeciste que aparecí, ante ti, para enjuiciar a todos los dolientes.

Desde tu lecho las preguntas no dejan de danzar entre las alboradas del silencio, y yo, desde el cuidado que doy al cuerpo conservado que eres ahora, te escucho entre genuina paciencia.

Pese a todo, pese a la ínfima revelación de la situación, que esperas conozca, y que ha arrancado a veces a tu ser alaridos de impaciencia, no me urge conocer toda la razón de porque te presentas así.

Me encantaría leerte más allá del mar de tu añoranza. Me encantaría poder ser como tú; ser un enjambre de mariposas hecho mujer, sin embargo, he ahí el sin embargo, poseo más de una piel, más de una naturaleza. Más de un todo y un porqué. Porque me diste cobijo, me protegiste con las pieles animales que siempre deseaste que tu hijo portara como el delirio de las ofrendas que acusaría la más dulces de las promesas.

Y yo, desde mesurados silencios y el clamor de los recuerdos que desfilan ante nosotros, invoco a ahora a la saga que eres, la fiel consorte del día, la tarde y de la noche; de cuya simiente hecha sangre contemplé a las luciérnagas hechas sueños de invierno.

A esas estrellas mecidas por el viento de canela; al amor hecho creación en forma de niño hombre, hombre niño.

De niña mujer, de mujer niña.

Al amor, al amor, al amor hecho perpetua tempestad.

Levanta ahora vuelo al igual que un payaso coronado y devela la razón de tu martirio.
Revélame las mareas de tu nombre, enfunda a esta realidad con la franqueza del oro y del marfil que son tus huesos y sentidos. Rebusca entre todos esos recuerdos la razón del porque existo.

Ingenua, ingenua Maaharayil.

Madre de las Madres.

Despierta y anda.
Modula ante mí la más dulce de tus noches y tus días y tus tardes; y haz el amor con la desusada verdad que gobierna y sella lo más indolentes augurios.
Seas tú pues, señora, la saga de la revelación.

Saga de memorias.

Habla en nombre del día, de la tarde y de la noche; enfréntame como la más noble doncella caballero; enfrenta al monstruo que porta una piel de asno, lobo y cordero.

Ingenua, ingenua Maaharayi .

Vive en mí.

El Conquistador de los Para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora