La Batalla:

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-¡Toca generala, Tambor! -exclamó Cascanueces en voz alta.

 E inmediatamente comenzó Tambor a redoblar, haciendo que retemblaran los cristales del armario.

 Entonces se oyeron crujidos y chasquidos, y María vio que la tapa de la caja en que Federico tenía acuarteladas sus tropas saltaban de repente, y todos los soldados se echaban a la tabla inferior, donde se formaron un brillante cuerpo de ejército.

 Cascanueces iba de un lado para otro, animando a las tropas con sus palabras:

-No se mueve nadie... -exclamó de pronto irritado.

 Y volviéndose hacia Pantalón, que algo pálido balanceaba su larga barbilla, dijo:

-General, conozco su valor y su pericia. Ahora necesitamos su rápido golpe de vista y aprovechar el momento oportuno. Le confío el mando de la caballería y la artillería reunidas; usted no necesita caballo, pues tiene las piernas largas y puede fácilmente galopar con ellas. Obre según su criterio.

 En el mismo instante, Pantalón se metió los dedos en la boca y sopló con tanta fuerza que sonó como si tocasen cien trompetas. En el armario se sintió relinchar y cocear, y los coraceros y dragones de Federico, y en particular los flamantes húsares, se pusieron en movimiento, y poco después estaban en el suelo.

 Regimiento tras regimiento desfilaron con bandera desplegada y música ante Cascanueces y se colocaron en fila, atravesados en el suelo del cuarto. Delante de ellos aparecieron los cañones de Federico, rodeados de sus artilleros, y pronto se oyó el ¡bum!, y María pudo ver cómo llovían almendras sobre los compactos grupos de ratones, que, cubiertos de pólvora blanca, se sentían avergonzados. Una batería, sobre todo, que estaba atrincherada bajo el taburete de mamá, les causó grave daño tirando sin cesar granos de pimienta sobre los ratones, consiguiendo bastantes bajas.

 Los ratones, sin embargo, se acercaron más y más,y llegaron a rodear algunos cañones; pero siguó el ¡brr..., brr!..., y María quedó ciega de polvo y humo y apenas pudo darse cuenta de lo que sucedía. Lo cierto era que cada ejército peleaba con el mayor denuedo y que durante mucho tiempo la victoria estuvo indecisa. Los ratones desplegaban masas cada vez más numerosas , y sus pildoritas plateadas, disparadas con maestría, llegaban hasta dentro del armario. Desesperadas, corrían Clarita y Trudi de un lado para otro, retorciéndose las manos.

-¿Tendré que morir en plena juventud, yo, la más linda de las muñecas? -decía Clarita.

-¿Me he conservado tan bien para sucumbir entre cuatro paredes? -exclamaba Trudi.

 Y cayeron una en brazos de la otra, llorando con tales lamentos, que a pesar del ruido se las oía perfectamente.

 No te puedes hacer una idea del espectáculo, querido lector. Sólo se escuchaba ¡b..., brr!...; ¡pii..., pii!...; ¡tan, tan, rataplán!...; ¡bum..., bum..., burrum!..., y gritos y chillidos de los ratones y de su rey; y luego la voz potente del Cascanueces, que daba órdenes al frente de los batallones que tomaban parte en la pelea.

 Pantalón ejecutó algunos ataques prodigiosos de caballería, cubriéndose de gloria; pero los húsares de Federico fueron alcanzados por algunas balas malolientes de los ratones, que les causaron manchas en sus flamantes chaquetillas rojas, y por esta razón no estaban dispuestos a seguir adelante. Pantalón los hizo maniobrar hacia la izquierda, y, en el entusiasmo del mando, siguió con la misma táctica con los coraceros y los dragones. Así, que todos dieron media vuelta y se dirigieron hacia casa. Entonces quedó en peligro la batería apostada debajo del taburete, y a poco apareció un gran grupo de feos ratones, que la rodeó de tal modo que el taburete, con los cañones y los artilleros, cayeron en su poder. Cascanueces, muy contrariado, dio orden al ala derecha que hiciese un movimiento en retroceso.

 Tú sabes, lector, que tal movimiento equivale a una huida, y, por tanto, te das cuenta del descalabro del ejército del pobre Cascanueces. Aparta la vista de esta desgracia y dirígela al ala izquierda, donde todo está en su lugar y hay mucho que esperar del general y de sus tropas. En lo más encarnizado de la lucha salieron debajo de la cómoda, con mucho sigilo, grandes masas de caballería ratonil, y con gritos estridentes y denonado esfuerzo se lanzaron contra el ala izquierda del ejército de Cascanueces, encontrando una resistencia que no esperaba.

 Estas tropas valerosas y pintorescas, pues en ellas figuraban jardineros, tiroleses, dos emperadores chinos, peluqueros, arlequines, cupidos, leones, tigres, macacos y monos, lucharon con espíritu, valor y resistencia. Con espartana valentía se defendía este batallón, cuando un jinete temerario, penetrando con audacia en sus filas, cortó la cabeza de uno de los emperadores chinos, y esté, al caer, arrastró consigo a dos tiroleses y un macaco.

 Se abrió entonces entonces una brecha, por la que penetró el enemigo ratonil y destrozó a todo el batallón.El ejército  de Cascanueces retrocedió y tuvo que seguir retrocediendo, perdiendo gente, hasta que se quedó sólo el jefe con unos cuantos delante del armario.

-¡Adelante las reservas! Pantalón..., Arlequín..., Tambor..., ¿dónde estáis?

 Así clamaba Cascanueces, que esperaba refuerzos. Se presentaron unas cuantas figuritas de dulce, con rostros dorados y sombreros, pero pelearon con tanta impericia que no lograron hacer caer a ningún enemigo, y estos no tardaron mucho en arrancar la capucha de la cabeza al mismo general Cascanueces. Los cazadores enemigos les mordieron las piernas a las figuritas de dulce, haciéndolas caer y arrastrando consigo a algunos de los compañeros de armas de Cascanueces.

 Éste se encontró rodeado de enemigos. Quiso saltar por encima de las molduras del armario, pero sus piernas resultaban demasiado cortas. Clarita y Trudi estaban desmayadas y no podían prestarle ayuda. Húsares, dragones, saltaban a su lado. Entonces, desesperado, gritó:

-¡Un caballo..., un caballo...; mi reino por un caballo!

En aquel momento, dos tiradores enemigos lo cogieron por la capa y en triunfo, chillando por siete gargantas, apareció el rey de los ratones. María no se pudo contener:

-¡Pobre Cascanueces! -exclamó sollozando.

 Sin saber a punto fijo lo que hacía, cogió su zapato izquierdo y lo tiró con fuerza al grupo compacto de ratones, en cuyo centro se hallaba su rey. De pronto desapareció todo, y María sintió un dolor más agudo aún que el de antes en el brazo izquierdo y cayó al suelo sin sentido.

Cascanueces y el Rey de los RatonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora