Capítulo 1~

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No sé si me he equivocado al elegir las plantas —le digo a mi madre, observando cómo mi experimento de blanquear cicatrices fracasa por décima vez.

—No, cariño, necesitas poner más romero y quitar un ojo de rana —me señala mi madre.

Le hago caso y, efectivamente, el efecto es inmediato en mi cicatriz, que escuece levemente, pero poco a poco se va disimulando.

—¿Lo ves? Mañana podrás empezar el camino que tu padre y yo elegimos, Alice —dice mi madre mientras recoge todos mis botes y libros junto a mí.

—Sí, pero aunque por fin podré formarme como curandera y ser vuestra ayudante de laboratorio, a veces siento que no soy suficiente.

—Lo eres, has practicado más que nadie —afirma mi madre, con una sonrisa en el rostro.

Es de esperar que una madre siempre haga creer a su hija que lo está haciendo bien, pero yo sabía, en el fondo de mí, que no era algo innato. Practicaba día y noche para estar a la altura de los demás curanderos que entrarán en la academia. Mi madre se llama Hada, mide 1,75 cm, y siempre señala esa característica de ella. Tiene el pelo tan brillante y bonito como el sol, una combinación perfecta con sus ojos. Su cabello es rubio, matizado con pequeñas mechas moradas; dice que es su color favorito. Mi padre, Jake, en cambio, tiene los ojos y el pelo muy oscuros. Su tono de piel es tan pálido que nos cuesta saber cuando no se encuentra bien. Mide 1,60 cm, es muy amable y atento, y destaca por su pelo liso, que le llega hasta las orejas.

Nuestro vínculo siempre ha estado basado en las palabras que definen nuestro amor: lealtad, comunicación, respeto y sinceridad. Desde que tengo uso de razón, hemos podido hablar sobre todo lo que se nos ocurría o lo que nos dolía en el corazón. Soy consciente de mi suerte.

Yo, en cambio, soy castaña, con raíces color miel, igual que mis ojos. Mido 1,58 cm y soy muy habilidosa en carpintería, mecánica y todo lo relacionado con herramientas, especialmente las afiladas. Pero mi verdadera pasión es la sanación de todo tipo. Poder ayudar a los demás, estudiar el cuerpo humano y sus posibles reacciones a los efectos de las plantas, el fuego o incluso los traumas; eso es lo que llamamos "sanación". La curación, en cambio, la entendemos como la sanación de las almas, las mentes y los cuerpos.

A mí me gustaría especializarme en una medicina que va más allá de todo esto, pero para ello debo destacar en todas las asignaturas cada año, pasando por diferentes exámenes tras mi graduación, y ser aprobada por un jurado supremo compuesto por hechiceros, curanderos y jinetes. Esta rama se llama "la sanación completa de nuestro legado", y solo es posible practicarla ingresando en la academia del linaje Alado. Es tan difícil llegar a obtener este título y estas habilidades que solo ha habido cinco personas que han destacado en esta rama. Ninguna de ellas está viva actualmente. No solo sanan todo lo mencionado, también tienen la capacidad de sanar a los antepasados de uno mismo, logrando que lo que arrastramos en nuestra sangre —nuestro legado— deje de pesar.

Aquí, donde vivo, en la Ciudad Esmeralda, se cree que los antepasados de las personas tienen el poder de aparecer en nuestros sueños, comunicarse con nosotros y arrastrarnos hacia el destino que hubieran deseado para nosotros. Yo no recuerdo haber tenido ningún sueño de este tipo, pero dicen que los antepasados no suelen aparecer hasta nuestro tercer y último año en la academia, cuando nuestras habilidades ya han florecido.

Ya es el día, el día en que pondré a prueba mis límites y habilidades.
La academia del linaje Alado es tan exclusiva que debes ser invitado para asistir. Deseaba tanto ingresar que por eso trabajé día y noche en la sanación. Hace tres meses recibí una carta completamente negra, con detalles en el sello de color rojo y un dragón, en la que se me extendía la invitación para realizar las pruebas. Si destaco en alguna de ellas, accedo de inmediato. Si fracaso, se acabarán mis sueños. Debo darlo todo.

Entre el cielo y el legadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora