Sorpresas amargas

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Definitivamente el destino es una perra. Las coincidencias apestan y esta es una clara prueba de ello.

Ye Ji revolotea por todo mi salón acomodando todo para la llegada de su papá. Velas aromáticas, mi mejor vajilla  y un pulido mantel que ella misma trajo de su otra casa.

En definitiva, se muestra deseosa de asombrar a su padre, y el panorama es tres mil veces mejor que mis pasadas e improvisadas citas donde lo único realmente trabajado era la bebida, es decir, el vino.

—¿Deberíamos servir la cena ya? pero ¿y si se enfría? —la duda carcome sus ojos— mejor esperemos.—se responde a sí misma. Dejo escapar una corta e inaudible risa.

Viste unos leggins morados y una camiseta tricolor con un emoji vomitando arcoiris. Si no fuese por su cabello y la palidez de su piel, Ye Ji sería una doble del señor Suh, de eso no hay duda. Pero ella sigue en su mundo, hablando consigo misma, absorta de mi mirada fija en ella y el sonido que retumba de pronto por todo mi apartamento. Viene de su horripilante mochila con alas de murciélago.

—¡Ye Ji!—la llamo—el móvil.

Con premura (y podría decir que hasta emocionada) se avalancha contra mi sofá y responde al cuarto toque. Todas sus respuestas consisten en un "sí" o un "no" hasta que cuelga.

—Era mi papá.

—¿Qué te dijo?—pregunto no muy interesada. Me entretengo deshaciéndome de la trenza que recoge mi cabello.

—No mucho, tan solo que en unos tres minutos llega y que ha comprado bastante soju.

—¿Soju?

Ella asiente mientras sigue acomodando la mesa lo mejor que puede.

Hundo mi mente en cavilaciones en tanto que peino con mis dedos las hebras ahora sueltas de mi melena alcoba. Me hundo en mis pensamientos, unos sin sentido que remueven una y otra vez una pequeña espina en mi corazón. La melancolia la he dejado de lado, esta noche no debería pensar en otra cosa más que en el espacio que me ofrecen Ye Ji y el señor Suh en su vida.

Es una sensación desconocida la que siento cada vez que observo a Ye Ji canturrear mientras saca platos y vasos de la alacena. Por primera vez en mis veintidós años me siento acogida, bienvenida a los brazos de gente que considero una familia. Ajena, pero una pequeña y unida familia.

Cavilo. A lo mejor Jeon tuvo razón cuando me dijo que mi absurdo papel como heroína era un fracaso. Siempre lo fue, de hecho. Odio las injusticias, me rebelo siempre que veo alguna y resuelvo como puedo los problemas que no me incumben pero me afectan. ¿A quién no le fastidian? ¿Es que acaso alguien vive feliz bajo un entorno hostil, injusto y con sucesos inmerecidos? Jeon Jungkook es un resentido con la vida que no merece mi desconsuelo ni mi quebranto.

Intenté buscar una vana luz, algún destello que me mostrase la humanidad  en él, y a penas me voy dando cuenta que es inexistente y algo imposible de encontrar. ¿Por qué me empeñé tanto en distorsionar una realidad inmutable? Es un hecho que él y yo no somos compatibles. Ni Hades con todas sus oscuras cualidades pudo lograr cautivar el corazón de Perséfone, al menos, no completamente. Ella era claridad y él todo tinieblas. Él ensombreció la luminiscencia que Perséfone irradiaba, pero yo no pienso permitir que nadie apague mi propia luz. Nadie. Nunca.

Estoy tan abismada en mi propia mente que a penas percibo el agudo grito que Ye Ji suelta de un de pronto. Y no es hasta que se me acerca corriendo que aterrizo en mi presente y dejo de lado mis cavilaciones.

—¡Ya llegó!—me grita emocionada.

Y solo entonces escucho el timbre de mi hogar sonar.

Me hallo apoyada contra la nevera, en el pequeño compartimento que compone mi cocina, separada del salón por una estrecha puerta corrediza.

El señor Suh es lo primero que escucho.

—Pasa hombre, no seas tímido. Digo, no es mi casa pero es como si lo fuera.

Se oyen pasos. ¿Trajo un invitado?

Junto mis cejas cuando escucho risas. Parecen continuar hablando con las risas del señor Suh de por medio, así que decido que es hora de salir de mi guarida (a.k.a mi cocina) no sin antes tomar uno de los platos servidos para llevarlo a la mesa.

Abro la puerta con cuidado y me encamino por el pasillo mirando cautelosamente el movimiento de la sopa con cada paso que doy.

—Un riquísimo plato que mamá me contó que es tu favorito. —oigo a Ye Ji decir en cuanto me acerco a la sala — Típico de tu ciudad, papá.

Escucho cubiertos chocarse, sillas recorrerse y cajones abrirse. Al llegar, continuo con mis ojos pegados al plato, arde en mis dedos y procuro no andarme con prisas cuando me voy acercando a la mesa.

Pero entonces, alzo la mirada, y, Oh Dios, me arrepiento al instante.

Sentado en el suelo porque mi mesa está diseñada para comer desde ese sitio, observo perpleja la figura de Jeon junto al señor Suh y Ye Ji. En mi casa, bajo mi techo, en mi mesa y a punto de cenar con nosotros. ¿En qué momento aconteció esto?

—Si mi niña lo ha preparado, entonces estás a punto de degustar tu paladar, Jeon, eso te lo aseguro.

Que el señor Suh apachurre a besos a Ye Ji queda en segundo plano cuando mis orbes quedan clavados en la profundidad cóncava que representa la mirada de Jungkook. Se muestra igual que siempre, indiferente a aquello que sus ojos captan, sin embargo, puedo decir con certeza que al igual que yo, él también se halla desconcertado cuando me ve.

Viste una franela gris, es la primera vez en estos siete meses que lo conozco  que no le veo en tirantes o ataviado con su mono manchado de aceite. Se ve... distinto. Ese aura enigmático ha desaparecido, no al completo, pero ya no desprende tanta antipatía, al menos.

Noto un revoloteo invadir mi pecho, a la izquierda, justo sobre el órgano que no para de latir casi desenfrenado, como un galope insistente que desemboca a un cosquilleo interno. No soy muy consciente, pero siento que mis manos tambalean y, con ello, también lo hace el plato hondo que sostengo. De un momento a otro, aún absorta en la mirada de Jungkook que nunca me abandona, siento unas gotas caer a mis pies. Pero no me muevo. Por lo menos no lo hago hasta que Ye Ji ocupa mi campo de visión.

—¡Aish! Estás derramando mi comida, Lisa, ¿que no te das cuenta?

Quita de mis manos el plato y es ella misma quien lo posiciona en su sitio. Solo así caigo en cuenta que lo que me mojaba era la sopa. He manchado mis calcetines ¡qué fiasco!

—Siéntate Lisa, que el caldo se come caliente. —me dice el señor Suh frotando sus manos, las piernas las tiene escondidas bajo la mesa donde tengo instalada una estufa.

Le asiento y sé, por el único lugar libre en la mesa, que en toda la noche no podré alzar la cabeza.

—Espero que no te moleste que lo haya invitado.—menciona el señor Suh, sentado en la esquina— No sabía de qué otra forma poder disculparme. Espero que esta humilde cena pueda enmendar todo, ¿verdad Jeon?

Suspiro. Muerdo mi labio inferior y me atrevo a levantar la mirada al frente, donde me topo, de nuevo, con los ojos ennegrecidos de Jungkook observándome fijamente.

No ha dejado de hacerlo desde que me he sentado.

If you© || LizkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora