Tal vez...

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Como ha de ser natural en mí, mi corazón batallaba entre la intriga y la ansiedad, como si estuviese jugueteando en el jardín de la incertidumbre. Los comentarios que tenía en mi cabeza sobre la dificultad del examen resonaban en mi interior cada maldito momento, y el tic-tac del reloj acentuaba la tensión aún más en mi. La idea de enfrentarme en un salón con diferentes personas y la presión de obtener una nota ''perfecta'' despertaban los nervios que yacían en mi ser.

Recuerdo que antes de iniciar este curso, había solicitado su ayuda para superar un desafío virtual. Un examen en línea, tres intentos fallidos, y el reloj convertido en un aliado implacable que marcaba el límite para inscribirme en el ansiado curso. Mis resultados parpadeaban como luces amarillas con cifras como 57%, 55% y 57%, tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos de la marca deseada.

En medio de la urgencia, recurrí a él, ya que:

1) El tiempo recorria de manera muy veloz.

2) Cada intento del examen tardaba más de 75 minutos.

3) Solo quedaban pocas horas para cerrar las inscripciones.

4) No podia perder esa inscripción ya que fue el motivo principal por el cual me había mudado a la capital.

 A pesar de su cansancio evidente, no dudó en ofrecerme su ayuda. En esa ayuda improvisada, experimenté una serenidad momentánea, un respiro fugaz que me alejó temporalmente de la tormenta de preocupaciones.

Aunque sabía que mi elección era extremadamente delicada, no podía dejar pasar la oportunidad. En ese instante, la necesidad de superar mis propios temores se mezcló con la gratitud hacia él que, apesar de las adversidades, decidió ser mi cómplice en esta breve odisea académica.

Con su ayuda, alcancé la puntuación del 69%, un logro que en sí mismo resultó ser una maravilla. Al principio, emprendí esto en solitario, compartiéndole mis respuestas a medida que avanzábamos. Sin embargo, al notar que el tiempo se desvanecía como arena entre los dedos, él optó por la velocidad y hacerlo por su propia cuenta, mientras yo me sumergía solo en observarle. La escena resultaba cómica, pues la ansiedad se apoderaba aún más de mi ser, y me preguntaba: "¿Qué deparará el día del examen oral, quizás llegaran ellos a interrogarme sobre las respuestas que 'yo' había plasmado en esas páginas?" o "¿Y si me pidieran responder ese mismo examen en presencia de ellos?" Mi mente maquinaba un sinfín de posibilidades, generando risas nerviosas ante la incertidumbre.

Llegado el momento de enfrentar mi examen oral, me encontré frente a un profesor de origen alemán, lo cual agudizó mis nervios. No obstante, todo transcurrió con armonía. Siempre he cuestionado mis propios talentos, pero el elogio de un profesor originario de aquel idioma resonó en mis oídos como un suave murmullo: "Gut gemacht mein lieber, du sprichst sehr gut Deutsch" (Bien hecho, mi querido, hablas alemán muy bien) y este profesor dijo ''Si, está preparado para el B1 En ese instante, comprendí que quizás no era tan inepto como a veces me retrataba a mí mismo. 

Salí del Instituto educativo con la felicidad danzando entre las estrellas después de dar rienda suelta a mi examen oral. La primera voz que buscó mi mente en escuchar fue la suya, un canto que resonaba con la alegría de sumergirme en un nuevo nivel de alemán. Cada atención que él me dedicaba se convertía en notas de un soneto que aceleraba mi pulso, enamorándome con cada acorde más y más.

He repetido estas palabras con frecuencia, pero la dicha que experimentaba era genuina. Me sentía feliz de haber encontrado a alguien que verdaderamente comprendía mi ser, con quien podía despojarme de cualquier máscara sin temor al juicio. En supresencia, me sumergía en un mundo de fantasía, alejado de los oscuros nubarrones de la depresión que siempre habitaron en mi interior. Su llegada a mi vida se explicaba en una calma profunda, pintando colores en rincones donde la realidad no permitiría su existencia.

No puedo ocultar que, días antes de cruzar caminos con él, intenté quitarme la vida. Sin embargo, solo logré sumerguirme en un sueño profundo, vencido por el dolor que yo mismo provoqué en aquel intento. Verdaderamente, su llegada me rescató de los abismos donde ni siquiera podía encontrarme a mí mismo.

En la mañana del examen de certificación, la luz del sol abrazaba fuerte, y el reloj marcaba las 8:30 a.m., el inicio de una jornada crucial que se extendería durante cinco horas. Cuatro sesiones se alineaban ante nosotros, siendo las primeras tres Lesen, Hören y Schreiben. Aunque mi corazón palpitaba con miedo, trataba de encontrar calma recordando las palabras alentadoras que él me dedicó: "Sé que lo pasarás con un 100%, solo necesitas aprender más vocabulario".La sala se llenaba de murmullos y susurros tras cada sesión, recordando la peculiar sensación de salir de un examen del colegio y escuchar a los demás afirmar que eligieron la misma respuesta, mientras yo había optado por otra. Algo similar ocurrió al salir del examen de alemán, aumentando mi inquietud al no coincidir con las elecciones de los demás.Luego llegó la temida cuarta sesion, la etapa del Sprechen. Formábamos parte del grupo #2, y observar a los estudiantes del grupo #1 salir más nerviosos que yo intensificaba mis propias ansiedades poniendome así, más nervioso que ellos. En el trayecto al salón de examen, la tensión me llevó a olvidar la pronunciación de algunas palabras, solicitando ayuda a mis compañeros en los breves instantes previos al inicio del examen. La primera regla al entrar fue clara: no se permitía hablar en español. A pesar de ello, metí la pata y pronuncié algunas palabras en mi lengua materna.Tras concluir la evaluación, nos informaron que los resultados tardarían entre 18 a 25 días, plazo que no encajaba con la fecha de la cita en la embajada. Él, incansable, comenzó a enviar correos y realizar llamadas al Instituto en busca de ayuda, buscando la manera de obtener los resultados antes de lo previsto. Después de tres días de incertidumbre, recibimos la noticia de que podrían entregarme los resultados un día antes de la cita en la embajada. Aunque aliviados, aún nos aguardaba la incógnita de los resultados finales.


Los días transcurrieron, y finalmente llegó el momento de conocer mis resultados. Aunque inicialmente vacilé en revisar la puntuación, fui congratulado por haber obtenido el mejor resultado entre mis compañeros. No fue sino hasta estar fuera del instituto, en una videollamada con él, que contamos hasta tres para así mirar juntos el papel. No alcanzó el anhelado 100 que él esperaba, pero ¡un 95! Todo por culpa de aquel desliz al hablar en español.


El camino se desplegaba favorablemente, y todo estaba meticulosamente preparado para la cita en la embajada.El día de la cita en la embajada, una imagen quedó grabada en mi memoria: una joven con lágrimas en los ojos al haberlen negado la visa. Esa escena sembró la semilla de la incertidumbre en mi mente. '' ¿Y ahora? ¿Qué me esperaba a mí?'' Esa era la pregunta que resonaba mientras aguardaba mi turno.La cita transcurrió, y la sombra de la incertidumbre persistía. Recordaba claramente a la joven desconsolada, y ahora me enfrentaba al mismo interrogante: ¿Qué depararía el destino para mí? Solo quedaba aguardar con el corazón latiendo al compás de las expectativas.

Aquel AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora