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Inuyasha levantó el rostro y sonrió, aún con las manos en los húmedos pechos de la azabache. Kagome se derritió ante aquella sonrisa orgullosa, maliciosa y socarrona. La sangre de demonio recorría sus venas, y ella quería sentir lo que significaba ser la mujer de un youkai cuanto antes.
Llevó dos dedos hasta su boca y los humedeció. Sin dejar de mirarla, bajó la mano hasta su sexo y acarició su clítoris, casi sin tocarlo. Kagome se sobresaltó y su piel se erizó por completo, casi sintió frío ante la invasión, pero cuando él lo hizo otra vez y se quedó ahí, masajeando, los escalofríos desaparecieron y se transformaron en calor, en movimiento y en un ardor que quemaba al borde de la desesperación. Descubrió entonces el verdadero placer, ese que venía de la mano de un hombre acariciando e inmiscuyéndose en lo más profundo de la intimidad de una mujer.
—Inuyasha… —gimió, pero él no se detuvo. Al contrario, aumentó el ritmo de sus caricias sin perder contacto visual con ella, la miraba imponente y disfrutaba de su vulnerabilidad—. Ah… Inuyasha…
Oh, sí… sintió cómo ella llevaba sus tímidas manos hasta él y frotaba su abdomen con locura. Recorría sus pectorales, presionaba y acariciaba con dureza, con fervor, con obsesión sus músculos. Tocaba sus tetillas también erectas e intentaba jalarlas con desesperación. Le gustaba llevarla a ese estado, escuchar sus gemidos y que se revolviera al borde de perder la fuerza y la voluntad.
—¡Inuyasha! —gritó ella, y sólo eso bastó para que bruscamente se separara de ella y la abrazara, volviéndola a poner en el piso—. No, no me dejes…
Por supuesto que no lo haría. De hecho, comenzó a desatarse el nudo de la hakama. Kagome, al ver lo que hacía, llevó sus manos hasta la prenda y lo ayudó a bajarla sin dejar de mirar. Cuando estuvo completamente desnudo, el tiempo se detuvo.
El ambarino sonrió ante la indecisión de la chica. Ella no sabía si permitirse sólo mirar o tocarlo de una vez. Quería hacerlo, lo veía en sus ojos. Su mirada marrón recorría su miembro una y otra vez. Solo bastó que sacara levemente la lengua y mojara sus labios para que decidiera darle el empujón que necesitaba. Tomó su delicada mano y la llevó hasta su miembro, el resto fue por iniciativa propia.
Primero con premura, luego con devoción y finalmente con desenfreno, ella acarició desde la base hasta la punta, una y otra vez, haciéndolo cada vez mejor. No pudo hacer más que entregarse al placer que le causaba el saber que era ella la que estaba tocándolo de esa manera y sin pudor, echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y se rindió ante la joven.
Sí, Kagome nunca había visto un pene en vivo y en directo, los pocos que había visto en Internet eran demasiado humanos. El de Inuyasha era bestial, como su naturaleza y su temperamento. Monumental, ancho y duro, no podía imaginárselo dentro suyo, no era posible, pero aún así lo deseaba. Su entrepierna latía y clamaba por tenerlo dentro, pero no lo permitiría todavía, antes quería otra cosa. Sintió cómo el peliplata saltó de su lugar cuando comenzó a frotarlo con su saliva y los propios jugos que él liberaba.
—Kagome… basta —ordenó, pero la chica no obedeció. Ignoró totalmente su orden hasta el punto de agacharse y meterlo de lleno en su boca.
Siempre había querido hacerlo, lo deseaba cada vez que le miraba la entrepierna y cada vez que lo descubría escrutándola fijamente. Era hora de que le demostrara por qué había hecho una buena elección al decidir tomarla como su mujer.
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