Capítulo 1

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No recuerdo cuándo fue la última vez que experimenté algo tan hermoso como la felicidad genuina. Tal vez fue en aquellos días de Navidad, cuando era niña y todo era mágico. Aún los evoco con nostalgia, como si fueran joyas preciosas que guardo en un cofre secreto. Cómo me gustaría volver a abrirlo y sentir lo que sentía entonces.

La casa de mis abuelos, donde nos reuníamos toda la familia, era el escenario de esas fiestas inolvidables. El árbol de Navidad, que parecía tocar el cielo con su punta, estaba adornado con luces de todos los colores, que parpadeaban al ritmo de los villancicos. Las esferas brillaban como estrellas, reflejando las caras felices de los que estábamos allí. Nos abrazábamos, cantábamos y nos deseábamos lo mejor. La risa era el idioma universal que hablábamos.

En la mesa, nos esperaba una cena exquisita, hecha con las recetas tradicionales de mi abuela, que se pasaban de generación en generación. Ella se encargaba de cocinar los platillos favoritos de cada uno, desde el pavo relleno hasta los tamales, pasando por el ponche y el pastel. Todo estaba delicioso, y lo disfrutábamos con gusto, mientras charlábamos de todo y de nada.

Después de la cena, venía el momento más divertido: el karaoke. Nos turnábamos para cantar las canciones que más nos gustaban, desde los clásicos navideños hasta los éxitos del momento. No importaba si cantábamos bien o mal, lo importante era pasarlo bien. Nos aplaudíamos, nos animábamos, nos burlábamos con cariño. Era una fiesta de la música y la alegría.

¿Y como olvidar los regalos? No eran muchos, ni muy caros, pero eran los que más ilusión nos hacían. Cada uno tenía su nombre y su dedicatoria, escritos con una letra cuidadosa. Los abríamos con emoción, y nos sorprendíamos con lo que había dentro. Un libro, un juguete, una bufanda, un perfume... Cualquier cosa era un tesoro, porque venía de alguien que nos quería. Algo tan simple y valioso como un momento bonito.

Pero bueno, ¿quién lo hubiera imaginado? Una chica soñadora atrapada en su turno en una cafetería antigua, donde lo único que llama la atención es el aroma a café viejo. Un lugar donde nadie viene a buscar una sonrisa, sino solo una taza de café para mantenerse despierto. Bastante irónico para una cafetería llamada "happy coffee", ¿no lo creen?

-Alicia... ¡¿Alicia?! ¡¡¡ALICIA!!!-

Y ahí vamos otra vez... mi jefe con lo mismo de siempre. "¿Te volviste a distraer? Hay mesas que atender, deja de flojear y lleva estos pedidos" en 3...2...1...

-¿Te volviste a distraer? Hay mesas que atender, deja de flojear y-

- Y llevaré estos pedidos a la mesa 8 y 9, lo sé... lo tengo~-

Le contesté con una sonrisa irónica, mientras tomaba las bandejas con los vasos humeantes. Me había equivocado con el señor Smith. Aunque al principio me intimidaba con su voz ronca y su bigote de fontanero, pronto descubrí que era un hombre divertido y soñador. Le gustaba bromear con los clientes y contar historias fantásticas sobre mundos imaginarios. Creo que era su forma de escapar de la rutina y el estrés de su trabajo. A mí me encantaba escucharlo, porque me hacía sentir que no estaba sola en mi locura.

Yo también tenía mis propios sueños. A veces, mientras preparaba los pedidos, me imaginaba cómo sería el mundo si hubiera algo más que lo que vemos. Alguna cosa que nos hiciera especiales, que nos diera un propósito. Algo más que no fuera tan cruel y violento como las máquinas y las armas que dominaban el planeta. ¿Qué tal si existieran civilizaciones ocultas en la Antártida? ¿O seres reptilianos que vivieran entre nosotros? Me encantaría conocer a uno de ellos y aprender sobre su cultura y su historia.

-Perdón por la demora, aquí tienen, un café descremado y un smoothie de fresa, ¡que los disfruten!-

Les digo a los clientes con una voz amable, pero sin mucha emoción. No me prestaron atención, solo se limitaron a darme las gracias y siguieron con sus conversaciones. No los culpo, yo habría hecho lo mismo. Después de todo no es como si me gustará entamblar una larga conversación, siempre me ha gustado más imaginar cosas, pero nunca tengo tiempo para explorarlas. ¿Qué pasaría si los fantasmas existieran? ¿Y si pudiera verlos o hablar con ellos? No lo sé, y tampoco me atrevo a averiguarlo. ¿Qué ganaría con eso? ¿Fama? ¡Ja! No es tan fácil. Además, ¿para qué quiero que me siga una multitud de curiosos que creen en una mentira? O en una verdad que al final destruirían con su escepticismo. Es muy complicado. Lo único que puedo hacer ahora es servir, limpiar y preparar café de todos los tipos y sabores. No me sirve de nada perder el tiempo en fantasías.

The Hidden WindowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora