Capítulo 20

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El fin de semana fue como una exhalación para cada uno de los estudiantes, por lo que más pronto de lo que desearían, una nueva semana de actividad académica dio inicio al llegar el lunes, por lo que Sol, siendo tan puntual como siempre, ingresó a las instalaciones del plantel, y antes de siquiera ir a su salón a dejar la mochila, tuvo como prioridad encaminarse al salón de Víctor Montenegro. Se sentía una bruja. Había tratado terrible, peor que terrible, espantoso, fatal e imperdonable a Víctor, y se dio cuenta de ello demasiado tarde. El daño estaba hecho, y se lo confirmó el hecho de que todavía estuviera fresco el chisme de su cruda actitud del viernes; además de que los murmuradores la miraban con cuidado y recelo al pasar a un lado de ellos, lo que la hacía sentirse como un verdadero monstruo; aunque no debía culparlos. ¡Era un monstruo!

Por muy molesto, impulsivo e imprudente que fuera Víctor, era un ser humano y no había merecido que ella lo tratara así, o por lo menos no públicamente, y mucho menos si él ya había estado dispuesto a disculparse. Actuó como una orgullosa inmadura, lo que la golpeó más duro todavía porque era por esa misma actitud que ella había estado actuando tan indiferentemente con él; por su proceder de niño, aun cuando ella era una bebé. Y lo peor era que con esas reacciones tan infantiles mostraba que no estaba a la altura de Aldo; de allí que se dispusiera a pedir las adecuadas disculpas. Claro que lo entendería si Víctor decidía no perdonarla, pues se merecía su odio, pero al menos lo intentaría y si tenía que rogar como él lo hizo, lo haría.

Llegó al salón del rubio, aunque no lo vio por ningún lado y al preguntar por él, le dijeron que no llegaba todavía. Suspiró con resignación y mortificación. ¿Qué tal si el daño era peor de lo que creía? ¿Qué tal si no volvía jamás a la escuela? Ser el centro de atención de los demás por algo tan humillante, no podía ser agradable, y todo era por su culpa. No le importaría ni le discutiría nada si él decidía borrarla de su vida en definitiva, ya que se lo había ganado, pero no quería que la propia existencia de Víctor se fuera al traste por su causa. Tenía que hacer algo al respecto y ya. Si él no iba a la escuela, estaba dispuesta a cancelar su cita con Derek esa tarde para ir a casa del rubio y suplicar su perdón si era necesario. Estuvo expectante a su llegada, viendo el patio delantero, hasta que Derek hizo su aparición.

—Derek —se apresuró a abordarlo, preocupada, intentando que la todavía presente tensión entre ellos no la privara de cumplir su cometido—. ¿Sabes algo de Víctor? ¿Te ha llamado? ¿Lo has llamado?

—No, no sé nada —respondió él, aun ligeramente incómodo—. Ayer le marqué, pero no me contestó y él no me ha buscado.

—¡Oh! —exclamó por demás angustiada—. En verdad lo he hecho. He arruinado su vida.

Y sin tener noticias del rubio ninguno de los dos, las clases dieron inicio, así que tuvieron que meterse a clases, pero lejos de todo pronóstico fatalista que pudo haberse anidado en la mente de ambos, Víctor hizo su aparición minutos después de que dieran el timbre. Sí se había debatido en cuanto a asistir o no, pero como era un Montenegro, debía enfrentar como un hombre las burlas, además de que ya había faltado demasiado a clases. Su plan de llegada salió bien dado que no fue el blanco de habladurías por parte de sus compañero durante el transcurso de las clases, ya que no había tiempo para eso, y no había escuchado las de antes de que éstas iniciaran. ¿Cómo le haría para la hora del receso? Bueno, ya se las ingeniaría. Había pasado todo el fin de semana vagando como un pordiosero por toda la ciudad, con los audífonos puestos, escuchando melancólicas canciones corta venas; todas de despecho.

El tiempo transcurrió y se hizo la hora del receso, por lo que fue a refugiarse al baño, ya que no se le ocurrió otra manera de salir o controlar su situación. Al poco rato, Derek entró a los servicios, pues se había enterado de que su amigo sí había asistido a la escuela. Tocó en el único cubículo que estaba cerrado.

Compañía Anhelada |PAUSADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora