Capítulo 2.

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Desde aquella noche, una sensación de cambio se había instalado en el aire, aunque no podía precisar qué era exactamente. El café seguía siendo el mismo, con su horario inmutable de cuatro a doce, sus clientes habituales y su rutina monótona. Sin embargo, había una excepción: el chico de aquella noche.

Se había convertido en un visitante regular, siempre ocupando el mismo lugar, la mesa del fondo junto a la ventana. Parecía estar en otro mundo, sus ojos miraban a través del cristal sin realmente ver lo que sucedía en el exterior. Sus pensamientos parecían haberlo atrapado en una burbuja de la que no podía, o no quería, escapar.

Pasaba el día absorto, observando la vieja ventana sin pronunciar una sola palabra, hasta que la oscuridad de la noche lo envolvía. Me preguntaba constantemente qué estaría pensando, qué secretos albergaría su mente, qué circunstancias lo habrían traído hasta aquí.

-¡Alicia!- La voz del señor Smith me arrancó de mis pensamientos. Era aquel gerente del café, un hombre regordete y cascarrabias que siempre parecía estar gritando por algo. A veces, me costaba contener la risa al ver cómo se le arrugaba la cara redonda cada vez que se enfadaba. Me recordaba a un perro pug enfurecido.

Miré al señor Smith, su rostro era una máscara de seriedad. -¿Qué ocurre, señor Smith?- pregunté, esforzándome por mantener un tono de voz inocente. Había terminado todas mis tareas: los platos estaban limpios y relucientes, la mesa brillaba como un espejo. -¿Hay algo más que necesite que haga?-

El señor Smith me miró fijamente. -Necesito que me escuches, ¿puedes hacer eso?-

Asentí, un poco sorprendida. -Por supuesto, discúlpeme. ¿Qué sucede?-

El señor Smith se aclaró la garganta. -El dueño de este café me ha convocado a una reunión esta noche. Parece que planea abrir nuevas sucursales y tenemos que prepararnos. Necesito que alguien se quede a cargo del local, ¿estás dispuesta? Es sencillo, solo tienes que cerrar a las 3:00 a.m. y te daré treinta dólares extra.-

Mi mente comenzó a calcular rápidamente. "Tres horas más tarde..." pensé con preocupación.

El señor Smith pareció leer mi mente. -¿Qué opinas? Solo es vigilar el local, a esa hora no viene nadie. ¿Te animas?-

Si había algo que detestaba eran las horas extra y los pagos miserables. El señor Smith podía parecer un personaje cómico con su barriga prominente y su bigote desaliñado, pero era un explotador. A veces pensaba en dejar este trabajo, pero ¿quién me contrataría con solo dos meses de experiencia? Además, necesitaba causar una buena impresión en este lugar horrible, creo que era la maldición que uno tenía al nacer: intentar ser aceptado por los demás.

La presión en el aire era palpable. Mi jefe me miraba con impaciencia, esperando mi respuesta. Sabía que no podía negarme, pero tampoco me gustaba la idea de quedarme sola en la cafetería hasta tarde. Sin embargo, sabía que tenía pocas opciones. La vida, a veces, es así de complicada.

Con un suspiro de resignación, finalmente cedí. -Está bien- murmuré, -Llamaré a mis padres y les diré que no me esperen. No quiero que se preocupen- Mi voz sonaba más cansada de lo que pretendía, pero la preocupación por ellos era genuina.

Él asintió con una sonrisa tranquilizadora. -Muy bien- dijo, su voz llena de autoridad. -Recuerda, no salgas de aquí por nada. Si necesitas algo, llámame. Te enviaré algunos mensajes para ver cómo vas- Su tono era serio, pero había un toque de preocupación en sus ojos.

-Sí, sí, claro- respondí con desgano, mi mente ya divagando. -Nos vemos luego. Que te vaya bien en la reunión- Mis palabras sonaban vacías, incluso para mis propios oídos.

The Hidden WindowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora