"El mundo es una mierda injusta". Una frase que Hua Cheng siempre supo desde que era pequeño. Ante sus ojos, todos eran una bola de ignorantes corrientes que se aprovechan de los que no se lo merecen.
Con lo anterior se podría interpretar que él era alguien que detestaba humillar, pero nada más alejado de la realidad, a Hua Cheng realmente le satisfacía humillar, lo hizo tantas veces a lo largo de sus más de ochocientos años que ¡ni siquiera todos los dedos de diez personas serían suficientes para contar las veces que lo hizo! Aunque también, según él, se debía ser justo a la hora de humillar, no humillaría a alguien que no se lo merece.
Siempre tuvo la sensación de que iba a morir joven, y una vez muerto no se convertiría en un fantasma, ya que no quería permanecer en este plano físico, no había razones para seguir vagando en este mundo tan asqueroso.
Los primeros diez años de su vida se había movido guiado por el odio. Ignorante había pensado que el odio era el sentimiento más fuerte. Ahora sabía que no era cierto, había conocido un sentimiento mucho más fuerte que lo había motivado a vivir más de ochocientos años.
¡Se había enamorado perdidamente! ¿Cómo era posible que alguien destinado a la destrucción y sufrimiento pudiera enamorarse de tal manera?
Durante mucho tiempo pensó que de niño nunca había experimentado el amor, pero ahora que lo veía en retrospectiva, podía saber que no se puede odiar sin antes amar. Tal vez no había experimentado el amor que ahora sentía, pero había amado lo suficiente como para llegar a odiar a todos.
Se podría pensar que nacer con la posibilidad de poder tener una de las mayores suertes sería una gran bendición, pero no para Hua Cheng, por lo menos las primeras dos décadas de su existencia fueron un desastre. Nacer bajo la Estrella de la Soledad solo provoca traer desgracia. La suerte es como la energía: no se crea ni se destruye, solo se convierte en otra forma. Si alguien no posee suerte, es porque esa suerte está fluyendo en otros. La posibilidad de Hua Cheng de tener mucha suerte solo provoca que cuando no tiene suerte es muy desafortunado para él y los de su alrededor, sobre todo, si se nace con la suerte dispersada gracias al Horno del Monte TongLu.
Los primeros años de su vida no las recordaba muy bien, pero siempre había tenido presente a lo largo de su existencia que el lado derecho de su rostro ha sido destacable. Había reflexionado lo curioso que era el hecho de que el físico, algo que nadie elige, determina el futuro.
No siempre había sido tuerto; antes de entrar en desesperación y arrancarse su propio globo ocular, había poseído un ojo con un iris de color rojo. La gente ignorante —y estúpida, como solía llamarlas él— de XianLe le gritaban y acosaban, creían que era un demonio por su heterocromía, por lo que fue forzado desde niño a cubrir su rostro para poder andar por las calles.
Su propio padre sentía desapego y desdén por él, pero su madre era un caso diferente. Su madre le había tenido mucho cariño, su cariño era tanto que siempre le llamaba por el apodo de Hong Hong Er.
"Hong Hong Er, ven", "Hong Hong Er, esto" "Hong Hong Er, aquello".
Tantas veces lo había llamado por el apodo de Hong Hong Er que ni siquiera recordaba cuál era su verdadero nombre, aunque en la actualidad no le importaba para nada su nombre original, ¿qué importaba el nombre si ese niño ya había muerto hacía más de ochocientos años en una guerra?
Hua Cheng, Hua Cheng, Hua Cheng. Ese era su nombre, Hua Cheng, la Ciudad de Flores.
Él tenía en su mente un escenario borroso, no sabía si era un recuerdo o una imaginación. Su madre, con una sonrisa maternal, lo tomaba entre sus brazos, lo acercaba a su pecho.
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Su devoto más fiel
Fiksi PenggemarHong Er creía que el odio era el mayor sentimiento para catalizar acciones, el único motor para vivir en un mundo lleno de injusticia. Un día, tras intentar arruinar con su muerte la Procesión Ceremonial Celestial Shangyuan, cae en los brazos del Pr...