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Me apoyo en el alféizar de la ventana y suspiro, mirándola. Se pasa las manos por la cara, para apartarse el pelo de esta, pesadamente, estirada en una de las hamacas del jardín. No puedo evitar mirarla más tiempo del que debería, tiene el pelo algo enredado, pero sus rizos están más bonitos que nunca, son castaños, pero con la última luz del sol parecen de oro. Sus ojos verdes están envueltos en unas pestañas largas y negras, sus mofletes siguen abultando, rojizos, haciéndola parecer la persona más jodidamente adorable del mundo y su nariz sigue teniendo una curva perfecta, apuntando al cielo. Sus labios son igual de carnosos que siempre, pero ahora los lleva pintados de un color vino muy oscuro, sus ojos también están maquillados y esconde su cara de niña detrás de un delineado puntiagudo al final de su ojo. Va mucho más maquillada que la última vez que nos vimos y su cuerpo tiene más curvas, aunque sigue siendo igual de pequeña en estatura, su cuerpo se ve ligeramente cambiado, más adulto, de tramo más peligroso. 

Sonrío admirando como ha cambiado, y recordándome lo gilipollas que fui la última vez que hablamos. La vergüenza por todo lo que le dije me absorbe un poquito más, impidiendo que el pensamiento de pedirle perdón me cruce la mente. Ahora sabía que todo había cambiado, ella no podía confiar más en mí, aunque yo había abierto los ojos y había dejado de ser la persona materialista, orgullosa, hipócrita y altiva que había empezado a ser a raíz de mi fama apresurada, ella no lo sabía. Ella no sabía que Frank Cuesta me había hecho abrir los ojos con esa crítica; ella no sabía que ese viaje a su santuario me había hecho volver a ser ese Daniel que prefería pasar la tarde escuchándola tararear canciones a ese Plex que prefería un restaurante con vistas y un par de botellas de un buen champán; ella no sabía que durante cada día de esa vuelta al mundo había deseado encontrarla a la vuelta de la esquina, acompañándonos. Pero no lo iba a saber, porque no merecía que me perdonase por como la había tratado, y no esperaba dejarle opción a hacerlo. Solo me quedaba fingir seguir siendo el idiota y el déspota en el que me había convertido y que la había dejado escapar de mi vida. 

— Eras la primera en quejarte de mi nueva vida, pero aquí estás, disfrutándola. ¿No te parece algo hipócrita por tu parte?— Si no podía acercarme a ella en son de paz, tenía que hacerlo siendo un subnormal. Necesitaba tenerla cerca, aunque fuese siempre discutiendo.— ¿No me vas a contestar?— Le digo saliendo por la puerta, al jardín y tapándole el sol con mi cuerpo, haciéndola abrir los ojos, lentamente. 

— ¿De verdad quieres que te conteste? Mira, Daniel, será mejor que estas dos semanas tú estés por un lado, y yo por el otro, si no queremos acabar con la paciencia de tus amigos, o con toda la vajilla de tu casa, tirándonosla por la cabeza.—Asiento, ocultando una carcajada ante su comentario irónico.— Soy bastante más educada que tú, y como esta es tu casa y yo solo una invitada, solo sonreiré ante cada comentario borde que me hagas, y, simplemente, me iré de la habitación donde coincidamos, para evitar discutir, ¿te parece? 

—¿Educada? ¿Eso crees?—Le digo, queriendo seguir con la conversación, simplemente queriendo mantenerla en el jardín, oyendo su voz de pito que me volvía totalmente loco.— Mira, Júlia,— Decir su nombre me provoca un escalofrío.— no pienso coincidir contigo en ninguna habitación, porque te voy a esquivar a toda costa. 

—Me pones de los nervios.

—Así que te pongo nerviosa...—Digo con una sonrisa de lado. 

—¿Sabes? No, en realidad no. No me haces sentir nada más que ganas de mandarte a la mierda, o ganas de irme. Así que eso voy a hacer. Disfruta del jardín, estaré en la cocina, te aviso para que así puedas esquivarme más fácilmente. 

Soy un gilipollas. 

— Gracias por avisar.

Definitivamente, un gilipollas. 

Júlia recoge su libro de la tumbona y entra por la puerta, sentándose al lado de Jopa, con quien empezaba a hacer buenas migas. Yo, por mi parte, me siento en la tumbona donde estaba ella antes, respirando su aroma a vainilla y frutos rojos. 

—Yo no entiendo por qué la tratas así cuando has cambiado tanto en estos últimos meses, tío. Menúdo palmazo.—Adri. 

—Me porté fatal, se me piró la flapa, me crecí y la traté mal. Ahora no puedo permitir que deje de odiarme y me vuelva a coger cariño porque si un día vuelvo a crecerme no quiero hacerle daño. Punto. 

—Tio, has cambiado, has visto las cosas como son y estás arrepentido. Díselo, demuéstrale que vuelves a ser el Daniel que ella conocía. 

—Ya no soy ese Daniel, tampoco soy el capullo que fui, pero ahora soy Plex, y nada de lo que haga puede cambiar eso. No puedo permitirme volver a hacerle daño, Adri.

—Le haces daño fingiendo ser un imbécil, ¿lo sabes, no?

—Ya no. Ya le doy igual.

—Bueno, yo creo que podrías cambiar eso, solucionar las cosas, tío. No sabes lo difícil que se me hace estar entre dos bandos, entre mis dos mejores amigos. Pero es decisión tuya, eso sí. Piensa las cosas bien y no la vuelvas a cagar.—Dice y también entra por la puerta, volviéndome a dejar solo, a mí y mis pensamientos, que se contradicen en mi cabeza, la cual me empieza a doler. Miro por la ventana sutilmente y le veo a su lado, chinchándola, y nada me apetecería más ahora mismo que ser él. 


Cuando me quiero dar cuenta son las cinco de la mañana, hace tiempo que no duermo bien. Aunque evito el cansancio como puedo. Cuelgo el vídeo que me ha pasado Adri esta tarde y le envío varios clips que he acabado de grabar por correo, con el concepto "Vídeo para el viernes". Bajo las escaleras y me acerco a la cocina, a por un vaso de agua. Sentada en la encimera está ella, lleva las gafas algo caídas, un moño desordenado y un pijama algo ridículo. Un pantalón con unas setas rosas y una camiseta lisa del mismo color. Por la cara se le caen algunos rizos y sus manos envuelven una guitarra, que toca con suavidad, casi sin hacer ruido. 

Aunque intento volver a subir las escaleras para no molestarla, ella me ve.

—Daniel.— Me giro, ha dejado la guitarra en la isla de la cocina y ha bajado de un saltito de la encimera.— ¿Venías a la cocina? No hace falta que esquives nada. Ya me voy.

Me acerco a ella, que se acaba un vaso con una infusión dentro y lo pone a lavar, con prisas. Recoge unos bolígrafos de la isla y los mete en un estuche, cerrando la libreta donde solía componer y sujetando la guitarra con la otra mano. 

—Es tarde. Deberías dormir más, esas ojeras no son propias de ti, te flipa dormir.—Me dice con una sonrisita algo escondida en la oscuridad de la noche. Es cierto, solía ir a su casa y me quedaba dormido en su regazo mientras ella cantaba. Sus padres siempre nos hacían fotos, me pregunto si seguirán teniéndolas en los álbumes familiares o las habrán quitado después de lo que pasó.

—Quédate si quieres, solo venía a por agua.—Abro el grifo y cojo un vaso de un armario, llenándolo en silencio.— Últimamente me cuesta más dormir, no sé, tendré que acostumbrarme al horario, supongo. En la vuelta al mundo era una locura. 

—Ya, me lo supongo. Que guay que pudierais hacer eso, me alegro mucho, de verdad.—Susurra y su voz suena cansada, se rasca los ojos y parece una niña pequeña que está trasnochando.— Ten. Prueba si así puedes dormir y descansar mejor, anda.—Se pone de puntillas y se sube a una encimera con agilidad, cogiendo una taza de un armario alto y llenándola de una infusión que reposa, aún caliente, en la tetera. No sabía que teníamos una en casa, pero ella se las ha apañado para hacer una infusión.— Me ha sobrado bastante. A mí me sirve para dormir cuando estoy nerviosa antes de un concierto, a ver si te va bien. 

—Gracias. 

No puedo ser más subnormal. ¿Gracias y ya? 

—Buenas noches, Daniel.

—Buenas noches, Júlia. 

Doy un sorbo, está dulce, se ha pasado con el azúcar, como siempre. Sube las escaleras arrastrando las zapatillas, que le van grandes, como siempre. Ahogo un suspiro y reprimo una sonrisa antes de dar otro sorbo y acostumbrar mi paladar a su dulzura, otra vez. 


The Way You Say My Name-Yo Soy PlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora