Capitulo 3

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El domingo por la mañana entré en la iglesia muy nervioso y sin saber muy bien qué hacía allí. El sermón ya había empezado y me decepcionó ver que ni siquiera estaba el padre Jeon en el altar. Era un sacerdote cualquiera, no muy atractivo.

Por un momento pensé en largarme, pero él me había pedido que viniera, así que quizá estuviera por algún lugar. No es que intentara impresionarle con mi amplitud o algo así.

Me senté en uno de los bancos del fondo e intenté obligarme a escuchar lo que el sacerdote decía sobre leones y corderos o algo así, pero al cabo de unos minutos me aburrí como nunca.

Saqué mi teléfono, me acomodé en el asiento y me puse a jugar a un puzle, con la esperanza de llegar al menos hasta que empezara la comunión y poder escabullirme sin que nadie se diera cuenta.

—Eso es una falta de respeto —me susurró un hombre al oído. Di un respingo y me giré para ver al padre Jeon sonriéndome desde detrás del banco—. Ven conmigo.

Me levanté del asiento y le seguí hasta el vestíbulo, luego por un pasillo y entré en un despacho. Me indicó que me sentara en una pequeña mesa que había en un rincón de la habitación, junto a un escritorio, mientras él iba a una pequeña nevera y volvía con dos cervezas en la mano.

—Esperaba que si venías hoy aprendieras algo —bromeó, destapó una de las botellas y me la tendió.

—Sí —le aseguré—. Aprendí que, si coges gemas del mismo color y las pones en forma de cuadrado, obtienes una llavecita con alas. —Cogí la cerveza y le di un largo trago—. También he aprendido que a los sacerdotes les gusta beber durante el día.

—No a todos —insistió—. Sólo a los guays.

—Ah, ¿así que eres un sacerdote guay en este escenario que tienes montado?

¿Estaba flirteando con él? Dios mío... ¿él estaba flirteando conmigo?

No. No, definitivamente era mi imaginación. Porque se veía muy guapo vestido de sacerdote. Así que mi mente se estaba aliando con mi libido para jugarme una mala pasada. Eso era todo.

—Sigo teniendo curiosidad por saber cómo lograste escapar del catolicismo —dijo el padre Jeon, clavando su mirada en la mía—. Los Kim han asistido a esta iglesia desde el siglo XIX. Tus padres eran devotos seguidores e incluso tu hermana y su familia asisten todos los domingos. Pero tú...

—Tengo mis razones, padre —respondí encogiéndome de hombros—. La mayoría de las cuales se reducen a no apoyar una religión que no me apoya a mí.

Dejé que eso quedara en el aire entre nosotros, preguntándome si era demasiado sutil para que él lo captara, pero entonces asintió, haciendo que su labio inferior se deslizara entre sus dientes mientras su mirada se entrecerraba. Se inclinó hacia delante y me cubrió la mano con la suya.

—Jin, si esa es tu única razón...

—No lo es —interrumpí, apartando mi mano y cogiendo mi cerveza para dar otro trago—. Pero es una jodida gran parte de ello. No entiendo cómo puedes entregar tu vida a una religión que cree que el alcohol, las drogas y el juego son geniales, pero que enamorarte de alguien te enviará al infierno.

—En primer lugar, la mayoría de nosotros no creemos que ser gay sea un pecado —espetó—. Así que no me eches en cara tus problemas con Dios.

—Vaya, no tengo necesariamente problemas con Dios, Padre. Mis problemas son con la religión.

—¿Así que tus problemas son conmigo? —preguntó, con los ojos brillantes y un tono de repente divertido.

—No contigo en concreto —insistí—. Sólo con todo lo que defiendes y en lo que crees.

—Oh, bueno, mucho mejor. Gracias por la aclaración. —Se rio y negó con la cabeza antes de beber otro trago de su botella—. La mayoría de la gente viene aquí en busca de consuelo. Es un consuelo saber que hay alguien ahí arriba que te cuida.

—Vale —dije—. Tal vez yo también tenga algunos problemas con Dios entonces. Las cosas aquí abajo están muy jodidas. Es difícil querer confiar en un Dios que permite que ocurran genocidios y que los niños mueran de hambre y.... no sé, hombre.

—Tal vez tenías razón —dijo JungKook finalmente, exhalando un suspiro—. Tal vez la iglesia no es para ti.

—¿Te encuentras bien? —Le pregunté—. Debe haberte dolido tener que decirle eso en voz alta a alguien. ¿Crees que te quitarán el collarín blanco?

—Que te den —dijo poniendo los ojos en blanco—. Créeme cuando te digo que tu incapacidad para sentarte en una iglesia dice más de ti que de mi habilidad como sacerdote. —Se acercó al escritorio que tenía detrás y sacó una tarjeta de visita—. Aquí tiene mi número. Si cambias de opinión, o si alguna vez necesitas hablar... ya sabes qué, llámame. Cuando quieras.

Vale, ¿eso era coquetear? ¿Me estaba dando su número o sólo... me estaba dando su número? Oh, Dios, ¿qué demonios me estaba haciendo? No podía permitirme hacer nudos por cada pequeña cosa que me dijera.

—Gracias —dije, tomando la tarjeta y deslizándola en mi bolsillo trasero—. Lo haré.

Me bebí el resto de la cerveza y me levanté, tendiéndole la mano.

Él también se levantó y estrechamos la mano, quedándonos los dos unos segundos más de lo necesario. O quizá también me imaginé esa parte.

—Que tenga un buen día, padre —le dije, obligándome a apartar la mano de la suya.

—Llámame JungKook —insistió—. Cuídate, Jin.

Asentí con la cabeza, me di la vuelta y salí, aguantando el pesado suspiro hasta que cerré la puerta tras de mí.

¿Qué demonios?

No podía... no podía enamorarme de un puto sacerdote.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora