Capítulo V - Almirante

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-Adiós Lyra, nos vemos mañana en la plaza del pueblo. -le dije a mi amiga, que me sonrió con dulzura.

-Claro Mayden, allí estaré. -respondió ella, mientras se alejaba.

Me quedé mirándola hasta que desapareció de mi vista, sintiendo una leve punzada en el pecho. Lyra era mi mejor amiga desde que éramos niños, y siempre habíamos compartido todo. Pero últimamente, sentía que algo había cambiado entre nosotros. No sabía si era amor, o solo una confusión de mis sentimientos. Tal vez era solo el efecto de la adolescencia, que nos hacía ver las cosas de otra manera.

Sacudí la cabeza y me puse en marcha hacia mi casa. El sol se estaba ocultando en el horizonte, tiñendo el cielo de naranja y rosa. El aire estaba fresco y olía a flores. Iba caminando por las calles de mi pueblo, que conocía como la palma de mi mano. Saludaba a los vecinos que me encontraba, que me devolvían el saludo con amabilidad. Todos me conocían y me apreciaban, pues era alguien tranquilo y educado.

Mi pueblo era pequeño y acogedor, rodeado de montañas y campos verdes. No había mucha actividad ni ruido, solo la paz y la armonía de la naturaleza. Me gustaba vivir aquí, pues me sentía cómodo y seguro. No necesitaba nada más que mi familia, mis amigos y mis sueños.

Llegué a mi casa, que era una modesta pero bonita construcción de dos pisos, con un jardín delantero y una verja blanca. Abrí la puerta y entré, dejando mis zapatos en el recibidor. Subí las escaleras y me dirigí a la habitación de mi hermana mayor, que estaba al final del pasillo. Toqué suavemente la puerta y entré, sin esperar respuesta.

-Hola, hermanita. ¿Cómo estás? -le pregunté con cariño, acercándome a su cama.

Ella me miró con sus grandes ojos azules, que parecían dos lagos cristalinos. Su cabello rubio caía sobre sus hombros, enmarcando su rostro angelical. Era una chica hermosa, que podía cautivar a cualquiera con su belleza. Pero también era una chica triste, que había perdido la alegría de vivir.

-Hola, Mayden. Estoy bien. -me respondió con voz suave, esbozando una leve sonrisa.

Ella estaba en silla de ruedas desde hacía dos años, cuando sufrió un accidente que le dejó paralizada de la cintura para abajo. Pero eso no era lo peor. Lo peor era que desde entonces, había entrado en una especie de estado de shock, que le impedía conectar con la realidad. A pesar de que reaccionaba a los estímulos y conversaba conmigo, parecía no estar en este mundo. Era como si su mente se hubiera refugiado en algún lugar lejano, donde no había dolor ni sufrimiento.

Yo era el único que podía comunicarme con ella, pues éramos muy unidos desde siempre. Yo la cuidaba y la protegía, pues era mi responsabilidad y mi deber. Nuestros padres habían muerto bajo circunstancias desconocidas, así que solo nos teníamos el uno al otro. Por eso, yo había renunciado a muchas cosas por ella, como ir a vivir solo en la ciudad mientras estudiaba en la universidad. Realmente no me importaba, pues ella era lo más importante para mí.

Le conté cómo había sido mi día, lo que había hecho en la academia, lo que había hablado con Lyra, lo que había visto en la tele. Ella me escuchaba atentamente, asintiendo o comentando de vez en cuando. Yo sabía que le gustaba que le hablara, pues así se sentía acompañada y querida. Yo también me sentía bien al estar con ella, pues era mi única familia.

Después de un rato, le dije que iba a preparar la cena, y que luego volvería a verla. Ella me dijo que estaba bien, y que me esperaba. Le di un beso en la frente y salí de su habitación, cerrando la puerta tras de mí.

Bajé a la cocina y me puse a cocinar algo sencillo pero nutritivo, como una ensalada y un pollo asado. Mientras lo hacía, pensaba en mi vida, en lo que había sido y en lo que podía ser. Me preguntaba si algún día mi hermana se recuperaría, sin embargo me detuve a pensar en que no recordaba cómo era nuestra vida antes de que ella quedara en ese estado.

Decompressed World (El Mundo Descomprimido)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora