Capítulo 14

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Derek y Sara arribaron a los bolos, dirigiéndose al recepcionista, entregándole los boletos y pidiendo orientación de cómo jugar porque ninguno de los dos sabía. Antes que anda, el hombre les entregó un par de zapatos adecuados a cada uno, sacándole a ambos un gesto de desconfianza. ¿Cuántos pies no habían entrado allí ya? Pero sin poder hacer nada, los tomaron y se los pusieron. Luego, siguieron al sujeto a las pistas conocidas como boleras en donde estaban, al final, los respectivos bolos que habría que derribar; a ellos les tocó la catorce.


Según les explicó las reglas, debían lanzar la bola, que era pequeña y sin hoyos al tratarse de amateurs, y hacer todo lo posible por derribar los bolos. Los canales, ubicados a un lado de las boleras eran obstruidos por plástico, así que les daban ventaja de que la bola no se fuera por ellos, facilitándoles la tarea. En cada bolera había una televisión con un control, en la que se incrustaban el nombre de cada jugador y dependiendo de los puntos que hiciera, se les sumaría en las tiradas, con una oportunidad de tres lanzamientos cada uno, excepto cuando se hiciera chusa. Derek y Sara debían mantener actualizadas sus puntuaciones.


Con esas explicaciones, el hombre se fue, asegurándoles que si necesitaban ayuda, no dudaran en pedírsela. El ruido del habla de la gente, su gritería al realizar buenas jugadas, su llanto al hacer malas, el desliz de la bola sobre la madera junto con los claros pasos sobre la misma y el sonido de los bolos al ser derribados, se alzaba ensordecedor para nuestros jóvenes amantes de la tranquilidad, ocasionándoles dolor de cabeza.

—Hm, ¿quieres empezar? —le preguntó Sara a Derek después de unos minutos de estar parados sin hacer nada.


El pelinegro asintió agarrando una de las muchas bolas que estaban a un lado de las máquinas llamadas el retorno, encargadas de devolver la bola a la zona de acercamiento después de cada lanzamiento. Se preparó para arrojarla y lo hizo, con un resultado de un bolo derribado. Mientras tanto, Sara se mantenía sentada, observándolo, no sabiendo si aplaudirle o no. Derek se volvió a mirarla con angustia, pensando qué hacer; quería decir, ¿qué tenía de divertido lanzar una esfera y tirar bolos? Se le acercó.

—¿Quieres intentarlo? —le preguntó.


—Pero el hombre nos dijo que si no los tirábamos todos, teníamos la oportunidad de tres lanzamientos. Te faltan dos.


Derek regresó a la línea de lanzamiento y tomó una bola en cada mano, arrojándolas casi, casi que al mismo tiempo; una enseguida de la otra y cuando desparecieron junto con un total de ocho más derribados, volvió a mirar a Sara.


—Listo, puedes intentarlo.


Apretó el botón para que la barredora recogiera todos los pinos y los mandara a la fosa, para que después la mesa de pinos colocara otros diez. Sara se levantó y se dispuso también a tomar una esfera y tirarla; lo hizo sin la fuerza necesaria porque a mitad de recorrido, ésta se detuvo por completo. Giró sobre su eje y miró a su acompañante con una clara expresión de "¿y ahora qué?". Derek se le aproximó.


—No te preocupes —intentó tranquilizarla—. Yo me encargo.


Tomó otro par de bolas y comenzó a lanzarlas, esperando que golpearan a la detenida y la obligaran a moverse; siendo los intentos nefastos cuando la perfección de la puntería del pelinegro hacían que pasaran de largo o que cuando la golpeaban, sólo la movían poquito a los lados, estancando a las demás. En la bolera siguiente, había un grupito universitario de cinco jóvenes que comenzaron a mirar con irritación las manobras de Derek. ¡Qué falta de respeto al boliche era esa! Uno de ellos llamó la atención de él, arrimándosele.

Compañía Anhelada |PAUSADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora