CAPÍTULO 15: YA ESTAMOS TODOS

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Aquella carta, era una despedida. Y en cierto modo, Charlie lo hacía para siempre. En el trazo de sus palabras confirmé esa cierta esperanza por el futuro. Él también había llegado a comprender. Notaba su amargura al otro lado del papel, eso no lo podía negar. Sin embargo, pesaba más la dulzura con la que trataba de animarme a seguir hacia delante. A fin de cuentas, parecía haber llegado a la conclusión de que aquella decisión, la de irme a Kansas City con Sam y Terry, era la mejor que podía haber tomado. No pude saber exactamente qué era aquello que le había hecho cambiar de opinión. En fin: tampoco le di demasiadas vueltas. Me sentí bien unos minutos, aunque pronto, me invadió un sentimiento de culpa. Un pepito grillo que había estado oculto y tranquilo en algún lugar de mi cuerpo y que decidió hacer su aparición estelar en aquel momento. Charlie me quería, y yo le quería a él, el problema era que no estaba preparada para mostrárselo. Por eso, tristemente, tal vez incluso me había puesto las cosas más fáciles, al tener que irme bajo su silencio y su reproche. Así me había evitado tener que asimilar lo mucho que iba a echarlo de menos, lo mucho que lo quería.

Me enfrasqué en aquella carta durante días. La leía todo el tiempo: antes de irme a dormir, mientras me vestía... «Mira por donde vas, Ally, o al final vas a hacerte daño», solía decirme Martha. Incluso la leía cuando empezaron los ensayos para componer las canciones que formarían parte del disco que Sam quería grabar. Solía llevar la carta, doblada y manoseada, enganchada entre las cuerdas de la guitarra. Y la dejaba a mi lado con cuidado, antes de tocar los tres primeros acordes que Sam me había enseñado.

Sam siempre me dejaba una cajetilla de tabaco en esa mesita. Imagino que Charlie le había comentado que me gustaba fumar, que me relajaba y me ayudaba a concentrarme. Era un vicio horrible, puede. Sin embargo, en aquellos tiempos no nos lo parecía, y era muy normal fumar con mi edad. También que los adultos te dieran tabaco.

Un día, mientras releía la carta, sentada en la cenefa de la ventana de mi habitación, Casey tocó la puerta. Me pareció realmente extraño que tocase la puerta con tanto cuidado. Normalmente, y eso que llevaba solamente dos semanas viviendo con él, sabía que acostumbraba a ir de un lado a otro con tanta energía que solía olvidar el tipo de cosas como: llamar a la puerta, pedir permiso o mantenerse en silencio y esperar a que la otra persona respondiese, antes de continuar hablando. Así era Casey. Imagino que aquella mañana, él también se había percatado de que llevaba demasiados días aferrándome a aquel trozo de papel.

—¿Ally Storm? —preguntó asomando la cabeza por el umbral—. ¿Puedo pasar?

—Claro, Casey —sonreí sin soltar la carta.

—¿Qué haces? —Aunque era una pregunta retórica porque él ya lo sabía. Le mostré la carta agitándola en el aire—. ¿Lo echas de menos?

—¿A quién? ¿A Charlie? —respondí con fingida despreocupación. Casey sonrió con gentileza y se acercó despacio. Colocó una sobre mi hombro, obligándome a agachar la cabeza. Notaba mis mejillas arder. Sin duda, no estaba preparada para hablar de todo eso.

—Enfrascarse en palabras y zambullirse en ensoñaciones es bueno, Ally, pero la vida sigue. Martha y... bueno —dijo rascándose la nuca—, y yo estamos aquí. Somos de carne y hueso. —Alargó la mano para sujetar la mía y la llevó a su brazo—. ¿Lo ves? Soy real. —Después llevó mi mano a mi rostro, dejando que mis dedos acariciasen mi mejilla—. Y tú también lo eres.

—Charlie también es real —susurré muy suave. No pensaba llorar delante de Casey.

—Sí, lo es, y siempre lo será. Y estará en Loch Lloyd cada vez que quieras ir a verle —explicó encogiéndose de hombros—. ¿Por qué no haces una cosa, Ally?

—¿Con qué?

—Con la carta. ¡Tengo una idea! Ven. —Me arrastró hasta la sala de ensayos y me dejó ahí. Después salió por la puerta y volvió unos minutos más tarde, con un marco vacío en su mano—. Ya sabes lo que tienes que hacer.

En Busca de Ally StormDonde viven las historias. Descúbrelo ahora