Capítulo 13

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Con preocupación y ansiedad, Derek vio que Víctor sacaba su celular y marcaba números que creía eran los de Sol, pero se dio cuenta de que no cuando el rubio se colocó el móvil en la oreja y hablaba con el que respondió del otro lado de la línea.

—¡Hey, Sean! Vamos, tengo un plan para salir con las chicas, pero necesito que me digas si hay algo en especial que a Karen le guste, un lugar o lo que sea —Silencio—. Oh, perfecto, el boliche. De acuerdo, mira, invitas a Karen a salir mañana en la tarde y por la mañana nosotros nos vemos en casa de Derek...

—¿Por qué siempre en la mía? —se quejó el joven Duarte, haciendo que Víctor rodara los ojos.

—Muy bien, nos vemos en tu casa, Sean. Hasta entonces —colgó y se dirigió a Derek—. Lo que quiero hacer es que cada quien, el día de mañana, este cada uno con su chica y en un lugar que ellas disfruten. Por ejemplo, a Sara le gusta mucho la ópera y mañana habrá una presentación; por eso hoy conseguiré entradas para eso. Y me enteré que Sol nunca ha ido a un parque de diversiones y le gustaría ir, por lo que la llevaré a uno.

Derek suspiró y volvió a sentarse en su cama; era un plan problemático. No era que no quisiera salir con Sara, pero no estaba de acuerdo porque se sentía obligado. ¿No se suponía que una cita real era cuando ambos tenían las mejores intenciones de estar juntos, nacido del corazón? Saliendo de sus pensamientos, escuchó la voz de Víctor, quien había marcado el número de la residencia de Sol.

—¡Tengas gloriosas mañanas hoy y siempre, Sol!... Oh, oh no, lo siento. ¿Puedo hablar con Sol, por favor?... Gracias —Un minuto de silencio—. ¡Hola, Sol! Lo que pasa es que un pajarito me dijo por allí que nunca has ido a un parque de diversiones y da la tremenda casualidad que yo tengo dos boletos para uno. Iba a invitar a mis amigos, pero son sólo dos boletos y no puedo elegir entre alguno de ellos y pensé en ¿por qué no?, invitarte a ti. ¿Qué dices?

Una pausa más en la que Víctor mostraba sus dedos cruzados a Derek, esperando que dijera que sí; y así fue.

—Muy bien, Sol, nos vemos mañana —Víctor colgó y dejó escapar toda su alegría, alzando los brazos, vencedor—. ¡Sí! ¡Sí! ¡Dijo que sí! Ahora te toca a ti, Derek. Háblale a Sara y dile de la obra.

El pelinegro volvió a suspirar y tomando su propio celular, le marcó a Sara en su casa, cuyo número tenía gracias a Víctor; pidió hablar con ella cuando respondieron.

—Buenos días, Sara, ¿cómo amaneciste?... Me alegro. El propósito de mi llamada es decirte que mañana conseguiré entradas para la ópera y me preguntaba si te gustaría acompañarme —Silencio—. Es bueno saber que aceptas. Entonces hasta mañana.

Colgó y aún después de que el rubio se retiró, él se quedó intentando mentalizarse para el próximo día, el que llegó más pronto de lo que hubiese querido. Después de almorzar y alistarse, se encaminó a la residencia de su amigo el deportista. Al llegar, lo recibieron tan bien como siempre y descubrió que Víctor ya estaba allí, en realidad, había desayunado con la familia Britt. Los tres se dirigieron a la habitación del castaño, la que estaba adornada de estantes con infinidad de premios que había ganado a lo largo de su corta vida, además de diferentes balones o pelotas de fútbol, tenis, básquet, béisbol y más; las paredes estaban forradas por los pósteres de los reyes de diferentes deportes, y aunque el cuarto estaba muy ordenado, con tanto tiliche parecía un desastre.

—Y aquí están, señores. Los respectivos boletos hacia su felicidad.

Víctor sacó unos sobres de su bolsillo y hasta les mostró el contenido, dejándolos en el escritorio de Sean, luego, se dirigió especialmente a Derek.

—Por favor, Derek, por nada del mundo te vayas a dormir. Por más aburrido que esté, no te duermas porque es una falta de respeto.

—Lo intentaré —respondió no muy seguro.

—De acuerdo —Víctor miró su reloj notando que la hora en que habían quedado con ellas estaba llegando—. Bueno, vámonos ya que no hay que hacer esperar a las damas.

Los tres tomaron su sobre y se despidieron de cada uno, tomando caminos diferentes y dirigiéndose a prepararse para sus citas para luego asistir a los puntos de encuentro que habían acordado con ellas. Víctor arribó al negocio de los taxis, donde Sol ya lo esperaba.

—Lo siento, ¿te hice esperar mucho? —se disculpó él, acercándosele.

—Hm... no, acabo de llegar, casi.

Víctor sacó el sobre para ver los billetes de entrada y desagradable sorpresa fue encontrar los de la ópera en el interior. Hizo un sonido de sorpresa con su boca, combinado con un sentir de tragedia; miró a Sol con pesar.

—Dime, Sol, ¿no hay algún otro sitio al que te gustaría ir? ¿O alguna actividad especial que quieras hacer? ¿Caminar, patinar, subir a un bote del lago? —le preguntó mientras guardaba los boletos de nuevo.

—Espera, espera —lo detuvo ella y señaló el sobre—. ¿Qué es eso?

—Pases para la ópera, pero no era lo que planeaba. ¿A dónde quieres ir?

—Podemos usar eso; no hay necesidad de gastar. Tampoco he ido a la ópera, puedo intentarlo.

—Bueno, si quieres —aceptó no muy convencido.

Los dos subieron a un taxi que los llevaría al teatro. De camino, los pensamientos de Víctor viajaron hacia sus amigos. ¿Con quién había intercambiado sobres? Esperaba de todo corazón que les fuera bien. Un deseo que no cumplió su cometido en el caso de Derek, quien al llegar a la plaza y mientras esperaba a Sara, abrió el dichosos sobrecito para sacar las entradas, advirtiendo que eran los pases para el boliche; los papeles temblaron en su mano. Eso no era bueno, no era nada bueno. Supo que lo era mucho menos cuando vio a Sara llegar, usando un elegante vestido; atavío nada apropiado para la situación.

—Hola —lo saludó gentil al llegar a su lado.

—Hola —contestó sin ganas y sombrío—. Hay problemas.

—¿Qué pasa? —Sara se preocupó mucho.

—No, no, son sólo las entradas. No son para la ópera, son de boliche.

—Oh, eso. ¿Quieres que vayamos?

—¿Quieres ir?

—No he ido realmente —informó ella.

—Yo tampoco —confesó él.

—Sería algo nuevo para ambos, ¿no? ¿Por qué no probar?

Derek asintió y subiéndose al auto de ella, su chofer los llevó a su nuevo destino. Mientras tanto, Sean caminaba por la acera del parque aquel en el que Karen enseñaba a los niños y donde había quedado con ella. Cuando dio la vuelta en la esquina que daba acceso a la puerta principal del mismo, descubrió que la chica también iba llegando.

—¡Hola! —Saludó Karen alzando su mano derecha con tono alegre y un poco escandaloso—. ¿Listo para hacer un montón de chusas?

—Pues sí, aquí están los boletos.

Sean le alcanzó el sobre y ella lo tomó entusiasta, abriéndolo para verlos; ladeó la cabeza desconcertada. No eran boletos para hacer chusas, eran para quedarse afónicos.

—O cambiaron la presentación de los boletos, o estos son para un parque de diversiones —notificó mostrándoselos al castaño.

—¿Qué? —inquirió extrañado viéndolos y parpadeó varias veces, procurando hallar una hipótesis de lo que pudo haber sucedido; tal vez los otros cambiaron de planes. Bueno, tendrían que disfrutar al máximo, teniendo en cuenta que también había tiquetes para los diversos juegos—. ¿Te molestaría si vamos hoy a este lugar?

—Claro que no. Lo importante es divertirse.

De esa manera, los dos llamaron a un taxi y se dirigieron al parque de diversiones, dispuestos a pasar un excelente rato. En cuanto pisaron los territorios de los juegos mecánicos, ambos se enfrentaron a la difícil tarea de escoger a cuál de todos subirían primero; estaba la montaña rusa, el traván, el martillo, la licuadora, el tornado, el bongee, entre otros. Después, esperando que la adrenalina les bajara un poco, se dispusieron comer algo, sentándose en una de las tantas mesas al aire libre, bajo la ligera sombra de una sombrilla. Sin desperdiciar ningún valioso segundo, al terminar de degustar sus alimentos, se dirigieron a los puestecitos de juegos varios, tales como el tiro al blanco, el hockey sobre mesa, tirar las botellas de leche, el juego del mazo o mandaría, entre otros.

Indudablemente, el tiempo que pasaron juntos fue sumamente entretenido y divertido, un contraste completo con lo que pasaba con Víctor y Sol. La ópera había empezado hacía una hora, después de hacer una larga fila en la que estuvieron por veinticinco minutos, enseguida de esperar otros tantos ya estando sentados para que la actuación iniciara. Lo peor de todo, según Víctor, era que la presentación mataba de aburrimiento y prueba de ello su compañera, quien cabeceaba a punto de dejarse abrazar por Morfeo; el colmo era que le había advertido a Derek que no se durmiera. Él al menos estaba acostumbrado, porque cuando lo castigaban de pequeño, lo llevaban a ese sitio... Por lo menos él lo veía como castigo.

—Sol —le susurró disimuladamente, cubriendo un costado de su boca para sofocar el ruido, tratando de llamar su atención sin perturbar a los demás que, como aristócratas delicados, se molestarían por el más mínimo ruido—. Sol, Sol.

La bella durmiente siguió en sus sueños y él se vio tentado a darle un codazo para revivirla. Notó que el hombre sentado del otro lado de ella giró su cabeza para mirarla y cómo una mueca de desagrado y desilusión surcaba sus facciones. Víctor se hundió en su asiento, por un momento deseando desaparecer ante la vergüenza. Un receso se presentó, preparando a todos para la segunda parte del espectáculo, y aprovechar para hablar de lo maravillosa que había sido la primera parte; conversación que no surgió entre nuestros personajes.

—De verdad lo siento muchísimo, Víctor —se disculpó Sol con él, avergonzada hasta la médula ósea porque en serio se había dormido—. Es que se me hizo muy aburrida. No tengo perdón.

—Nah, no te preocupes, a mí también se me hacen aburridas y si no estás acostumbrado a ellas, puedes dormirte.

—Espero no quedarme dormida en la siguiente...

—No, no, no —la interrumpió él, suplicando y pensando que no era lo que ella quería—. Si quieres, aquí lo dejamos y vamos a otro lugar.

Mayormente abochornada, supo que era lo mejor, por lo que los dos dejaron el teatro.

—Creo que es mejor que vaya a casa —le dijo ella, sintiéndose aún culpable—. Fue un lindo detalle que me invitaras, pero creo para la próxima, sería mejor que invitaras a esa chica especial.

"Acabo de hacerlo", pensó el rubio con ironía.

—Seguro le encantará —siguió diciendo ella con una sonrisa soñadora—. A mí me gustaría que el chico que me gusta me invitara.

Ante sus palabras, Víctor se hizo de piedra y casi pudo sentir que se hacía pedazos. A Sol le gustaba alguien y no era precisamente él. ¿Quién?


Compañía Anhelada |PAUSADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora