PRÓLOGO: LAS SANGUIJUELAS

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—¡No huyas maldito mequetrefe! —y aquí estoy, corriendo por los pasillos con una cubeta llena de sanguijuelas, las cuales evidentemente no acababa de poner en el sillón del director del insti.

¿Cómo he terminado aquí?

Bueno, la historia es bastante corta...

Simplemente compré sanguijuelas a un tío que trabaja en un zoo que es primo de un compañero de conservatorio de un amigo pianista mío.

Una historia muy corta.

Bueno, lo importante ahora no es saber de dónde saqué a estas pequeñas, no mientras el dire sigue persiguiéndome como un maniático desquiciado por los pasillos del insti.

—¡No te escaparás, Diego! —ese soy yo. Diego Foster, más conocido como Dex Foster.

Todos en el insti me conocen perfectamente, ya saben que si aparezco por su lado nada bueno va a pasar. 

Me gusta esta reputación, si te soy sincero.

—¡Diego, detente ahora mismo! —bueno, veo que el dire sigue dale que te pego... ¡De verdad! Tampoco ha sido para tanto... Solo le han quedado un par de marquitas de nada en el culo y en las pantorrillas... ¡Que exagerada es la gente de hoy en día!

—Rápido, ¡Dejen paso al rey! —voy apartando a la gente dándoles con el cubo en la cabeza mientras sigo corriendo... Me habrían venido bien unos patines, ahora que lo pienso... Bueno, me lo apuntaré para la siguiente.

La verdad es que estoy comenzando a cansarme...

Vamos Diego, ¡Solo tienes que girar esta esquina y ya estarás en la salida!

—Solo... un poco más... de... fuerza... 

Oh mierda.

La cocinera de la cantina acaba de aparecerse tal y como la mismísima Vírgen María de esa maldita y estúpida esquina.

—¡Diego, para o...! —me choco contra la señora y caigo de bruces al suelo.

Todo se vuelve oscuro por unos segundos...

Diego...

Solo oigo una voz...

Diego...

Una desenfocada y bella voz...

¡Diego...!

—Es... ¿Un Ángel...?

—No, soy tu director. —enfoco la vista y veo al dire mirándome desde arriba. Además, noto que estoy tumbado en la camilla de la enfermería del insti—. Aunque de seguro agradecerías estar muerto ahora mismo, ya que acabas de quedar total e irrefutablemente expulsado del centro.

—¿Expul... sado...?

—Sí, Diego, estás expulsado. De hecho, la jefa de estudios ya ha llamado a tu padre.

Poco a poco voy cobrando consciencia, aunque desearía no hacerlo.

Miro a mi alrededor y todo son profesores a los que he hecho bromas en los anteriores cuatro años de mi vida, mirándome con desaprobación y odio.

Mierda.

La he cagado.

Diego "Dex" FosterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora