Capitulo 9

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—Así que éste era tu dormitorio —dijo JungKook, observando las paredes en blanco y las superficies desordenadas—. Está un poco vacío.

—Mis padres temían que, si me dejaban tener una personalidad, mi homosexualidad empeoraría. —Me encogí de hombros y señalé la estantería—. Así que me limité a coleccionar libros de primera edición de Oscar Wilde y Walt Whitman. Mi pequeño acto de rebeldía.

—Eras un granuja —se burló—. Jin, lo siento mucho...

—No lo sientas —dije, levantando una mano en señal de protesta—. Ya es pasado.

—Claro —dijo, negando con la cabeza—. Dios, ¿cómo sobreviviste?

—Con alcohol. —Le levanté el vaso en un simulacro de saludo antes de vaciar el contenido y dejarlo sobre mi vieja mesilla de noche.

JungKook se rio y no pude evitar sonreír cuando el sonido se hizo eco en la habitación. No había habido muchas risas allí antes, y era agradable oírlas viniendo de él.

Ni siquiera había tenido la intención de enseñarle mi habitación, pero después de pasar por el despacho de mi padre para tomar algo, acabamos deambulando por los pasillos y, de alguna manera, me convenció para que le enseñara dónde dormía de pequeño.

Su sonrisa se borró cuando me miró a los ojos y una tristeza se apoderó de su expresión mientras daba un paso hacia mí.

—No quiero hacerte eso —susurró.

—¿Hacer qué?

—Causarte dolor. —Carraspeó y bajó la cara para mirar al suelo— . No quiero hacerte daño.

—No lo harás —le prometí.

—Pero ya lo estoy haciendo. —Volvió a mirarme y pude ver cómo se le llenaban los ojos de lágrimas—. No debería haberte besado.

—Lo sé —le dije, con las manos crispadas mientras luchaba por evitar que se acercaran a las suyas—. Pero no te culpo de nada, JungKook. Lo que dije aquella noche iba en serio. No tenemos que volver a hablar de ello. Puede ser sólo una de esas cosas. Pasó, no debería haber pasado, se acabó.

—¿Así de simple? —preguntó, con la comisura de los labios torcida en una sonrisa burlona.

—Así de simple —le prometí.

—Pero no se ha acabado —susurró—. Porque me consume. Todos los días. Todo el tiempo. Cierro los ojos y estás ahí. Puedo olerte en mi ropa, en mi piel. Te siento en todas partes.

—¿Todavía me quieres? —Le pregunté, la pregunta se escapó antes de que mi cerebro pudiera detenerlas.

—Creo que nunca dejaré de quererte —admitió.

—Sabes —di un paso hacia él, pero me detuve justo antes de llegar a tocarlo—. Puedes tenerme.

—No, no puedo —susurró.

—Sí —insistí—. Sí puedes. Nadie tiene por qué saberlo.

—Yo lo sabré —dijo, su mirada recorriéndome mientras su lengua se deslizaba para humedecer sus labios.

—Con todo lo que nos hemos pasado reprimiendo, esto podría ser sólo una cosa más —le ofrecí, extendiendo finalmente la mano y cogiendo su mandíbula con la mía—. Todo el mundo peca, padre.

Maldita sea... tenía razón. Yo tenía un fetiche con su título.

Y al parecer, a él le gustaba.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora