4

346 20 0
                                    

Cuando oigo la puerta de su habitación cerrarse no puedo evitar apoyarme en la pared y suspirar. Respiro una y otra vez hasta que el cúmulo de lágrimas que empezaban a acumularse en mis ojos desaparecen. Recorro el pasillo hacia el lado opuesto en tres zancadas y media y entro a mi habitación. 

Tres zancadas y media, esa es la distancia que me separa de ella, la distancia que me impide ir y pedirle perdón. La distancia que parece eterna, inquebrantable e inalterable. Antes de cerrar la puerta Adri entra en mi habitación y  se sienta en el borde de mi cama, entonces, pacientemente, espera con los brazos cruzados a que me siente a su lado, con movimientos torpes y desconcertados. ¿Me había oído? ¿Había oído lo que había insinuado?

—Plex, tío. ¿Cómo puedes ser tan subnormal y cagarla tanto en tan poco tiempo?—Desde que Júlia había llegado a la casa yo también me preguntaba eso muy a menudo. 

—Tío, en serio, deja de joderme. Sal de mi habitación, no tengo ganas de esto ahora mismo.— Si pudiese darme un golpe en la cara, ahora mismo lo haría, veo como Adri se carcajea antes de tirarse de espaldas al colchón.— Adrián, sal.— Necesito estar solo para poder entender que coño se me pasaba por la cabeza para hablarle así, para entender la contradicción constante en la que vivía desde que la había visto llegar. Para entenderme. 

—Plex, tío, que no me voy a ir.—Me estiro a su lado, cansado de exigirle que se vaya.— ¿Me puedes decir si vas a dejar de hacerte el malo? A ella sabes que la sacas de sus casillas al minuto, ¿pero, a mí? Ya te digo yo a ti que no. 

—¿Quieres algo?

—Sí. Te quiero pedir que la ignores, me gustaría que volvierais a ser los mejores amigos, pero creo que eso es imposible, así que simplemente quiero que hagas como si ella no estuviese aquí. ¿Tan difícil es ignorarla?— Las palabras se me atascan en el nudo que tengo en la garganta, que cada vez me ahoga más. Me gustaría decirle lo jodidamente difícil que es mantenerme alejado de ella; lo difícil que fue dormir sabiendo que ella estaba a tres zancadas de mí; lo difícil que ha sido estar en tantos países, con tantas nuevas personas, viviendo tantas cosas distintas y sin olvidar un segundo su voz chillona, sus rizos ni su nombre; lo difícil que había sido encubrir y excusar el porqué su nombre se me escapaba con cualquier persona que me hacía reír o sentir un mínimo de emoción; lo difícil que era no poder dar las jodidas tres zancadas y media para pedirle perdón.— Entiendo que no puedas tener la relación que ella y yo tenemos ahora. Nunca más la vas a poder tener.— Sus palabras se me clavan en el estómago tan fuerte que tengo que incorporarme para no vomitar, me apoyo en la pared y, con la mirada perdida, intento escucharle, pero soy incapaz de oírle.— Plex, lo mejor que puedes hacer es alejarte de ella.—Adri se levanta de la cama y me da dos palmaditas en el brazo antes de salir de la habitación y cerrar la puerta. 

En cuanto puedo reaccionar cierro los ojos durante tanto tiempo que se me resecan, doy vueltas en la cama y noto como se me atascan las ganas de llorar en la garganta, tengo instalada en el estómago una incomodidad y un dolor que intento sacar tosiendo un par de veces, pero nada funciona. Levanto la cabeza y me aseguro de que mi puerta está bien cerrada, porque no podría soportar la vergüenza de que alguien me viese así de patético. Con el pelo revuelto, los ojos algo rojos y los brazos abiertos de par en par envuelto de sábanas mal tendidas. Siento que la cabeza me va a explotar y cada vez noto que mis músculos se tensan más y más, quedando totalmente agotado. La mezcla de cansancio acumulado de días anteriores y la tristeza que se asienta en mi pecho son un coctel molotov que hacen que, de un momento a otro, los ojos empiecen a pesarme tanto que no puedo hacer nada más que suspirar de forma entrecortada antes de dormirme. 

Cuando me despierto es tan tarde y está tan oscura la habitación que tengo que obligarme a parpadear un par de veces para entender dónde estoy. Alcanzo mi móvil, que en algún momento ha caído al suelo y miro la hora. He dormido durante toda la mañana y parte de la tarde. Me levanto de la cama rascándome la cabeza e intentando colocar los rizos de mi pelo tan bien como puedo. Debería ir a cortarme el pelo, últimamente apostaba por un corte mucho más corto y ordenado y empezaba a ser demasiado largo como para mantener cada mechón en su sitio.

Me miro al espejo un par de veces, mis ojeras han desaparecido y tengo la cara enrojecida y con marcas del colchón.

Abro la puerta de mi habitación, dispuesto a bajar, a comer algo, si es que lo hay, en la cocina. Antes de bajar las escaleras, oigo su voz, aguda y profunda. Solía avergonzarse de su risa cuándo éramos más pequeños, me pregunto si aún lo hace, me pregunto si aún recuerda lo mucho que a mí me gusta su risa.

Antes de que pueda darme cuenta, mis pies están bajando las escaleras, dirigiéndose al salón-comedor. Ella está sentada en el sofá, tiene la cara sonrosada y apoya su cabecita en su rodilla, mientras juega con sus pulseras con las manos. Lleva unos pantalones de chándal grises, algo antiguos y holgados y también una sudadera blanca tan ancha que no puedo distinguir su cuerpo.

En la mesa grande veo que hay varias cartas de un juego de mesa que no recuerdo y en la mesa más pequeña alguna que otra taza y un pintauñas rojo abierto. Adri está a su lado, con la cabeza apoyada en el hombro de Júlia y Krufy, Jopa y Borja charlan animadamente con ellos, entre risas. Me paro un par de segundos, y mientras analizo la situación no puedo evitar reparar mi mirada unos segundos de más en la mejilla de Adrián, que reposa cerca de su cuello. 

Cuando cruzo el salón todos me miran y dejan de hablar, ella tiene una mirada triste y algo resentida que le oscurece las pupilas. Adri tensa la mandíbula cuando me ve pasar y no puedo evitar reprimir una sonrisa al percatarme que ha apartado la cabeza de su hombro. Soy ridículo, me digo a mí mismo entrando en la cocina y sirviéndome un vaso de agua del grifo. Abro la nevera, en busca de algo para picar, pero solo distingo un par de cervezas, un zumo y medio limón.

—Te hemos dejado pizza, está en el horno.—Su voz se me clava en la espalda y me giro, admirando sus facciones, que se han suavizado un poco al mirarme.

—Vale, gracias.—Silencio.— Tengo mucha hambre... Menos mal que ha sobrado pizza.— Más silencio.—Vaya mierda que no hayan pedido de esa pizza tan buena, esta es una mierda en comparación.—Una risita. Una jodida risita. Al notar como se le encogen los hombros en una risa melodiosa que yo he provocado no puedo evitar ponerme nervioso, el vaso de agua se me resbala de las manos y tengo que dejarlo en la encimera con torpeza, se me enreda la lengua y me quedo sin palabras, viendo como sus mofletes se achicharronan hacia arriba.

—Creo que te han dejado esta porque nadie la quería. Está malísima.—Me contesta, sentándose a mi lado, en la encimera, junto al vaso de agua. Parece dispuesta a hablar.

—Ya, el karma, supongo que me lo merezco.—Murmuro, mirando uno de los trozos de pizza con algo de asco.—Júlia.—La llamo y apoyo a su lado en la encimera, mirándola a los ojos color abeto, color navidad. Las pecas que le adornan la cara parecen más brillantes bajo la luz blanca de la cocina, más artificiales. No puedo evitar recordar cómo lucen cuando les toca el sol, tan anaranjadas, tan delicadas, como pequeñas motas de luz que le chocan en la cara, como flores acabadas de florecer, que se abren con timidez, como estrellas, como miradas, fugaces. Con ella a mi lado, sentada en la encimera, parecemos el mismo tamaño, le cuelgan los pies y tiene las manos entre sus muslos, carnosos. Se relame los labios y me mira, entonces parece ver algo más que mis ojos marrones, algo más que mi pelo despeinado. Parece que me ve a mí, de verdad, sin capas, sin miedos y sin orgullo. Solo a mí. Como solía ser.

Antes de que pueda volver a abrir la boca aparece Adri en la cocina, cruzado de brazos. No puedo evitar chascar la lengua, con fastidio. Ha estropeado el momento. Me empujo de la encimera con los brazos y con una mueca de desagrado.

—Te llama Jopa.—Dice con seriedad. Una seriedad tan sobria que me da rabia, que hace que quiera gritarle que se vaya y que deje de perseguirla como si fuese un perrito, una rabia que me hace achicar los ojos y rechinar los dientes, una rabia que me tensa la mandíbula. Una seriedad que marca distancias entre Júlia y yo, una seriedad que marca la necesidad de recalcar que Adri no fue un capullo con ella, y que yo sí.

—Vale.—Contesto y me dirijo al salón, antes de salir de la cocina veo como Adri ocupa mi lugar a su lado. Como ya había hecho una vez antes. La oigo reír por algo que dice y me obligo a seguir caminando bajo la atenta mirada de Jopa al otro lado de la habitación. Tengo los puños cerrados, a ambos costados de mi cuerpo. 

—¿Qué has estado haciendo? No me has dicho nada de grabar.

The Way You Say My Name-Yo Soy PlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora