CAPITULO. 02

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"Galletas."

En estos días, Londres está siendo invadido por todas las madres ambiciosas

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En estos días, Londres está siendo invadido por todas las madres ambiciosas. Lo más interesante que esta autora observó en el baile de Lady Danbury fue, al menos, una docena de solteros escondiéndose en los rincones y huyendo de la casa debido a esas madres ambiciosas que les pisan los talones.

REVISTA DE SOCIEDAD,

LADY WHISTLEDOWN. 01 de abril de 1814.


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Casandra se sentía feliz con la vida sencilla que llevaba. Miraba las paredes de su pequeño apartamento y las veía como su hogar, al igual que a sus hermanos, su reducido círculo de amigos, la cafetería donde trabajaba, la cocina con sus hornos y la encimera, y los clientes satisfechos que observaba cada día al probar alguna de las delicias dulces que ella creaba. Y lo que veía la llenaba de satisfacción. Quizás por eso era tan feliz, porque no echaba en falta nada de lo que alguna vez había tenido.

Su corazón latía con fuerza al sentirse libre. Amaba su trabajo: seleccionar ingredientes, medirlos, mezclar, batir, amasar, hornear y convertirlos en arte comestible en el pequeño paraíso que era la cocina de la cafetería. Los diversos sabores y combinaciones la hacían feliz. Había descubierto la repostería gracias a su madre, quien le enseñó el arte de los dulces y el azúcar. Aunque su madre no trabajaba como pastelera —pues era duquesa— y tenía cocineras que estarían encantadas de hacer cualquier tarea para la señora de la casa, se tomaba el tiempo para estar entre harina y azúcar. Amaban hacer pasteles, y era una herencia que se pasaba de generación en generación, sin importar el estatus o el título.

Casandra había aprendido a medir las porciones a ojo después de mucho tiempo midiendo con tazas y precisión. Su madre solía decir que solo aquellos destinados a la repostería obtenían con el tiempo el don de medir a ojo. A decorar pasteles con crema, a rellenar o adornar con fruta, aprendió la delicadeza necesaria para hacer una buena tarta de hojaldre y el tiempo que se requería para batir una crema a la perfección. Había aprendido que la repostería es un arte, y lo había hecho de una de las mejores artistas.

Isabela nunca fue una mujer de ambiciones desmedidas, pero las pocas que tenía, las llevaba adelante y luchaba por lo que quería. Así era su madre y agradecía cada momento que había tenido con ella y todo lo que le había enseñado para abrirse camino en la vida.

Las tandas de hornear por ese día ya habían concluido. Utilizaba el par de horas antes de cerrar para preparar las masas o los rellenos para el día siguiente; adelantar trabajo siempre era beneficioso en esa cocina. Hacía más de dos años que trabajaba para las hermanas Lane. La mayor de ellas se dedicaba a atender y cobrar, y la menor era la encargada de la cocina, quien ponía orden cuando ella, Ana y Lucía —sus compañeras— charlaban y se olvidaban de sus tareas.

MIEL | A. Bridgerton.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora