Una Historia de Amor I.

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Había un caballo blanco y otro negro dirigiendo el carruaje hacia el Palacio.

Tenía los dedos de sus manos entrelazados sobre su regazo y sus pulgares jugueteaban con la tela del velo que se anudaba ajustadamente a la curva de su cintura. Era de un color celeste escogido selectivamente a juego con el color de los ojos del Príncipe. Margaret le había dicho que ese color era uno de sus favoritos y que no había duda en que atraería su atención.

Sus pestañas rozaron con sus mejillas tímidamente mientras observaba por la comisura de sus ojos a todos los esclavos con los que compartía el carruaje.

Jóvenes y hermosos, tan distintos entre sí, pero todos concordaban en una belleza única y pletórica: pieles oscuras que brillaban con el sol, pieles doradas que recordaban el sabor de la miel y pieles tan blancas, inocentes como las nubes.

Había otros dos carruajes delante y atrás del suyo, donde también iban esclavos adornados con flores alrededor del cuello, con brillos sobre los hombros, aceites que dejaban un exquisito aroma sobre la dermis y los más refinados se colocaban perlas sobre el cabello.

Roier regresó la vista a sus delicadas manos. Nunca había aprendido a barrer, a fregar o a cocinar porque su madre siempre tuvo la esperanza de que su hijo sería un esclavo de Luna, también
Margaret lo creía. Sin embargo, los nervios le carcomían el estómago.

Observaba a cada uno de los esclavos con los que había convivido por un tiempo, aprendiendo las formas correctas de tratar a un Príncipe, memorizando coqueteos sutiles, ondeando caderas seductivamente y practicando las posturas más placenteras durante la intimidad que al Príncipe le encantaban para ser elegidos.

Al ver a cada uno de ellos, una pizca de esperanza se apagaba en su interior. No podía dejar de compararse con los demás, pensaba en que él no tenía los ojos más bonitos ni los más provocadores, en que su cabello no brillaba tanto y que tampoco tenía ninguna perla qué usar.

Era una competencia despiadada donde sólo seleccionaban a tres esclavos de cama y los demás regresaban con sus familias a trabajar en el campo de comerciantes o terminaban sirviendo al palacio y a su gente como sirvientes.

Y las probabilidades de que lo escogieran a él, eran muy bajas.

— Escuché que el Príncipe prefiere el cabello como el oro. —dijo una muchacha rubia frente a él.

— Le gustan los esclavos altos, los de la primavera pasada fueron todos igual de altos que él. —contestó otro.

— Se rumora que este año va a escoger sólo mujeres, pues el Rey busca una concubina...

Todos los comentarios eran sobre el Príncipe y sus gustos de elección, y Roier jamás en todo el trayecto escuchó uno que cumpliera con el tono de su piel, con la figura de su cuerpo o el color de sus orbes.

Juntó las rodillas y se giró sobre el asiento. Recargó su cabeza sobre el dorso de la mano y decidió despejar su mente repasando los consejos que Margaret le había dado antes de partir:

— "No le gusta que lo abracen, si él lo hace mientras duerme, trata de no moverte pues odia ser despertado por un esclavo. No lo rasguñes y trata de no hacerle marcas sobre la piel ni con la boca ni con las uñas, es algo despectivo y es un signo de posesividad que detesta. Tampoco pases mucho tiempo fuera de su cama, al Príncipe no le gusta dormir solo, está acostumbrado a tener un cuerpo caliente desde que tenía trece años —dijo la mujer mientras le ataba el velo a la cintura— . Y lo más importante mi Roier, espéralo en la cama cuando él te diga con la marca de la Luna a la vista. Ya otros esclavos de Sol han intentado engañarlo."

Esclavo de Luna || GuapoduoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora