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Alice

Cuando abrí los ojos me sentía mareada, muy mareada. Sentía unas náuseas horribles y mi vista estuvo borrosa durante unos momentos. Cuando todo se esclareció pude ver mejor el entorno en el que me encontraba, estaba en una habitación de paredes desgastadas, no había ventanas ni muebles, tan solo una bombilla que parpadeaba y un colchón en el que yo estaba tumbada. No podía moverme, tenía las manos atadas en mi espalda y sentía las cuerdas presionandome también en los tobillos. Además, tenía un pañuelo sobre la boca amortiguando cualquier grito que intentara emitir. Cuando recordé todo lo que pasó hacía un tiempo me generó tal malestar que quería llorar hasta morir. Nadie me había encontrado, nadie me había salvado de aquellos secuestradores. Me encontraron ellos y aquí me tenían, encerrada e inmovilizada, sin posibilidad de poder escapar.

«Ojalá poder volver atrás en el tiempo».

Si no hubiera ido a casa, si el hermano de Sangmi me hubiera llevado a casa, tal vez yo no estaría aquí, tal vez seguiría con mi vida, con mis estudios, con mis pelis los viernes noche... Eso ya no existiría de nuevo. Ahora solo tenía una cosa clara, que pasara lo que pasara esto no iba a acabar bien.

La puerta se abrió y antes de que se dieran cuenta de que estaba despierta, cerré los ojos con intención de hacerme la dormida. Lo único que quería es que me dejaran en paz. Escuché pasos e intenté controlar mis emociones, intenté mantenerme en calma pero se estaba haciendo muy difícil.

—Sé que estás despierta.

«Mierda».

Su voz grave tenía un tono tranquilo y amigable, pero a mí me aterraba. No servía de nada hacerse la dormida por lo que abrí los ojos y me encontré a un chico castaño de ojos de igual color y pelo ondulado.

«Es el que me acompañó al baño».

Su sonrisa cuadrada intentaba transmitir simpatía pero a mí solo me apetecía patearle y salir corriendo de nuevo. Pero sería peor.

—He venido a traerte el desayuno —anunció.

Dejó la bandeja a un lado y me ayudó a sentarme en el colchón, las cuerdas que me mantenían inmovilizada ejercieron más tensión, por lo que solté una pequeña queja. Con delicadez me quitó el pañuelo que tenía a modo de mordaza, ya que su intención era darme el desayuno. No intenté resistirme, tenía hambre, solo de ver aquel cuenco lleno de cereales se me hacía la boca y a decir verdad, en este punto mi vida comenzaba a valer cada vez menos.

—¿Qué queréis de mí? —pregunté en un hilo de voz.

—Te necesitamos.

Los ojos me ardían, sentía las mejillas algo pegajosas y me sentía cansada, muy cansada. De nuevo me veía en la situación de estar encerrada en una jaula por culpa de la "necesidad" de alguien. Ellos debían saber lo de mis capacidades, por eso me quieren, para hacerles todo el trabajo sucio. Para cumplir sus órdenes. Noté cómo me desgarraba por dentro, me dolía tanto verme dentro de esta pesadilla que no sabía hasta cuando podría soportar estar así.

—Quiero tener una vida normal.

Las lágrimas se me escaparon de nuevo, el chico intentó empatizar conmigo y tuvo la mala idea de querer establecer contacto físico conmigo, antes de que su mano llegara tocar mi mejilla, se la aparté una pequeña ráfaga de viento. No tenía muchas fuerzas pero podía defenderme de esas pequeñas extralimitaciones.

—Lo siento —se disculpó—. Nuestra líder no tardará en llamarte, ella te lo explicará mejor que yo.

No seguimos conversando más, me dio de desayunar y se fue de allí, por lo menos tuvo la consideración de no amordazarme de nuevo. No tenía fuerzas ni para gritar, no tenía fuerzas para correr, no tenía fuerzas para pelear, no podía hacer nada. Dentro de la tormenta de desesperación que había en mi cabeza no surgía ninguna buena idea, salvo la de hacerles caso en absolutamente todo. Ni siquiera me serviría la estrategia de engañarlos para que confiaran en mí y una vez conseguido escaparme. Sabría que al poco tiempo me acabarían encontrando, y si no eran ellos lo haría el Pentágono, así que estaría en las mismas.

Sujeto número 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora