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En el silencio de la oficina, Rantaro albergaba un amor secreto hacia su jefe, Wakiya, donde cada gesto y mirada encerraban un sinfín de emociones no expresadas. Sin embargo, esa conexión especial se veía constreñida a un mundo de palabras no dichas, de besos plasmados en papel. Rantaro sostenía en sus manos cartas llenas de cariño y confesiones, pero la frialdad de las letras en comparación con la calidez de un beso real lo dejaba anhelando más.
Aunque persistía en su amor, la distancia entre las palabras escritas y la realidad palpable comenzó a desgastar el lazo que los unía. Cada te amo en papel perdía su encanto frente a la necesidad de sentir esos mismos sentimientos concretados en besos reales. Rantaro, enfrentándose a una disonancia entre la tinta y la piel, empezó a cuestionar la sinceridad de esos mensajes que solo habitaban en un mundo bidimensional.
Finalmente, el amor de Rantaro comenzó a desvanecerse, desgastado por la ausencia de la realidad tangible. Descubrió que el papel, aunque portador de palabras apasionadas, no podía sustituir el calor humano ni la autenticidad de un gesto compartido. Aquellos te amo escritos en papel, una vez llenos de promesas, se desvanecieron en la realidad palpable, dejando a Rantaro con un simple papel carente del significado que él merecía, y con el amargo sabor de los sentimientos perdidos en la travesía desde las letras hasta la vida misma.