A lo largo del vuelo, el sueño se tornó esquivo, atrapado en un murmullo persistente que llenaba la cabina. Aunque contaba con tres asientos exclusivamente para mí, la búsqueda de una posición cómoda se reveló como una odisea sin pausa. Entre los ocupantes de la sección del avión que me abrazaba, me destacaba como el único beneficiario de tres asientos vacíos. Surgieron entonces tres pensamientos en mi mente:
1) Alguien, quizás, había perdido su vuelo.
2) En ese instante, yo era la criatura más afortunada que volaba sobre la faz de la Tierra.
3) ¿Acaso Adrian había dispuesto estos tres asientos con la única intención de regalarme serenidad?
Mi mente resonante, con un eco de esperanza, sugería que Adrian, de algún modo, había planeado este pequeño oasis para mi descanso. Sin embargo, la razón me indicaba que no era característico de él gastar mucho dinero, ya que siempre se inquietaba un tanto al desembolsar dinero. No obstante, me entretenía la idea de que, siendo consciente de mi dificultad para conectar con otros, había tejido este regalo de quietud solo para mí. Así que, tal vez, la fortuna se había alineado a mi favor en aquel instante, o quizás, solo quizás, Adrian había tejido un hilo de suerte en mi viaje.
En verdad, la ansiedad se apoderaba de mí, alimentada por la persistente sombra de las películas que, por alguna extraña razón del destino, solían retratar aviones en caída libre. Me encontraba sumergido en un torbellino de pensamientos sobre qué hacer en el improbable caso de que el avión sufriera una caída. Mi mente procesaba las siguientes posibilidades:
1) Adoptar la posición de abrazar mis piernas, ocultando mi rostro entre brazos y rodillas, como si ese gesto pudiera sellar mi destino.
2) Mantener la calma y tratar de analizar la situación antes de que el avión colisionara con el suelo, con la esperanza de que, de alguna manera, pudiera saltar a la seguridad inmediata.
3) Durante la caída, vestirme con toda la ropa que llevaba en mis maletas, en una vana esperanza de que este improvisado blindaje pudiera brindar alguna resistencia adicional al impacto.
Resulta curioso cómo la mente, en momentos de ansiedad extrema, teje elaborados escenarios y busca soluciones que, en la frialdad de la realidad, se desvanecen como sombras efímeras. En el fondo, sé que ninguna de mis opciones sería efectiva y que, en última instancia, solo quedaría la resignación, las lágrimas o el abrazo de la muerte.
En la encrucijada de un vuelo donde el servicio de internet resultaba un lujo inalcanzable para mí, me vi obligado a sumergirme en un mar de películas para sobrellevar la larga noche. Entre las opciones, abundaban las producciones indies, pero la más estrafalaria de todas narraba la historia de un hombre fallecido que renacía en el diminuto cuerpo de una mosca. Tras ser llevado a un país distinto al suyo, su único anhelo era encontrar a su esposa. Después de una odisea, llegó a su hogar solo para descubrir a su prometida en una situación comprometedora con otro hombre. La mosca, llena de ira, ansiaba venganza. Aunque es fundamental respetar los gustos de los demás, en mi opinión, la película rayaba en lo absurdo y me arrancaba risas por su pobre calidad.A punto de caer en un sueño profundo, fui repentinamente despertado por un toque en el brazo y una voz que me hablaba. Sobresaltado, temí que el avión hubiera sufrido algún percance, pero no, era solo la azafata preguntándome por mi elección de cena: Pasta a la Pesto o Pizza. Opté por la pasta, y aunque me ofrecieron una copa de vino la cual venia incluida en el vuelo, decliné cortésmente. Desde el día en que entablé conversación con Adrian, me hice la promesa de no volver a consumir alcohol. No quería que el amor de mi vida me viera borracho, así que me mantuve firme en mi decisión de abstenerme.
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Aquel Abril
Romance"En el misterioso baile de las relaciones humanas, a veces permitimos que extraños se conviertan en protagonistas de nuestras vidas. Resulta casi cómico cómo, sin advertencia, otorgamos a ciertas personas el poder de alterar nuestro destino. Esta hi...