𝐃𝐀𝐑𝐘𝐀 𝐉𝐀𝐂𝐊𝐒𝐎𝐍: 𝐄𝐋 𝐋𝐄𝐆𝐀𝐃𝐎 𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐇É𝐑𝐎𝐄𝐒
(🌊 ) Donde los héroes olímpicos desaparecieron tras una misteriosa misión y no han dejado huella de lo que sucedió.
O...
(🌊) Donde sus hijos buscan respuestas encontrándose con s...
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09 de junio de 2034
DYLAN DI ANGELO JACKSON
El entrenamiento de los semidioses siempre ha sido complicado, con el fin de prepararnos lo suficiente para un encuentro con algún monstruo en nuestro camino. Al inicio era más ligero, pues el cuerpo recién se está preparando para sostener el peso de un arma y luego utilizarla para defenderte. Luego todo era más complejo, había que aprender analizar, esquivar y atacar.
Era la única forma de sobrevivir para algunos.
Otros en cambio, tenían la ventaja de nacer con algunos dones heredados por los dioses. Aunque igual complicaba demasiado si no sabes controlarlo.
Toda mi familia tiene poderes por ser descendientes de dioses poderosos como los tres grandes. Así que teníamos la ventaja de intentar manejarlo desde pequeños, pero aún así a veces no lográbamos entenderlo por completo.
Teníamos a nuestros padres para apoyarnos.
Hoy no es así, ahora ellos ya no se encuentran con nosotros. Y era algo que entendimos hace mucho.
—¡Ataca, atrás! —alce mi espada hacía al frente casi rozando el cuello de mi contrincante que acató a tiempo mis órdenes.
Estábamos en la arena practicando.
El chico tragó saliva ante lo cerca que estuve de cortarlo.
—Suerte mía que soy tu hermano—susurró por lo bajo.
Esquivó mi ataque una vez más, giró en su puesto para levantar su espada e intentar atacarme por mi izquierda. Prevenía su ataque de antes así que me moví rápido, chocamos espadas haciendo que chillen.
—Parece que estás jugando conmigo —se quejó por lo bajo.
Lo mire con atención, eso lo hizo alertarse.
—Oh no, conozco esa mirada —se alarmó, intentó darme una patada para desestabilizarme, pero le sujete de la rodilla haciéndola girar y eso le hizo perder fuerza.
Cayó al suelo de un golpe, y rápidamente bloqué su brazo que sujetaba su arma y le puse el filo de mi hoja en el cuello.
—Has perdido.
El bufó.
—Fíjate que no lo había notado —me sonrió sarcástico.
Le di la mano para levantarlo, ya en pie, se limpió el sudor de la frente.
—¿Cómo es posible que seas tan bueno con las armas? —sus ojos verdes me observaron interrogantes—. Eres el mejor con la espada, y aún así no es tu fuerte, sino el arco.