Mi abuela Estela

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Solía escribir por las noches, al candil de la vela y con el sueño apretándome las ideas. Dormía por las tardes y vivía de noche y mañana, siempre con la prisa susurrándome al reloj. Por ello, aprovechaba la madrugada para avanzar en mis tareas de la clase de Derecho Penal. Esa materia era la más tediosa y compleja, y el maestro Salas no ayudaba en absolutamente nada. Cómo todas las noches, me encontré frente a la vela, el lápiz en mano y el cuaderno esperándome. La casa estaba en silencio total, como cada noche. Mi abuela Estela se iba a dormir muy temprano. Tomábamos el café a las 9:10 pm, con exactitud, platicábamos un rato sobre nuestro día e íbamos a dormir, bueno, ella.

Aquella noche, una brisa fría apagó la llama de la vela que iluminaba mis labores. Enojado, busqué en la penumbra un cerillo y la encendí de nuevo; se volvió a apagar y decidí echar un vistazo al pasillo, buscando el motivo del apagón. De algún modo el viento se estaba colando por algún lado. Para mi sorpresa, la puerta de la habitación de mi abuela estaba entre abierta. Ella siempre cerraba su puerta y no salía, más que al baño y lo hacía casi al amanecer. Supuse que habría salido por agua, comida o yo que sé.

La intriga de saber por qué la puerta de mi abuela no estaba cerrada comenzó a comerme la cabeza, y a robarme la atención. Solté el lápiz, fastidiado, y salí del cuarto. Con justa razón, la intriga me paró de mi asiento; porque mi abuela no estaba en su habitación. La llamé, pero no obtuve respuesta alguna. Fui al comedor, pero tampoco la encontré, no había rastros de ella. Comencé a preocuparme, no estaba por ningún lado y no eran horas para salir de paseo. Era la primera vez que ocurría algo así, cosa qué me extrañó más.

Aguarde sentado en la sala, frente a la puerta. A las pocas horas llegó mi abuela, enfundada en su abrigo largo y grueso. La miré molesto, ella lo supo y sonrió con normalidad.

—Abuela, ¿Qué haces afuera a esta hora? Me tenías preocupado, no sabía dónde estabas—le reclamé-, pensé que te había pasado algo.

—Salí con doña Alba—dijo, nerviosa—. Vino a tocarme hace rato, su sobrino se puso malo y me pidió que lo inyectara

—¿Pero te tardaste tanto para una inyección?

Mi abuela asintió, quitándole importancia al asunto.

—Bueno...—dijo, sonriéndote—, ya sabes que me gusta platicar y ni cuenta me di. ¿Y tu? Ya deberías estar dormido, hijito—repuso, cambiando de tema.

—Por eso te decía que debemos ir a dormir ya.

La acompañé hasta su habitación y me aseguré de dejarla ahí, bajo las cobijas y con la puerta cerrada. Volví a mi cuarto y apague la vela, los nervios y el susto me habían quitado las ganas de hacer mi tarea; mañana, tendría que pelearme con el profesor Salas.

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⏰ Última actualización: Dec 21, 2023 ⏰

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El jinete de MontjüicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora