Parte uno [1/2]-Editado.

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Una de las cosas que Akashi más anhelaba por las mañanas, era el sentir la presencia de su persona sin necesidad de abrir los ojos, como si nada más el rozar la yema de sus dedos con la cabellera ajena, desgreñada por el contacto de las almohadas y el movimiento, fuese suficiente para apaciguar el deseo de asegurarse que seguía allí, consigo, como todas las demás veces. Ese amanecer no fue distinto en lo absoluto: un suspiro de cansancio a pesar de haber dormido un par de horas por sobre el límite que él mismo se había impuesto, dio media vuelta, y estiró el brazo izquierdo hacia el lado contrario; sin embargo, para su sorpresa, no hubo tacto. No sintió la exquisita piel lisa que lo distinguía de cualquier otro pedazo de hombre, ni el revoltijo de mechones aun avisándole que no le había apetecido despertar. Nada. La cama estaba vacía.

—¿Tetsuya?

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—Murasakibara-kun, por favor, prueba esto. —El más bajo de ambos extendió el cubierto, colocándose cómicamente de puntas de pie para tratar de alcanzarlo.

Si bien Atsushi era completamente capaz de inclinarse lo que fuese indispensable, el gesto contrario se le hizo tan... ¿adorable? Gracioso, mejor dicho, que decidió quedarse de pie, sin ayudarle en lo más mínimo para ver hasta dónde lograba llegar. Sus labios se curvearon en una sonrisa de lado, burlesca, y bufó: —Si no pones la cuchara en mi boca, no te haré el favor~.—Señaló la misma con el índice, abriéndola para sacarle algo de pica antes de que optara por probarlo él solo. La comida en la olla se veía tan malditamente apetitosa, que sus papilas gustativas no tardaron en trabajar más rápido que de costumbre, simulando el sabor de cada ingrediente derretirse dentro suyo.

Debía ser fuerte.

O eso creía. Como siempre, su plan se vio irrumpido por la poderosa fuerza de un desayuno recién preparado y el aroma inundando sus fosas nasales. Ya luego podría molestar a Kuroko con su altura; la comida no podía esperar.

Como si el humo de la carne hubiese encendido un interruptor dentro suyo, se agachó hasta tener la cuchara en su boca, calentando las paredes de la misma. No sabía de dónde se le había podido ocurrir preparar guiso tan temprano, pero lo agradecía desde lo más profundo de sus entrañas. Le pediría a Himuro que hiciera lo mismo para él de ahora en adelante.

—Está muy bueno, Kuro-chin. —Arrastró las palabras como si le costase pronunciarlas y levantó ambas cejas, gustoso. El sabor de cada condimento parecía independizarse y perderse con su saliva, arrancándole un suspiro placentero. En momentos como ese era inevitable envidiar a Akashi. —¿Me darás más?

—Esperemos a que Sei despierte primero.

Murasakibara gruñó; realmente era envidia.

—Aka-chin parece el rey de la casa...

Tetsuya soltó una pequeña carcajada, tentado por la absurda realidad que un mísero comentario impulsivo podría abarcar. Tapó la olla caliente, y se humedeció las manos con las gotas que seguían cayendo del lavabo. Quería descansar.

—Bueno, algo así. Él es...—Sonrió sin poder evitarlo. Siempre era así, sin querer dejarlo salir, pero sin impedir demostrar lo que ella significaba cuando ya estaba fuera. —Es como...

Esta vez no fue una sonrisa la que le obligó a callarse. El timbre interrumpió su pequeña declaración en el segundo preciso, como si quien fuera que estuviese detrás de la puerta principal hubiese esperado hasta el momento justo donde debería echarlo a perder, y sí, funcionó.

—¿Quién es?

—Oye, idiota. Está preguntando.

—¿Eh? Responde, tú tocaste.

"Los celos de mi Emperador"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora