II.

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Al día siguiente el esclavo de Sol pudo regresar a la gran habitación. Le sorprendió que Theobald no le recriminó nada acerca de lo sucedido con Varsek; no supo si bajo amenaza del Príncipe o no, pero por fin durmió en paz.

Lo malo fue que se corrió el rumor de que había pasado la noche con el Príncipe, desterrando por completo al esclavo de Luna, y todas las miradas llenas de odio dirigidas hacia él le incomodaban y lo acosaban a todas horas del día. Nadie sabía con certeza si era cierto -no lo era- pero todos se indignaban al creer que un feo y sucio esclavo de sol había estado entre el cuerpo y la cama del Príncipe.

Días después se enteró de que el rumor lo había iniciado Adham, el esclavo de Luna de aquella vez.

Había corrido los chismes con toda la intención de que despreciaran o recriminaran a Roier. Y estaba funcionando. Sin embargo, al pequeño esclavo de sol no parecía afectarle demasiado, al menos eso intentaba, pues había decidido enfocarse en sus tareas e ignorar las miradas que no hacían nada más que juzgarlo.

Sus tareas eran sencillas, tal vez por su menuda complexión: cortaba las flores para los adornos de las mesas y en las esquinas de los pasillos, recogía los frutos de los árboles del jardín de la Reina, pulía la vajilla, ayudaba en la cocina...

𖤓☾

La celebración del cumpleaños de la Reina Bianca se acercaba. Era la mujer más querida en el Reino, tanto por la Corte, los esclavos y el pueblo. Cada año se organizaba una gran fiesta y el Palacio abría sus puertas para que los plebeyos celebraran en el jardín mientras que la realeza dentro de la gran sala con los tres tronos en alto.

Todos los esclavos y sirvientes estaban agitados limpiando y ordenando aquí y allá.

A Roier y a otra esclava les habían ordenado recortar más flores del jardín para la decoración, quitando las espinas, formando ramos y atándolos con listones rojos.

La noche más esperada por todos llegó y a los esclavos se les otorgó un velo dorado con un bonito broche de rubí al hombro, brazaletes en muñecas y tobillos y brillos en el cuerpo. Eran adornos. El reino de Leatris se caracterizaba por tener los esclavos más hermosos y de cuerpos sublimes sirviendo con cálidas sonrisas a los invitados. Era un paraíso de bellas curvas y piernas torneadas.

A Roier le entregaron una bandeja de plata con diez copas, pues serviría en el Palacio mientras que la otra mitad de los esclavos les tocaba atender en el jardín.
Un conjunto de músicos tocaba alegres melodías. Roier adoraba el sonido de los violines, el laúd y de la lira acompañados en sintonía, que de vez en cuando movía sus caderas cuando nadie lo veía.

Al menos eso creía.

— Debí decirle a Theobald que te incluyera con los bailarines, no deberías estar repartiendo copas —la voz sonora y ronca del Príncipe se hizo presente detrás de él. Roier volteó enseguida y las copas se tambalearon sobre la bandeja. Cellbit tomó una y llevó el rico licor a sus labios, interrumpiendo por un momento su sonrisa.

— No estaba bailando, alteza. —se sonrojó.

— ¿Ah, ¿no? Me parece que ondear esa bonita cintura que tienes es bailar. Al menos en este Reino —guiñó— , al menos para mí.

El Príncipe estaba vestido con un traje blanco y destellos rojos, botas de piel hasta las rodillas y un pañuelo dorado en el bolsillo a la altura del pecho. Los colores del Reino de Leatris. Su cabello estaba trenzado y atado en un delgado listón y los anillos relucían en sus manos blancas y grandes.

Esclavo de Luna || GuapoduoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora