Capítulo 2

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Mierda –pienso al instante.

Y me escondo tras una estantería

¿Me habrá visto?

Claro que sí, tonta. ¿No ves que sus ojos te apuntaban?

¿Me habrá reconocido?

Pues esperemos que no, porque sino tendríamos un problema.

¿Y ahora qué? ¿Vendrá hacia aquí porque me ha visto esconderme o no lo hará?

Dejemos que el destino lo decida

Me estoy volviendo loca. Hasta hablo conmigo misma. Y también una paranoica de mucho cuidado. Mi respiración está acelerada y todo. Me estoy mareando. Creo que he entrado en crisis.

A ver, Cris. Cálmate. Vamos a hacer ejercicio de respiración: inspira lentamente y suelta el aire después de cinco segundos. Y ahora lo repites. Inspira... espira. Lo estás haciendo bien Cris.

Y ahora cuenta hasta diez con los ojos cerrados

Uno

Dos

Tres...

¡Mierda! Oigo pasos

A correr –chilla mi cerebro a tope.

Y salgo de allí lo más rápido que puedo, ya que debo disimular que no ocurre nada.

...

Cuando llego a casa, después de una buena carrerita, estoy con la respiración agitada, con los músculos tan tensos que duelen y blanca como un vampiro.

Dio mío, ayúdame. Sé que no hablo mucho contigo, no voy a misa, ni rezo nunca y a veces hasta me olvido de ti (la sinceridad ante todo), pero debo pedirte que me ayudes con esto porque yo sola no puedo, aunque no tenga derecho a pedirte ayuda. Pero, por favor, un poco de ayuda me vendría bien. Gracias.

Y después de rezar con las manos juntas, me santiguo.

Y es entonces cuando veo mis manos y las encuentro... ¡vacías!

Oh, mierda, cagao, culo. ¡No compré nada!

Menos mal que Zoe no está aquí, porque sería muy humillante.

–¿Cris? –dice una voz.

Oh, es Zoe. La invoqué.

Me giro lentamente hacia ella con los ojos muy abiertos. Creo que parezco la niña del exorcista.

–¿Qué...? –empieza a preguntar, pero la interrumpo.

–Emm –ni siquiera sé qué responder– Vuelvo en cinco minutos.

Y salgo a toda leche de allí.

Otro paseo-carrera me doy.

La vida es maravillosa (que se note el sarcasmo).

...

Tardo más de cinco minutos. Lo acepto. No me escondo. Como ya he dicho: la sinceridad ante todo.

Y sí. Ya vengo con la compra hecha.

Abro la puerta y me encuentro a una Zoe muy alegre: se ha puesto música y está bailando y cantando en la cocina con el cucharón en la mano como micrófono, mientras hace la comida.

Espera... ¿qué hora es? –pienso y luego lo expreso en voz alta.

–¿Qué hora es?

–Casi las dos –contesta para mi desgracia.

Mierda

Ni siquiera contaré las horas que llevo fuera. No lo haré. Me niego, y lo peor de todo es que he perdido horas de estudio.

Bien, Cris. Aplausos para usted.

¡Ah! No os he contado que estudio en la universidad. Perdón, perdón. Mi cerebro es un desorden total. Seguro que tengo las neuronas con un enredo de estos imposibles de deshacer. Pero ¡oye! Las tengo todas.

En fin, me disculpo otra vez por irme por las ramas. La verdad es que estudio magisterio. Prometo que es por vocación. Lo juro por el perrito que vive con mis padres. Me gustan los niños y quiero enseñarlos y ayudarles. A ser posible, me gustaría dar clase en un colegio privado.

–¿Dónde estabas? –pregunta Zoe sacándome de mis pensamientos.

Espera, que me he desubicado.

–¿Mmm? –es lo único que soy capaz de responder.

–¿Que dónde estabas? –repite.

–Comprando

–¿Comprando? –repite abriendo los ojos.

–Emm, si –A ver, piensa una excusa razonable–es que me lo he tomado con calma. Ya sabes como soy.

Ella me mira con el año fruncido.

–¡Eh! No me mires así, que pareces el señor calvo de ayer –la chincho.

–Ja-ja, que graciosa.

Entro con las bolsas y las dejo al lado de la nevera. ¡Hora de guardarlo!

Eso es lo que más odio de todo esto: guardarlo y ordenarlo. Es decir, ¿para qué ordenar si luego lo voy a desordenar? No tiene sentido.

Bueno, eso no viene al caso. Pero aun así.

–¿Ha pasado algo? –pregunta tras minutos de silencio.

–No –miento– ¿Por qué?

–Es que como te he visto antes, sin compra, jadeando y pálida como el papel, me he asustado.

Lo pienso un momento y respondo:

–Es que en el supermercado, ha entrado un ladrón y ha robado –y no es del todo mentira, porque Zac Black me ha robado la seguridad que tenía hasta ahora– Llevaba máscara y todo. Hasta iba con pistola. –bueno, eso sí que es una mentira gorda como una casa.

Me mira preocupada.

–¿Y estás bien? ¿Te ha hecho algo?

–No, no, tranquila. A mi no, pero al cajero sí –vuelvo a mentir.

–Ah, bueno. Menos mal. –termina diciendo con un suspiro.

Está aliviada. Mejor.

La que no lo está soy yo.

Hola :)

Cuéntenme que opinan de todo esto, porfi

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