Venganza

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Ajusté mi corbata morada en el cuello de mi camisa mientras los nervios aún recorrían mi piel. El espejo sobre el que se reflejaba mi figura se hizo testigo de la evidente incomodidad y desconcentración que mis músculos presentaban.

—Estaremos bien Oswald —me aseguró Edward

Se encontraba detrás de mí, sentado sobre nuestra cama y atándose los cordones de sus elegantes zapatos negros. Levanté la vista y usé el espejo para mirarle sin girarme.

—Me preocupa lo que pueda pasar —confesé—. Es una reunión muy extraña.

—Quizás ya ha terminado con todos aquellos que se oponían a él y ahora ha decidido aliarse con los criminales que quedamos —opinó Edward.

—Sigue habiendo algo que me preocupa, pero no sé lo que es.

Edward se levantó y se acercó a mi. Me sujetó los hombros y, sin previo aviso, me besó el cuello. Mi cuerpo tembló al contacto de su saliva y la piel se me erizó.

—No empecemos de nuevo, o te juro que no te dejaré salir de esta habitación hasta cobrarme tus provocaciones —dije.

—¿Es un ofrecimiento? —preguntó con una sonrisa.

—Una advertencia —aclaré divertido—. Debemos irnos.

—Justo cuando empezaba la mejor parte —me respondió con una sonrisa burlona, al tiempo que se separaba de mí para dirigirse a la puerta.

Revisé que mi traje no tuviera ninguna arruga y enganché mi pisacorbatas plateado en forma de paraguas en la tela antes de seguir a Edward a través de la puerta. Justo antes de salir, eché un vistazo atrás y vi sobre la mesilla de noche que correspondía a mi lado de la cama mi Colt M1911. Giré sobre mis talones, la recogí de allí y la guardé en el doble fondo de mi chaqueta.

Recuperé el camino seguido por Edward. Bajé las escaleras y crucé el umbral hacia la calle. Él ya se encontraba dentro del coche y nuestro chófer esperaba delante de la puerta trasera mi llegada. Una vez allí, me abrió la puerta con elegancia y, una vez estuve dentro, la cerró. Miré a Edward antes de indicar al conductor al lugar al que debíamos dirigirnos: Los Narrows.

☂️☂️☂️

Los edificios casi derruidos, con las ventanas rotas y las puertas colgando de las bisagras se paseaban por mi mirada mientras el coche saltaba con los agujeros de la carretera. El polvo que se levantaba de las calles era tan denso que parecía formar una niebla que escondía todo el barrio, como si fuera una muralla que lo protegiera del resto de la ciudad.

Todas las estructuras que veía se habían construido con los mismos materiales: ladrillo, cemento y hierro. Estos elementos tan brutos y toscos aportaban una dureza escalofriante al entorno que ahora me rodeaba y que, con cada metro que avanzábamos, me recordaba más a una enorme prisión de la que difícilmente se podría escapar. Sentí como mi pulso se aceleraba con el paso del tiempo y la sensación de que algo le podría pasar a Edward en aquella reunión. Mi mente no pudo evitar imaginar su sangre pintando el sucio suelo de alguno de los edificios que veía y la rabia y el dolor hizo temblar mis músculos.

De pronto, la calidez de la mano de Edward cayó como un martillazo sobre todos los pensamientos que me atormentaban y removían mi corazón. Le miré, anhelante de aquellos ojos que me transmitían paz.

—Sé lo que estás pensando —afirmó—. Y no quiero que lo hagas, te protegeré.

—No es mi vida por lo que temo —le respondí yo.

Él no me respondió. Se limitó a apretar su mano con la mía y a devolver su vista al frente. Al fin, el coche se detuvo delante de una gran edificio de dos plantas que compartía el mismo aspecto lúgubre y descuidado que había podido apreciar en los otros edificios.

Hasta la última gota (Nygmobblepot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora