Capítulo 1

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La decisión entre matar y no hacerlo la redujo a una sola pregunta: ¿Son un obstáculo en mi camino? Si lo eran, Coriolanus no dudaba en poner en marcha un plan para acabar con ellos sin que lo descubrieran. Hace un año de sus primeros asesinatos. De la lección que lo convertiría en la mente maestra de los Juegos del Hambre. Por algo la Dra. Gaul lo había cobijado. Ella entendía su potencial. Claro, le había enseñado de mala forma lo que estaba destinado a ser. Pero, si no fuera por ella, seguiría siendo un chiquillo al borde de la pobreza.

Aplaudió, orgulloso del resultado que los 11 Juegos del Hambre tuvieron en el Capitolio y los demás distritos. La ganadora fue una chica del Distrito 4. Mags, algo. Ni siquiera se molestaba en recordar sus nombres. Eran un instrumento más en su camino al poder. Al terminar la ceremonia, la Dra. Gaul se enganchó de su brazo y lo felicitó por la grandiosa idea que tuvo de cambiar la arena cada año. Eso había hecho los juegos más interesantes para el Capitolio y les daba una nueva lección a los Distritos. Mientras caminaba, varias personas más lo felicitaron. Había rostros nuevos a los cuales no les dio importancia y se despidió de la Dra. Gaul. Llegó a casa, inundado de orgullo, listo para presumir su éxito con su familia. Al entrar, el aroma de la comida de Ma inundó su nariz. Además del dinero, la comida de la mujer era la segunda cosa buena que obtuvo gracias a los Plint. Despreocuparse del hambre le permitía ser más receptivo a sus ideas, a los conocimientos de la Dra. Gaul y al ambiente que se gestaba en el Capitolio. Había dejado atrás la vergüenza y ahora se alzaba como un pavo real. Solo le faltaba ser presidente, pero eso llegaría a su tiempo. Estaba seguro.

—¿Cómo te fue? —preguntó Ma.

—Todos me felicitaron por el éxito de los Juegos —presumió—. ¿La abuelatriz?

—Arriba —respondió, Ma—. Revisando que sus rosas estén bien con el nuevo invernadero.

—¿Tigris aún no llega?

Ma negó con la cabeza. Tigris no pasaba tanto tiempo en casa como antes debido a su ascenso como diseñadora de modas. Coriolanus había donado bastante al taller para que su prima pudiera explotar todo su potencial. Tenía una idea en mente para los siguientes Juegos que quería explorar antes de decirle a la Dra. Gaul necesitaba que Tigris fuera la mejor en su campo. Lo veía como una inversión a largo plazo y una forma de descansar de la mirada acusadora de su prima. No le gustaba la forma en la que resultó todo después de su estancia en el 12, ni siquiera le agradeció el que recuperarán su hogar, ya no tuvieran que comer sobras y ella tuviera la oportunidad de convertirse en algo mejor. Sabía bien que el cariño que antes le tenía se tenía se había convertido en respeto, cosa que no le disgustaba. ¿Quién quiere amor cuando puedes tener poder?

—Hola a todos —Tigris entró al departamento—. Lamento la tardanza, tenemos mucho trabajo en el taller.

Coriolanus iba a acercarse cuando vio que otra persona venía con ella. Hizo un gesto de molestía, que nadie pudo ver, y se quitó el saco para ocupar su lugar en la mesa. Odiaba las visitas inesperadas, más aquellas que abusaban de su prima para conseguir alimento gratis. Pobre Tigris, tan tonta, tan inocente. Tenía mucho que aprender.

—Espero que no les moleste que haya traído a alguien —se disculpó—. Minerva, mi familia. Mi familia, Minerva.

—Un placer —dijo la chica, entrando, con algunas bolsas en los brazos—. ¿Dónde pongo esto?

—Por aquí, ven.

Coriolanus observó a la chica. Era de la misma altura que su prima. Su cabello era de un negro muy oscuro, el cual tenía atado en una coleta larga y llevaba unos pantalones holgados con un saco a cuadros, algo extravagante para su gusto. Las vio perderse dentro del taller de Tigris y regresar sin las bolsas. De frente, le sorprendió la elegancia que emanaba la chica. Llevaba unos zapatos bajos de punta negra, la combinación del pantalón y el saco era perfecto y debajo llevaba una blusa blanca con algunos detalles en negro. La abuelatriz llegó justo cuando las chicas iban a tomar asiento.

—Abuelatriz —la saludó Tigris—. ¿Qué tal el invernadero?

—Una maravilla —respondió—. Las rosas están adaptándose muy bien... ¿Y tú eres?

—Minerva Blacksail —contestó ella, haciendo una leve reverencia de respeto—. Soy aprendiz de Tigris del taller.

—Va a ayudarme a terminar mi pieza final —le explicó Tigris—. ¿Quieres comer?

La abuelatriz asintió y se dejó guiar por la joven hasta la mesa, donde Coriolanus esperaba. El apellido de la aprendiz le sonaba de algún lado, pero no podía recordar de dónde. La vio quitarse el saco, dejando ver con más detalle la blusa blanca y la leve transparencia que ofrecía. Se sentó a lado de Tigris, justo frente a él y agradeció el plato de comida de Ma. Tenía los ojos de color miel, delineados con negro que le daba a su mirada un aspecto más atrevido. Reconoció que era una mujer muy guapa, de esas que fácilmente llaman la atención de todos en el cuarto.

—¿Cómo fue la ceremonia? —le preguntó Tigris, obligándolo a mirarla.

—Un éxito total —respondió orgulloso—. Estamos ansiosos por el próximo año.

Luego de eso, la conversación derivó a las rosas de la abuelatriz, el día que Ma había tenido y lo que iba a suceder en el taller una vez que terminaran de hacer las piezas. Una vez que terminaron, Tigris y su aprendiz ayudaron con los platos y se encerraron en el taller para acabar la pieza. Coriolanus, por su parte, fue directo a la cama. Mañana seguiría saboreando los frutos del éxito y necesitaba estar al 100 para disfrutarlos.

El himno de Panem y la voz de la abuelatriz lo despertaron. No era raro en la rutina a la que estaba acostumbrado. Lo que era extraño era el ajetreo que invadía el lugar a horas tan altas de la mañana. Adormilado, salió a ver lo que sucedía. La escena era de lo más terrible. Tigris y su aprendiz charlaban en la mesa, bebiendo café, mientras Ma les servía una porción de pay. Molestó por ser el último en levantarse, tomó su bata y se acercó a la mesa.

—Buenos días —lo saludó Tigris—. ¿Quieres un trozo de pay?

—Estaría bien —aceptó, tomando asiento.

—¿Te despertamos? —preguntó Minerva.

—La abuelatriz ya lo hace por él —dijo Tigris, sonriendo—. Primo, ¿puedes pasar al taller cuando salgas de la universidad?

—¿Para?

—Quiero mostrarte lo que hemos trabajado, va a valer la pena.

—Está bien —aceptó de mala gana.

Las dos hicieron un ademán de victoria y se levantaron. Tigris dejó los platos en el fregadero, mientras Minerva tomaba las bolsas que descansaban en uno de los sillones. Coriolanus agradeció la paz y disfrutó de su pay. Se alistó para ir a la universidad y caminó al Palacio de guerra para ver cómo iba la gira de la victoria. Al ser la primera, el interés era aún mayor. De tener un impacto en los distritos, sería algo que se implementaría en las futuras ediciones. Lo dejaron pasar directo al salón donde una enorme pantalla mostraba a la ganadora siendo escoltada por agentes de la paz para que los habitantes de los distritos la miraran. Aún les faltaba bastante por modernizar, pero la cantidad de dinero que habían logrado con los patrocinios reflejaba el interés y el potencial de los Juegos para el Capitolio. La Dra. Gaul lo interceptó cuando iba de salida y lo acompañó hasta la entrada de la universidad, donde un joven un poco mayor que él se les unió.

—Dra. Gaul, es un placer volver a verla —dijo el hombre—. Esperaba hablar con usted sobre los Juegos.

Coriolanus escrutó con la mirada al hombre. Era un poco mayor que él y se notaba que era alguien con dinero. El traje que portaba parecía hecho a la medida, notó el brillo en los gemelos que llevaba puestos en su camisa, junto con un reloj de diseñador que Coriolanus solo había visto a unos cuantos. No quería ser enemigo de alguien con ese poder, pero si lo obligaban a actuar él lo haría sin dudarlo.

—Señor Snow —habló la Dra. Gaul—. Le presentó a nuestro patrocinador más importante.

El joven le extendió la mano y Coriolanus respondió el apretón de manos con firmeza. Se miraron por un par de segundos antes de soltarse. Algo dentro de ese hombre lo hacía sentir pequeño. No sabía si era el porte, la forma en la que se movía o el poder que el dinero le había conferido. Era su patrocinador más importante, aquel que podía cumplir sus deseos con solo una firma. Esos ojos, ese tipo de rostro. Se le hacía vagamente familiar. Recordó a la aprendiz de Tigris, la forma en la que se movía y lo supo al instante.

—Soy Ares Blacksail —dijo el hombre. 

Snow lands on topDonde viven las historias. Descúbrelo ahora