Capítulo 1. Hacer el mal es divertido.

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Y nuestra historia empieza acompañada con el sonido del viento...En la cima de un gran acantilado sobre el desierto en donde dos misteriosos jinetes se sientan a horcajadas sobre sus caballos, galopando juntos hasta llegar al borde, desde donde contemplan un pequeño pueblo a la distancia.

—...¿Crees que funcione? — Preguntó el jinete de la derecha. 

— Mm. — Asintió el de la derecha, que por su voz se reveló como una mujer. — Los muertos llenan de miedo el corazón del enemigo. 

— ...De acuerdo, entonces...— Declaró el primero, tomando aire — Es hora. 


.                    .                   .


Simultáneamente y retomando la ruta de viaje de nuestros héroes justo en dónde se quedaron tras "La leyenda de los Chaneques", nos encontramos con Nando, Leo y su equipo quienes,  haciendo una pequeña parada en un pueblo situado justo en medio de la nada, asombran a los niños y a los pobladores en general con su carreta anclada al barco volador de Fray Godofredo. 

— Hmmm...No quisiera alarmaros peroooo...Este no parece ser el camino al puerto. 

— ¡¿Ves?! ¡Te lo dije Nando, nos perdimos! Era a la izquierda, ¡TU izquierda!

— ¡Osh, ahorita nos encontramos! ¡No desesperes, Chisguete!  Ven, solo hay que pedir indicaciones. 

— ¿Y se puede saber en dónd...? — Pero Nando ni siquiera lo dejó terminar, pues casi casi lo arrastró consigo hacia el interior de un banco cercano, una de las primeras instituciones en su tipo dentro del país.  

— ¡ASH! ¡¿Y como por qué vamos a preguntar a un banco?! — Gritó Teodora, bajando tras ellos, seguida por Xóchitl y el alebrije — ¡¿Tienen idea de las FILAS que hay en estos lugares solo para preguntar?! ¡Y...! O sea ¡Ni te resuelven el problema! 

—Rotunda equivocación, mi estimada Teodora — Replicó Don Andrés, ingresando al edificio — Las bancas son el lugar de trabajo de la gente más seria y responsable del mundo, caballeros que toman muy enserio su labor diaria, estoy seguro de que si solo solicitamos unas simples indicaciones seguramente nos...

— ¿Seria? ¡Claaaaaaro! Si considera serio tener veinticuatro siete la cara toda estirada y decir a cada cinco minutos: "Ni hiy sistimi", ¡Nunca hay sistema! ¡Y menos ahora, que aún no se ha inventado! — Y para cuando Teodora terminó de quejarse, apenas se dieron cuenta de que ya estaban al frente de un escritorio. 

— ¡Hey! ¿Qué tal? — Saludó Nando al anciano tras la mesa — Disculpe, queríamos saber si podría ayudarnos con...

Y de repente, gritos, disparos y un gran alboroto se escucharon desde afuera. Y es que, cabalgando en una frenética carrera e irrumpiendo con gran violencia en la pequeña ciudad, los jinetes del principio tomaron el control de las calles ordenando a todos sus ocupantes que levantaran las manos. 

—A-Ay no... 

—¡Chisguete! — 

— ¡Cierren la puerta! ¡Son bandidos, ellos...!— 

—¡Nosotros nos encargamos, maestro! —Exclamó Alebrije, yendo hacia el frente de la gente reunida, listo para actuar en su defensa de ser necesario, siendo imitado a su vez por Don Andrés, los hermanos, Xóchitl y hasta la propia Teodora, cada uno preparando su arma, aliento o habilidad especial para poder pelear —¡Háganse para atrás! Esto podría ponerse feo...

—¡EL CHARRO NEGRO! ¡E-ES EL CHARRO NEGRO! — Escucharon gritar a parte de la muchedumbre que huía, y, mirándose de reojo con preocupación, nuestros héroes confirmaron lo que muy en el fondo sospechaban y temían desde ya hacía tiempo. 

Una vez confirmado esto, Leo no lo dudó ni un segundo y aunque fue muy discretamente, tomó la mano de Xóchitl y la apretó con fuerza, aunque ahora ni siquiera la miró cuando reaccionó. Aún tenía el recuerdo de la última vez y...No, no lo permitiría de nuevo. 

Estaba listo para volver a encarar a ese monstruo, pero esta vez, aaah no, esta vez no la soltaría, esta vez las cosas serían diferentes. Esos pensamientos lo abrumaban mientras mantenía la mirada fija sobre la entrada del banco, esperando y aguardando, viendo cómo lentamente una sombra oscura se colaba por el espacio bajo el portón acompañada por el ruido de unas espuelas y...De pronto, la cosa se puso extraña, pues la sombra terminó por dividirse en dos y, con un estruendo innecesariamente dramático, del otro lado reveló a...

— Damas y caballeros: Mi colega y yo vamos a hacer un retiro. Sé que este banco está asegurado, así qu...— Ellos: Xóchitl y Leo, parados enfrente de ELLOS MISMOS, armados y con unas vestimentas diferentes a las presentes. 

—...¿Qué? — Exclamó incrédulo un banquero, observando primero a los Xóchitl y Leo originales (que trataban de defenderlos), para luego compararlos con los que tenían enfrente, asaltándolos — Son...Son otros...

—...Hay otros dos, iguales...—Murmuró otro, sin poder creerlo. — ¿Eh? — 

— Ay, Leo...— Murmuró Don Andrés quien, junto al resto de la sala que había quedado en shock y absoluto silencio, veía a los unos y luego a los otros, y de nuevo, primero a los unos y luego a los otros sin saber qué estaba pasando exactamente. 

Y al chocar miradas con sus sorprendidas contrapartes, por un breve momento su antiguo tartamudeo traicionó al "segundo Leo" a medio discurso — E-Em-du-dih...¡Quietos!

—...

—...

—...

—...

Y así se quedaron durante algunos segundos, sumidos en un silencio incómodo. 

— ...¿Porquéeee el antifaz? — Preguntó Nando de repente y entre risas nerviosas, sin saber de que otra forma reaccionar. 

Y de mala gana, como si ya hubiera pasado por la misma decepción cientos de veces en el pasado, el segundo Leo bajó la pistola con que les apuntaba y habló con la "otra Xóchitl" entre susurros — ¿Ves? ¡Te lo dije, me siento ridículo! ¡Sé nota que es mi cara! 

Mientras estos dos hablaban y al observarlos más detenidamente, los dos originales se percataron de algo importante: La ropa del Leo que recién había aparecido era oscura y poseía huesos, y además, su mano izquierda y la de la otra Xóchitl habían cambiado su tono de piel a uno más oscuro, con las hinchadas venas resaltando desde...

Pero su razonamiento se vio interrumpido por varias enredaderas verdes que salieron disparadas como látigos hacia ellos en múltiples direcciones, haciendo a todo el grupo caer, separándolos y destrozando parte de las paredes y los muros entre los que se encontraban. 

— ¡Ej-Ejem! Gracias, querida. — Dijo el "Leo Charro", aclarándose la garganta y retomando su asalto sin cuestionarse más la situación —  Cómo lo siento... Creo que no fui lo bastante claro,  ¡LES DIJE QUE VAMOS A ROBAR EL BANCO! — Y juntos, con pistolas y látigo en mano, se lanzaron sobre el confundido grupo de rehenes. 


Continuará...

Fuego de infierno - LeochitlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora