00. Condena.

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Podría ser tan fácil.

Tomar sus manos y guiarlo hasta su habitación, cerrando la puerta tras él y privarlo de su libertad mientras él, ingenuo, observaba las baratijas regadas en su cuarto de tanto valor monetario para el mundo, pero tan poco importantes para él y su personalidad. Tan diferente al chico rondando en su espacio personal. Tan brillante y feroz. Tan inconsciente de lo que causaba en su mente con una simple mirada, con una simple sonrisa, con un simple toque o un simple murmullo de su nombre.

Podría ser tan fácil. Acorralarlo contra su buró y hacerle sufrir un escalofrío ante la cercanía, porque sabía que, aunque no estuviese atraído a él, aunque no estuviese atraído a los hombres, ese tipo de distancia, íntima y privada, lo pondría nervioso al punto de hacerlo enrojecer. Así como hacía cada que el aire se le acababa al final de un entrenamiento físico o un combate real contra enemigos.  

Podría ser tan fácil. Desaparecer esas encantadoras  mejillas tras un rubor intenso. Destellar sus ojos ante un toque en su cadera. Entrecortar su respiración al inclinarse sobre su espacio y rozar sus labios con un dedo. Escuchar su nombre ser murmurado, titubeado con duda, la vergüenza y desconcierto pintando su expresión y nublando sus ojos verdosos.

Podría ser tan fácil sólo hacer que tomara todo lo que él estaba dispuesto a darle. Podría ser tan fácil obligarlo a abrir la boca y recibir sus besos húmedos e incontenibles, forzarlo a abrir las piernas para hacerle espacio, empujarlo a decir su nombre una y otra vez en diferentes tonos: confusión, sorpresa, pena, miedo, deseo. 

A ese punto le daba igual. Pero le encantaría saber que lo que siente tan intensamente por él fuese recíproco y haya una respuesta positiva a esto. Un susurro vuelto gemido. Un empujón vuelto jalón. Un sólo recibir vuelto corresponder.

Podría ser tan fácil. Llevarlo a su cama y hacer que ambos lleguen al orgasmo con besos torpes y roces inexpertos. Besarlo tiernamente en el rostro hasta que se quede dormido. Admirarlo en silencio mientras se pregunta si realmente lo merece, si merece tener ese cariño de su parte, si merece su amistad, incluso si merece estar en el mismo lugar en el mundo que él.

Y entonces llegar a la conclusión que en realidad nadie lo merece. Que el mundo, cruel y despiadado, no merece tener a alguien tan fuerte, tan brillante, tan puro y tan hermoso.

Que sus subditos no merecen su presencia. Que el mundo exterior no merece sus sonrisas. Que su familia no merece sus abrazos y besos en la mejilla.

Nadie lo merece. Ni siquiera él.

Pero él puede apreciarlo.  Él puede hacerse cargo de él y hacer que tenga lo necesario. Él puede ser la única compañía que necesita. La única amistad y el único receptor de su cariño.

Y podría ser tan fácil solamente tomarlo y esconderlo del mundo. Privarlo del dolor en el exterior y de la tristeza de las personas ajenas. Protegerlo de todos porque nadie es digno de él.

Podría ser tan fácil simplemente encadenarlo a su cama y cuidarlo ahí día y noche. Murmurarle pequeños halagos dulces a su oído cada que tiemble en su presencia. Acariciarle cada que su respiración se entrecorte con un sollozo. Besarle cada que su voz se quiebre con su nombre en una súplica y como ayudarlo a venirse, quizás de algo tan doloroso y punzante como acabar con supo vida.

Podría ser tan fácil.

— ¿Su majestad?

Alzó la mirada a hacia sus guardias de confianza e hizo una pausa para contemplar al chico frente a él. En esta ocasión, a diferencia de su usual recatado modo de vestir, llevaba un traje especial. Una capa de ropa negra debajo, y encima, una túnica verde que le llegaba casi por las rodillas. Tenía detalles plateados alrededor de sus hombros, su pecho y sus mangas. La habían decorado con un cinturón que enmarcaba su delgado cuerpo. Traía un manto de color blanco con dorado por encima de sus hombros. 

El rey fue recompensado con unos ojos claros que se posaron en su rostro por un segundo y luego apartaron la mirada sin reaccionar.  

— Te unirás a mi.—  Ordenó, con las venas corriendo por la adrenalina. Era una idea arriesgada pero no había de otra en ese momento. El chico pareció desconcertada por un minuto.

—...¿qué? — preguntó. Como respuesta. y se acercó a él lentamente. Y así, sin dejarle de mirar a los ojos.  Ya antes habían estado así de cerca, pero esta vez se sintió todo diferente. — ¿Estás loco? ¡No pienso convertirme en tu cortezana, sucio cerdo!

— Te casarás conmigo. — se burló —  Voy a ponerte a mi pueblo en bandeja de plata, ocuparás mis mejores cuartos, y todos mis soldados y armería serán tuyos. 

—¿Por qué?

— Por que eres un maldito ladrón.

LUNA DE SANGRE l 𝐀𝐆𝐔𝐒𝐓𝐃 𝐱 𝐉𝐈𝐌𝐈𝐍 𝐱 𝐒𝐔𝐆𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora