La noche después del evento no pegué ojo. Mientras Vincenzo hacía retumbar la habitación del hotel con sus ronquidos yo me limitaba a mirar el techo, rememorando la vergüenza pasada, la oportunidad perdida con Laconte y el auxilio de Marcos Montero.
No debería importarme lo que pensasen los demás. Siempre he sido mirado y criticado por los demás, fuese en el quartiere* donde me crie o en casa. Nunca nada de lo que hice se mereció la aprobación de mi madre y por ello pronto aprendí a que cada uno tiene su propia agenda vital, sus propios objetivos, y que la admiración de los demás se basaba en una búsqueda interesada de lo que tienes. No sientes admiración de un jugador de ajedrez que realiza una jugada espectacular si no tienes un mínimo de interés en el tema y optas, en cierta medida, a llegar a su nivel. A mi madre le daba igual. Para ella lo único importante era trabajar e ir a la iglesia cada vez que la vida le superaba. Jamás me preguntó qué tal iba mi día, qué me había pasado, o si me encontraba bien o no. Quizás no podía hacerlo. No era capaz de entender que nunca traería a una chica y que nos casaríamos y seríamos felices como todas las familias de nuestro entorno. Nunca aceptó que dejase el colegio a los doce años, ni que empezase clases de danza e interpretación. Nunca aceptó nada de lo que a mi me gustaba. Para ella la solución era hacer como si todo eso no existiese. Como si no formase parte de mi vida. Como si así las cosas volviesen, mágicamente, al cauce que ella había establecido para mi vida. Mi padre pasó a mejor vida a los meses de nacer mi hermano Nico. Otros dirían en esta situación que sus padres eran unas personas increíbles y que no se merecían haber muerto tan pronto. Yo prácticamente no lo conocí y lo poco que sabía de él no le coronaba como el mejor padre del mundo. No le echaba de menos. No puedes echar de menos a alguien que nunca ha estado en tu vida. Pero a pesar de seguir una vida tan a contracorriente sí que me importaba la opinión de los demás y sí buscaba desesperadamente sentirme querido por alguien, sentirme a salvo. Y, aunque no era perfecto, el que me proporcionaba en ese momento esa sensación era Vincenzo. Estaba ligado a él, sin poder escapar de su influencia. Él era el único que siempre volvía. Y nuestras discusiones las consideraba como el precio a pagar por estar juntos. ¿No es normal discutir en las parejas?, ¿no lo hacen también vuestros padres o amigos? Él no me hacía sentir pleno y valorado, pero era mejor que lo que tenía antes de él y eso me bastaba. Él era una certeza. Era seguro. No se iría de mi lado.
Por otro lado, estaba la conversación de Marcos del día anterior. Un chico español al que no volvería a ver en mi vida y que no sabía por qué me había llegado tanto su mensaje. Nadie había venido nunca a consolarme. Nunca. Y parecía que le importaba. ¿Cómo le iba a importar a una persona a la que no conocía? No conseguía entender el comportamiento de ese chico. Un chico que tenía su novia, que vestía con un traje impecable, que parecía sentirse como pez en el agua en ese evento. Y vino a ver que tal estaba yo, una persona que no era conocida, que llevaba un traje arrugado, que había quedado en ridículo delante de todo el mundo, que acababa de discutir a viva voz con su novio. Sé que ese tipo de ambientes ante este tipo de situaciones se deben hacer dos cosas: o lo ignoras y comentas con el resto la situación, o acudes a ver qué tal está para quedar bien delante de alguien. Pero él comentó que había perdido la oportunidad de vender su obra por venir a verme. ¿Quién hace eso? Yo no lo hubiera hecho de eso estaba seguro. No tenía tampoco forma de contactarlo y preguntarle. El misterio de Marcos estaba creciendo dentro de mí y, aunque irreal, tenía la esperanza de volver a verle.
El trayecto hasta el aeropuerto fue un caos. Los trenes que te llevaban hasta allí no salían de la estación o se quedaban parados durante minutos. Nada nuevo para un italiano, donde el transporte público parece solo funcionar en ciertas ciudades del norte. Vincenzo y yo permanecimos en silencio casi todo el trayecto. Él reflexionando sobre lo sucedido el día anterior. Yo incapaz de mantener los ojos abiertos por la falta de sueño. Notaba como su mano intentaba hacer contacto con la mía y, después de hacerme el duro durante unos minutos, la acepté. De reojo vi como él sonrió. Era fácil hacerle enfadar, pero también feliz. Yo que siempre he sido una persona que huye del conflicto** (aunque no lo parezca) preferí optar por la reconciliación silenciosa en ese momento. Como dicen los españoles: "mejor tener la fiesta en paz". Después simplemente me apoyé en su hombro y me dormí el resto del trayecto.
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La Ventaja (Versión en Español)
RomanceMarcos es un joven universitario español está desesperado por vender su primer guion cinematográfico. Con una vida normal y estable, ve como su vida empieza a cambiar cuando conoce a Angelo Rossi, un joven italiano que busca hacerse un hueco como ac...