Montresor

79 14 1
                                    

Una avalancha de personas trató de arrastrarme hacia la salida. Había perdido de vista a Edward, engullido por el caos que siguió al disparo, y mi objetivo era claro: encontrarle. Me abrí paso entre todos aquellos cuerpos, que huían espantados hacia la ruta de escape, a base de codazos e incluso mordiscos. De pronto, pude distinguir un cuerpo tendido en el suelo. El terror de pensar que aquella figura correspondiera a mi amado me heló la sangre. Peleé con fuerza contra los últimos criminales quedaban dentro del edificio y por fin llegué hasta el cadáver; me abalancé sobre él y le di la vuelta.

El cuerpo sin vida, atravesado por un aún sangrante agujero de bala me devolvió la mirada con sus ojos paralizados. No era Edward. El alivio hizo que mi sangre fluyera de nuevo, continuando con su ritmo habitual el recorrido por mis venas.

—¡Oswald! —gritó alguien a mi espalda.

Me giré, anhelante. Y descubrí, con alivio, a Edward acercándose a toda prisa hacia mí. Me levanté y corrí hacía él para abrazarlo.

—Creía que estabas muerto —gemí, con las lágrimas cayendo por mis mejillas— Dime que estas bien, por favor... —continué gimoteando, mientras apretaba con fuerza su cuerpo con el mío, como si temiera que pudiera escaparse entre mis dedos.

—Estoy bien mi pingüinito —dijo, apretándome con sus brazos temblorosos por los nervios—. Yo estoy bien —me aseguró, acariciándome la nuca.

Mientras apretaba mi cara contra su hombro, abrí los ojos y pude ver una mancha borrosa recortando la luz de una de las ventanas.

¡Era Montresor!

El muy cobarde escapaba, recorriendo los pasillos de hierro, en dirección a una de las salidas del piso superior. Mi corazón se incendió al instante con el fuego del dolor y la rabia; pero no iba a permitir que me hundiera en la angustiosa impotencia. Me aparté de Edward con suavidad pero rapidez y grité:

—¡MONTRESOR! —la máscara se detuvo y se giró para mirarme— ¡TE MATARÉ!

La figura volvió a girarse para continuar su recorrido, ahora con una velocidad añadida. Mi cuerpo se impulsó hacia adelante, dispuesto a subir por la escalera más cercana para perseguir aquella sombra. Una mano se cerró sobre su muñeca, impidiendo que mi cuerpo avanzara. Me di la vuelta y encontré los ojos suplicantes de Edward enfrentándome.

—No vayas —me pidió.

Puse mi mano sobre la suya.

—Tengo que hacerlo Edward —le dije, consiguiendo que deslizara su mano lejos de mi muñeca—. Por ti.

Tras aquellas palabras, eché a correr con toda la rapidez que fui capaz de obtener, cargando con mi pierna mal formada en la subida de las escaleras y el pasillo de metal. Sabía cuál era el hueco por el que había entrado y hacia allí me dirigí.

Tras el hueco, un amplio pasillo lleno de escombros se abría ante mis ojos. Vi la capa negra aleteando hacia la mitad del recorrido y una gran fuerza me impulsó para correr más rápido. Montresor no avanzaba especialmente rápido por lo que conseguí ganarle terreno. Antes de que llegáramos al final del corredor pude darle alcance y me abalancé sobre él.

Caí con fuerza, derribándole y haciendo que se golpeara contra el suelo. Se revolvió, tratando de escapar de mi cuerpo, que lo apretaba contra el cemento. Peleamos y logré darle la vuelta (había caído de cara contra el suelo); quería arrancarle esa máscara para poder ver a la persona que se escondía tras ella y mirarla a los ojos mientras la mataba.

Ahora que tenía a Montresor frente a mí, tumbado bocarriba, pude distinguir unos ojos verdes rellenando las cuencas vacías de la máscara. Le tomé por el cuello, levanté mi brazo y lancé un puñetazo contra su cara. La máscara se rompió, revelando una grieta que la atravesaba de arriba a abajo; di un nuevo puñetazo y por fin la máscara se partió en dos grandes pedazos que cayeron al suelo. Por la fuerza del segundo impacto Montresor había girado su cuerpo hacia la derecha. Le enderecé y observé el rostro ya descubierto.

Mi corazón se detuvo al observar aquella piel lisa y maquillada, y aquellos labios rojos que hacían destacar su cabellera rubia.

—¿¡Isabella!? —exclamé, lleno de asombro.

¡Claro!

¡Ahora todo tenía sentido!

La obsesión por recrear la figura de un personaje literario tan conocido por la venganza, la insistencia por mantener oculta su identidad, la voz artificial (distorsionada seguramente por algún aparato incorporado a la máscara) para esconder su voz real y su odio tan inexplicable por Edward. Todo tenía sentido ahora.

Tal fue mi estado de estupefacción, que permití a Isabella tomar fuerzas para intercambiar los puestos conmigo, tirándome al suelo con un brusco movimiento. Peleé contra ella para tratar de recuperar mi puesto al tiempo que evitaba que sus golpes, que habían comenzado a caer rápidamente, acertaran en mi cara.

—¡Oswald! —escuché que me llamaban.

Edward se acercaba desesperadamente a mi, con el rostro consumido por la angustia. Se lanzó contra Isabella para tratar de detenerla, pero ella le propinó un fuerte codazo en la mandíbula que hizo que cayera hacia atrás.

Mi sangre explotó y sentí el calor subiendo por mi cuello. La rabia fortaleció mis músculos y me impulsó a sujetarla por el cuello de la capa, lanzándola hacia un lado y haciendo que se golpeara contra el suelo una vez más. Pero no me lancé de nuevo contra ella. Mi preocupación era el bienestar de Edward. Mientras Isabella se retorcía en el suelo, presa de un fuerte dolor en la espalda debido al impacto, yo me levanté para recoger a Edward.

El golpe no parecía grave, pues ya se había puesto en pie y apenas le sangraba la nariz. Suspiré aliviado y me giré para mirar de nuevo a Isabella: también se había puesto de pie y sujetaba una pistola con su mano derecha con la que me apuntaba directamente al pecho.

—Hasta aquí hemos llegado, Oswald —me dijo.

La miré paralizado. No sabía qué hacer ni decir y tan solo se me ocurrió preguntar:

—¿Por qué ocultaste tu identidad? —y tras una pequeña pausa, añadí—. ¿Por qué mataste a todas esas personas

Ella me miró con ojos satisfechos, convencida de su victoria y dispuesta a regodearse en ella, respondiendo a todas las preguntas que se quisiera hacer.

—¿Qué mejor forma de citar a un criminal que haciéndose pasar por uno? —me respondió.

Se hizo el silencio. Entonces lo recordé: mi Colt M1911, la que había tomado aquella mañana de mi mesilla, descansaba en el interior de mi chaqueta.

—Esto es el fin Oswald —habló ella—. Te he derrotado y cuando te mate haré que Edward lo vea antes de matarle a él también.

—Eso no va a pasar —afirmé, llevando mi mano por dentro de la chaqueta y agarré la pistola— ¡Agáchate, Edward! —advertí.

Yo también me tiré al suelo. Escuché como la pistola de Isabella escupía una bala rodeada de fuego y ceniza. Al no sentir ningún dolor lo comprendí: había errado el tiro.

Me levanté rápidamente.

Saqué el arma.

Y disparé.

La sangre comenzó a brotar por su boca: había conseguido acertarla en el pecho y ahora su cuerpo caía sin vida contra el suelo. La miré, saboreando la imagen de su cuerpo expulsando toda la sangre envenenada que alguna vez había albergado.

—Oswald...

Tal fue mi euforia al contemplar a la rubia encima de un charco de sangre que el llamado tras de mí tuvo que repetirse para realmente llegar a mis oídos.

—Oswald... —escuché al fin.

La voz era débil y me giré para encontrar a su dueño. Ante mí, Edward me miraba. No entendí lo que ocurría hasta que al bajar la mirada pude ver una mancha de sangre que teñía su camisa blanca. Le miré y ví su cara contraída por el dolor.

"Había errado el tiro...", se repitió en mi cabeza.

Bajé la mirada de nuevo y vi como su mano se apretaba contra la herida, tratando de evitar que la sangre saliera.

—¡Edward! —conseguí gritar, antes de ver cómo caía de rodillas.

Hasta la última gota (Nygmobblepot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora