¿Hadas y Puertas?

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Bajo el manto nocturno del bosque, Yeri y Edward se aventuraron audazmente más allá de los límites familiares, explorando terrenos que generalmente se reservaban para paseos más sosegados. La oscuridad abrazó cada rincón cuando el reloj marcó las 12:33, y la fatiga comenzó a imponerse en sus pasos, urgiéndoles a buscar resguardo.

Edward, agudo ante la creciente oscuridad y el cansancio que pesaba en sus extremidades, propuso con cautela la necesidad de hallar un refugio. Aunque Yeri inicialmente resistió la sugerencia, el discernimiento pronto iluminó su rostro, comprendiendo la sabiduría de descansar y protegerse en ese momento. La noche se desplegaba, y la densidad de la maleza boscosa se intensificaba, envolviéndolos en una penumbra intrigante.

Habían recorrido aproximadamente 10 kilómetros, la mitad desde el pueblo hasta el bosque y la otra mitad internándose en su espesura. Con firmeza, Edward guio a Yeri hacia un árbol peculiar, de hojas blancas y un tallo carmesí. Al llegar, Edward posó su mano sobre el tronco, revelando una apertura mágica en la corteza. Esta se desplegó ante ellos, dando paso a un espacio donde criaturas asombrosas con alas danzaban en un festín de colores y luz.

Diálogo de Yeri: (asombrada) "¿Hadas y puertas divinas? ¿Todo esto es real?"

Edward, con una sonrisa sutilmente disimulada, respondió, "Sí, Yeri. Las leyendas y mitos del bosque no son simples quimeras. Hay mucho más en este lugar de lo que nuestros ojos perciben. Los ancianos de nuestro pueblo no han mentido; el bosque guarda secretos para protegernos."

Ambos ingresaron con movimientos cuidadosos, respetuosos de las hadas que danzaban en su reino mágico. Se acomodaron y, envueltos en la atmósfera encantada, descansaron durante casi dos horas. El silencio del bosque, entrelazado con el suave susurro de las hadas, creó una sinfonía única.

A las 2 am, despertaron, sintiéndose revitalizados para continuar la búsqueda de Ruby en la penumbra del bosque.

La inquietud se palpaba en el aire mientras Yeri y Edward, moviéndose en una sintonía silenciosa, exploraban los intrincados rincones del bosque. La preocupación en los ojos de Yeri contrastaba con la concentración férrea de Edward, quien escudriñaba cada rincón en busca de pistas que pudieran conducirlos a Ruby, la intrépida niña de 14 años que se había aventurado en este mundo de sombras y misterios.

Entre arbustos y agujeros, árboles de pequeño tamaño y cuevas deshabitadas, Edward desplegaba su experiencia como cazador, evaluando cada rastro y posibilidad. En su mente, la preocupación se mezclaba con la trágica sospecha de que Ruby pudiera estar en peligro o, peor aún, perdida para siempre. Aunque las demás aldeanas insinuaban sombríos destinos, Edward se aferraba a una chispa de esperanza.

El recorrido los llevó a las orillas de un lago donde se erguía una choza abandonada, una estructura desvencijada y ajada por el tiempo, con paredes hechas de troncos desiguales y un techo de paja que amenazaba con ceder en cualquier momento. Las maderas, desgastadas por la intemperie, dejaban espacios entre sí, permitiendo que la fría brisa nocturna se filtrara sin restricciones. El ambiente dentro de la choza era denso, cargado de un olor a humedad y madera en descomposición.

En su interior, Ruby yacía en un rincón, un colchón raído y polvoriento bajo su cuerpo maltrecho. Alrededor, pequeñas criaturas nocturnas corrían de un lado a otro, buscando refugio en los recovecos oscuros de la choza. La iluminación provenía de una débil luz lunar que penetraba tímidamente a través de las rendijas en las paredes.

Las heridas de Ruby, visibles ahora en la tenue penumbra, pintaban un cuadro desolador. En sus piernas, cortes y magulladuras revelaban los rigores de su travesía, y un moretón en el brazo izquierdo destacaba en contraste con su pálida piel. Un rasguño en la frente, que se intuía haber sido causado por una rama o superficie áspera, completaba el cuadro de sufrimiento.

La luz titilante de la lámpara que Edward portaba acentuaba los detalles grotescos de las heridas de Ruby. La piel, en algunos lugares, mostraba signos de inflamación, mientras que los cortes, aunque superficiales, dejaban ver la realidad de su odisea. En ese momento, la crudeza del bosque se manifestaba en la figura indefensa de Ruby, con su vulnerabilidad iluminada por la luz parpadeante y su respiración entrecortada.

Diálogo de Yeri: (con voz temblorosa) "Oh, mi pequeña Ruby. ¿Qué te han hecho estas sombras del bosque?"

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