Capítulo 4

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Estoy cantando y bailando desnuda "Slomo" de Chanel en la ducha (con una coreografía inventada por mi, por supuesto), cuando oigo el timbre.

Pasa un minuto y Zoe no abre.

No va a abrir porque no está aquí, tonta del bote.

Vale, pues entonces tendré que abrir en toalla a quien sea que me esté quitando mi momento ducha.

Salgo de nuestra minúscula ducha con dificultad (porque, ejem, es pequeñita) y me pongo una toalla alrededor del cuerpo y cuando salgo del baño, le hago saber al aguafiestas (o fastidiaduchas, queda mejor) que ya voy a abrirle la dichosa puerta para que deje de tocar el timbre y golpear la puerta, que me lo va a romper.

Y... ¿A que no sabéis con quien me encuentro al abrir la puerta?

Sí, habéis adivinado. A Zac.

La vida es hermosa y bella

¿Y sabéis que sería peor que encontrarme con Zac en la puerta de mi dulce hogar?

Sí, habéis vuelto a adivinar. Peor que eso es que me esté repasando con la mirada, y su mirada no me gusta. Es decir, me gusta gustar a la gente, me gusta que me miren, me gusta sentirme guapa, y Zac no es la excepción (desgraciadamente) porque, a ver, tengo ojos en la cara y sé que Zac es guapo y me hace sentir bien que un chico tan guapo pierda el tiempo en mirarme a mi. Pero, se supone que lo odio y que no... Además, él me hizo sentir fea hace unos años, así que ya ha liado el momento. Ya no me siento bien. No quiero que me mire. ¿Saben la canción de Lola Índigo? La de la "niña de la escuela", pues esa canción va muy bien con esta situación.

–¿Querías algo? –pregunto, porque esto empieza a ser incómodo.

Deja de mirar mi pecho, y sube rápidamente los ojos a mi cara.

Já. Pillado.

Creo que se ha dado cuenta de que lo he pillado porque podría decir que se le han enrojecido las orejas (no creo, pero eso a mi autoestima le gusta).

–¿Qué haces en mi casa? –espeto ya sin paciencia.

Parpadea unas cuatro veces y se señala.

–¿Quién yo?

–No, mi abuela del cielo –respondo con ironía.

–Vale, perdona.

Y nos quedamos en silencio hasta que, obviamente, lo rompo.

–Aún no has respondido a mi pregunta

–¿A cuál?

–A la de... Mira, ¿sabes qué? Que no te aguanto. Tengo frío porque estoy desnuda y no tengo tiempo para bobadas. Así que adiós. –espeto enfadada.

Y le cierro la puerta en las narices. Y creo que literalmente porque oigo un grito de dolor, pero me da igual, se lo tiene bien merecido.

Ya estoy llegando a mi pequeña pero acogedora habitación y ya he oído el timbre cinco veces contadas.

–¡Me has roto el labio!

Espera, ¿qué?

Vale, no quería hacerle daño. ¿O sí?

¿Y si no le ayudo? Él me hizo eso y más.

Es tentador dejarle tirado, pero no puedo rebajarme a su nivel. No soy mala persona (al menos, no me considero una). Y aunque mi dignidad no me lo permite porque sé que no se merece ser ayudado, mi corazón y mi alma me dictan que no le deje tirado como a un cachorrito.

De acuerdo, compararlo con un cachorrito no ha sido lo mejor.

Así que respiro hondo, reafirmo el agarre de mi toalla (porque sí, sigo desnuda) y voy hacia la puerta otra vez.

Te elijo a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora