PROLOGO

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Tristeza, miedo, confusión y desesperación.

Esas cuatro emociones se apoderaban de mí como nunca antes invadiendo así cada centímetro de mi cuerpo o al menos lo que quedaba de él. Trague saliva con mucha dificultad mientras trataba de tranquilizarme, por supuesto, todo era en vano. El cuerpo entero me temblaba, mi respiración era demasiada lenta y los latidos de mi corazón ni siquiera eran lo suficientemente fuertes como para sentirlos.

Me sentía vacío y desamparado. 

Mirar a todas esas personas vestidas de negro me ocasionaba nauseas y al mismo tiempo un nudo en la garganta. Todos eran caras conocidas para mí aunque algunas más que otras, sin embargo, eso no quitaba la sensación de pavor y desesperación en mi rostro.

¿Qué había ocurrido?

No pude evitar preguntármelo.

Todos parecían demasiado melancólicos y yo no comprendía que sucedía en ese momento.

Mis ojos recorrieron a cada una de las personas que estaban situadas en la sala hasta postrarse en mi madre. Ella estaba hincada junto a un ataúd color café con decoraciones en tono dorado, sus manos se encontraban unidas con un rosario negro mientras gritaba y lloraba con tanta desesperación y dolor.

Un nudo se formó en mi garganta asfixiándome.

No podía verla así tan rota; sin vida.

No pude contenerme más y me apresuré a donde ella estaba situada, me planteé a un lado. Trate de abrazarla para amortiguar un poco su dolor, en cambio, fue imposible. Mis brazos parecian ser tan ligeros en ese momento al punto de no poder sostenerla y  ni ella a mi sentirme. 

Era como si yo no existiera.

Mi madre gritaba mi nombre horrorizada. Y yo por más que le respondía parecía no escucharme. Las dudas comenzaron a asaltarme por completo, todo era nuevo y diferente a como siempre. La curiosidad se apodero de mí por lo que me apresuré a acercarme a aquella caja de madera,  por más miedo que me asechaba saber el paradero de la persona que estaba ahí seguí caminando a paso decidido.

Todo el cuerpo me comenzó a temblar, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, el corazón me latía con más fuerza e intensidad que nunca, la vista se me nublaba y era casi imposible mantenerme de pie.

Me quede helado con un huracán de emociones que me consumía por dentro.

Mi cuerpo se tensó de inmediato al ver a aquel chico acostado dentro del ataúd; su cabello castaño peinado, su tez tersa y blanca resaltante, sus ojos cerrados y vestido con un traje platinado. Debía ser una nefasta equivocación o una broma de muy mal gusto para todas las personas que se encontraban ahí.

Conocía a la perfección aquel adolescente.

Aquel chico era yo.

Matthew Moore


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