5

350 15 0
                                    


Dani sale por la puerta de la cocina, es tan alto como siempre, seguramente, pero el hecho de sentirme tan lejos de él hace que parezca un poco más alto siempre que le veo. Arrastra un poco los pies al andar, siempre lo ha hecho, antes solía corregirle diciéndole que su forma de andar era rara, pero creo que dejé de hacerlo en algún momento, tal vez porque sus pasos cansados me sacaban una sonrisa, tal vez porque me parecía sumamente tierno o tal vez porque en realidad nunca quise que cambiase su forma de ser. 

Adrián se pone a mi lado, justo en el lugar en la encimera que Daniel ha dejado libre. Nos miramos con una mirada algo triste, por algún motivo siento que nuestra tristeza es compartida, aunque no sé si realmente estamos tristes por el mismo motivo. 

—¿Qué cojones vamos a hacer con esta pizza si nadie la quiere?—Me pregunta, levantando un trozo de la pizza, con mal aspecto, en el aire, con una mueca de asco tan realista que no puedo evitar soltar una carcajada.

—Déjala ahí, literalmente la nevera está vacía y si seguimos así prefiero comerme esa pizza a tener que comerme a Borja.—Adri se pone a reír antes de dejar la pizza dentro del horno.— ¿Es que vosotros no hacéis la compra? ¿Habéis entrado ya al mundo de los famosos que tienen que salir disfrazados de casa? ¿O es que tenéis un mayordomo?

Adrián niega con la cabeza entre risas antes de darme un leve empujón. 

—No te burles de mí que soy el que más cocina aquí, los demás literal que no saben hacerse ni un huevo frito. 

—Bueno, ¿y a ti quien te enseño a hacerlo, Adrián?—Digo con una sonrisita, él levanta una mano y me apunta con su dedo índice. Recuerdo que un día, mientras Adrián y Daniel se quedaban en mi casa, un día a dormir decidí enseñarles a hacer un huevo. No tendríamos más de doce años, pero me parecía increíble que fuesen personitas tan poco funcionales. Recuerdo recogerme el pelo en un moño con un lápiz, ponerme el mandil de mi padre, que me quedaba enorme y subirme a un pequeño taburete para llegar al armario de las sartenes y al aceite. Mientras, un Adrián, algo más bajito y regordete, apoyaba su cabeza entre sus manos mientras les explicaba como romper el huevo. Daniel, que estaba siempre quemado por el sol y que siempre tenía una sonrisita burlona colgada de la cara, me miraba con una sonrisa por debajo de la nariz, intentando, sin mucho éxito, poner atención en mi explicación. 

Es ridículo lo melancólica que me estoy poniendo estos días, pero no puedo evitar que miles de recuerdos, que he tenido guardados en un rincón recóndito de mi mente por tanto tiempo, me hagan ponerme sensible. 

—Tendrás que hacerles alguna clase, Júls. 

Ahogo una carcajada y me bajo de un salto de la encimera, caminando hacia el salón. Adrián me sigue, en silencio, pero con los ojos entrecerrados, ¿se estará acordando de esa noche también?

Cuando llego al salón encuentro a Jopa y Dani sentados en el sofá hablando de algún vídeo que Daniel no ha podido enviarle aún. 

—Pero a ver, es viernes, algo tendremos que subir, ¿no? ¿Vamos a estar todo el fin de semana sin subir un vídeo?—Pregunta Jopa, algo alterado y con el ceño fruncido. El hecho de que vean tan impactante no subir vídeo en un par de días me hace sorprenderme.— ¿Tú que crees, Adrián?

—¿Yo? ¿Qué dice Plex?

—Yo necesito un descanso, chavales. Hemos subido vídeo casi diario después de la vuelta al mundo, necesitamos un momento para parar.—Las palabras de Daniel me sorprenden mucho, tanto que no puedo evitar que el rencor que me apretaba el estómago en un nudo opresivo se deshaga un poco. Nunca pensé que oiría algo así de él después de que esto se le subiese tanto a la cabeza. Supongo que el tiempo lo ha suavizado un poco.

The Way You Say My Name-Yo Soy PlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora