38. LA MÁSCARA CAE

126 17 33
                                    

El anochecer finalmente los sorprendió, todavía en la cama, desnudos, habiéndose entregado el uno al otro durante todo el día. Eranthos se sentía lleno de dicha, mientras ella descansaba sobre su pecho, relajada y adormilada. Nunca se habría imaginado que una mujer pudiera llegar a ser tan sensual como lo había sido Tiaris. Parecía haber abandonado todo miedo, pudor o culpabilidad. No podía amarla más de como lo hacía en ese momento.

Alguien llamó a la puerta, con suavidad. Los habían respetado todo el día, como era deseo de Eranthos desde que ella estuviera bajo su custodia. Si estaban reclamándolos, era que algo ocurría, y así lo presintió él. Se separó de Tiaris con cuidado de no molestarla. Ella apenas gimió, y siguió dormitando.

Eranthos se vistió con un pantalón y camisa, con rapidez, y fue hacia la puerta. Al otro lado lo esperaba Tuyer, con la expresión tomada por una oscura preocupación. Algo grave estaba sucediendo. Salió del dormitorio y cerró la puerta tras de sí, con cuidado. En la sala previa al dormitorio, junto con Tuyer, estaban cuatro de sus hombres y Dryas, a la espera de órdenes. Eranthos se puso alerta.

—Dos mil hombres de la guardia real rodean nuestro pabellón —comenzó Tuyer. Eranthos lo escuchaba serio—. Nuestros hombres están en formación, preparados.

—¿Algún mensaje?

—Quieren que acudas de inmediato al Salón Real. Exigen una reunión en la que llegar a un acuerdo.

—¿Un acuerdo? ¿Con dos mil hombres rodeándonos? —bufó Eranthos, que no se amedrentaba con nada—. Es un ultimátum. Preparaos, ha llegado el momento de que el mundo sepa la verdad sobre mí. Dryas, prepara mi uniforme, el negro. —El aludido asintió y fue a cumplir su cometido.

—¿Dónde está el escolta? Alguien se tiene que quedar con Tiaris. Tú vienes conmigo, y veinte myltarhos, no necesitamos más. El resto se queda aquí para proteger a la princesa —ordenó—. Manda ya un mensaje a las fronteras, que se preparan para un ataque inminente, y que la amenaza se haga evidente. Los voy a hacer temblar.

Tuyer afirmó con seriedad, y se marchó para dar las órdenes. Eranthos hizo una señal a Ulmer, que se acercó al instante, con fiero respeto.

—Ulmer. Te has encargado de la protección de la princesa, tu futura reina, hasta ahora. —Él asintió—. Esa seguirá siendo tu misión. Ulmer, hoy voy a hacer oficial mi verdadera identidad.

El soldado no comprendió, pero no dijo nada y esperó. Eranthos se quitó la camisa y le enseñó su costado. Los ojos de Ulmer se desorbitaron. Acto seguido, él, y los tres hombres que permanecían en la sala se arrodillaron en el suelo, e inclinaron sus cabezas hacia el suelo, en señal de absoluta sumisión.

¡Erkana tuy aronte! Servimos a nuestro rey Eranthos, y a los erisalos —dijeron al unísono, con la salva de respeto al rey.

—Levantaros. —Ellos obedecieron, y lo miraron con respeto—. Ulmer, como rey de Erisalo, te nombro protector de la reina. Algún día Tiaris será coronada como mi reina, mientras tanto, la servirás y protegerás con tu vida, como si ya lo fuera. Te encomiendo la tarea más importante para nuestro reino. Protege lo que más amo en este mundo. Si ella muere en mi ausencia, pagarás con tu propia vida, para seguir protegiéndola en Dhaztyas después de esta vida. Así lo ordena tu rey.

Erkana tuy minaltor—respondió Ulmer, arrodillándose de nuevo, jurando por su reina—. Serviré con honor, honrado de ser el elegido, majestad. Moriré por mi reina. La amaré y serviré hasta Dhaztyas.

—Confío en ti.

Eranthos se volvió para encontrarse con Tiaris por última vez antes de prepararse para esa reunión. Ella se había levantado. Se miraba al espejo mientras se peinaba, vestida solo con un fino camisón de seda. Se acercó hasta ella, embelesado, olvidándose por un momento de todo lo que iba a ocurrir. Ella le devolvió la mirada por el reflejo. Había, extrañamente, un profundo aire de tristeza en su rostro.

Una princesa para un rey --Completa--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora