Estaba sentada en la sala principal, tratando de asimilar todo lo que había pasado desde mi llegada. Las palabras del director aún resonaban en mi cabeza. "Lealtad, sacrificio y excelencia no son opcionales." Pero lo único en lo que podía pensar era en mi absurda resolución: seré tan buena sanadora que no tendrán más remedio que cambiarme de casa.
Era una idea ingenua, lo sabía. Pero con cada minuto que pasaba, sentía que mi lugar en los Jinetes era un error monumental.
El director, con su porte imponente y mirada afilada, se había girado tras su discurso de bienvenida. Creó un arco brillante de la nada, lo atravesó y desapareció en cuestión de segundos, dejándonos con la incómoda sensación de estar a merced de algo mucho más grande que nosotros.
El silencio se rompió cuando un chico se adelantó. Lion había dicho que este chico, llamado Nolan, un estudiante de segundo año, era el mejor en vuelo y que aprendiésemos de él, tenía un brazalete rojo en la muñeca, igual que el nuestro.
—Hola chicos —dijo con una sonrisa fácil, como si no estuviéramos todos al borde del colapso—. Por lo que veo este año somos quince. No está mal. Yo soy Nolan, estoy en segundo año como Jinete y os mostraré un poco cómo se juega aquí.
¿Jugar? Pensé, observándolo con incredulidad. ¿Acaso todo esto era un juego para él?
Nolan comenzó a guiarnos por los pasillos de lo que parecía un castillo gótico interminable. Las paredes de piedra negra reflejaban la luz tenue de candelabros flotantes, y cada rincón parecía susurrar secretos. Los techos eran tan altos que no se distinguía el final, y los pasillos tan largos y numerosos que mi intento de hacer un croquis mental estaba siendo inútil.
Nos detuvimos frente a un cuadro gigantesco de más de cinco metros de alto. Representaba a un hombre y una mujer de pie junto a dos dragones azules. Las criaturas eran majestuosas y aterradoras al mismo tiempo.
Nolan se acercó al cuadro, murmuró una palabra —"Royal"— y, ante nuestros ojos, el lienzo se deslizó hacia dentro, revelando un pasaje oculto.
Lo que había detrás me dejó sin aliento. Era una sala enorme que parecía un salón común, pero con la opulencia de un palacio. Una alfombra marrón cubría el suelo, rodeada por cinco sofás enormes que formaban un círculo en torno a una mesa central. En la mesa había mapas, papel, bolígrafos y un ajado tablero de ajedrez. El detalle más impresionante, sin embargo, era el mural que cubría toda la pared del fondo: un dragón blanco de proporciones épicas.
Majestuoso. Pero sigo pensando que los dragones son unos imbéciles.
—Bienvenidos a vuestro hogar —dijo Nolan, rompiendo el hechizo del lugar—. Al menos, hasta que no estéis más aquí.
Vaya motivación.
Nos mostró rápidamente las escaleras de caracol que llevaban a los dormitorios. Aunque eran anchas, cada escalón rechinaba bajo nuestros pies. Subimos hasta el tercer piso, y yo, como siempre, conté los escalones. Setenta.
—El primer piso es para los de tercero, el segundo para nosotros, y el tercero es vuestro —dijo Nolan mientras señalaba las puertas al final del pasillo—. Sólo hay siete habitaciones aquí. Como este año sois quince, las chicas estarán juntas en la última habitación del pasillo. Dos literas, cuatro personas. Los chicos se repartirán en las demás.
Hizo una pausa, y su tono se volvió más serio.
—Un consejo: no os encariñéis. En esta casa, no podemos darnos ese lujo. Este año sois la mitad de los que entraron el año pasado. Y cada semana, los números disminuyen.
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Entre el cielo y el legado
FantasyAlice, 19 años, casi curandera, amante de los animales y de la historia. Hija única pero muy mimada por sus padres Jake y Hada. Acaba de recibir su carta de admisión en la Academia del linaje Alado, donde deberá presentarse a tres pruebas para conoc...