Son las doce y media de la noche. La tormenta bañaba los cristales creando cortinas de agua, y la pantalla de mi ordenador era la única luz encendida en toda la casa. El sonido de las teclas, el movimiento del ratón sobre la alfombrilla, el rechinar de la silla cuando me inclinaba... Todo aquello pareció nimio cuando Héctor llamó a mi puerta. Supe que era él en cuanto lo vi por la cámara de seguridad del edificio, pero aún así me sorprendió que apareciera de repente, sin avisar, sin haber dado señales de vida durante todo el fin de semana y sin haber ido a clases desde el miércoles pasado. Pensé que estaba enfermo, y realmente lo parecía: a través de las interferencias de la pantalla podía ver su rostro demacrado y sus ojeras bien marcadas; su cabello castaño estaba todo desordenado, cosa que era toda una hazaña puesto que no lo tenía especialmente largo, y su ropa parecía arrugada y estaba totalmente empapada por la lluvia.
Pregunté su nombre a través del interfono, y él miró hacia la lente y levantó una mano, saludando.
—Hola, soy yo... ¿Me dejas pasar? —Se le escuchaba distante y bajo, y a su voz le acompañó el estruendo de un trueno bastante cercano.
—Sube. —murmuré, y presioné el botón que desbloqueaba la puerta.
Poco después, escuché cómo subía por las escaleras y le vi asomarse por una esquina. Estaba peor de lo que me imaginaba: con los hombros caídos y las perneras hechas jirones; su camisa era oscura y se le ceñía al torso de lo mojada que estaba, al igual que su pelo, pegado a su frente y chorreando por doquier, dejando tras de sí un camino húmedo y sucio que reflejaba en el suelo las luces del pasillo exterior de la casa.
Sus ojos, oscuros y cansados, me observaron sin ningún tipo de emoción dentro de ellos. Se quedó dubitativo delante de mí, y yo no pude contener más mi curiosidad ni mi preocupación. Dije en voz baja:
—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? ¿Por qué no respondes las llamadas ni los mensajes? ¿Cómo has...? —Me quedé con la última pregunta en el aire, incapaz de encontrar las palabras para continuarla. Cuando vi que él había retrocedido, me di cuenta de que me había puesto en medio de la entrada, y casi sin querer, había dado un par de pasos afuera. Inspiré profundamente y entré en la casa de nuevo, dejándole un espacio para que pasara por el estrecho umbral. Le pedí—: Por favor, pasa. Pero en silencio, que están mis padres durmiendo.
Me siguió hasta mi habitación y cerré la puerta con cuidado, vigilando que no hubiera llamado la atención de mis padres y estos siguieran dormidos. Respiré profundamente, con los nervios a flor de piel por lo inédito de la situación, con él detrás de mí, dudando entre si sentarse en mi cama, en la silla del ordenador, o en el suelo, directamente.
—Perdona que te lo esté poniendo todo perdido. —dijo, y entonces me di cuenta de que había dejado un rastro de agua sucia detrás de él, y que ahora estaba encharcando la alfombrilla frente a mi cama.
—No te preocupes —Me apresuré a decir—. Espérame, voy a ver si tengo algo de ropa. Tú ponte cómodo, y ahora me cuentas, ¿vale?
Rebusqué en el armario hasta encontrar una sudadera vieja y unos pantalones de pijama que hacía tiempo que habían perdido la otra mitad de su conjunto. En cuanto le di la ropa, él se cambió y me dio la suya, mojada, y yo rápidamente metí todas las prendas en una bolsa que tenía tirada debajo del escritorio (vacía, por suerte). Me volví hacia él para contemplar, con cierta intranquilidad, que se había sentado encorvado en el borde de la cama, con los nudillos apretados contra las sábanas, blancos de la tensión. Viéndole ahí, tan incómodamente sentado, como si realmente no quisiera estar ahí y se preparara para marcharse en cualquier momento, me dio la sensación de que a su alrededor surgía un aura deprimente y oscura, una mancha que variaba en volumen detrás de su hombro derecho, creciendo y encogiendo, como una ansiedad constante que había tomado forma y manipulaba la manera de moverse, de expresarse, de mi amigo.
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Terrores Nocturnos
TerrorPorque la noche es el momento idóneo para cultivar pesadillas, en Terrores Nocturnos encontrarás la mejor selección de ellas. Léelas con cuidado, pues a veces ellas anidan en tu mente y se cuelan en tus sueños. Si te sientes valiente o no temes las...